Sistema de salud en el Chile Colonial

Patricia Arancibia Clavel

El sistema de salud en Chile ha pasado por diversas etapas, todas ellas vinculadas -en mayor o menor grado- a nuestro estado de desarrollo.

Durante el período colonial, cuando el país dependía política y administrativamente de la Corona Española, el sistema fue principalmente sostenido por la beneficencia. Ello fue así, pese a que las Leyes de Indias establecían la responsabilidad de los gobernadores de generar una política de salud tanto para españoles como naturales, como también la de construir hospitales en toda nueva ciudad que se fundara. El nombramiento de sus directores, la fiscalización de los médicos y la de sus sueldos eran responsabilidad de los Cabildos, los cuales – en un país en casi permanente estado de guerra – recibían un aporte fiscal irrisorio que les impedía cumplir eficientemente sus funciones y que los obligaba a depender del sector privado.

Pero en un comienzo, no sólo fue la dramática escasez de medios económicos, lo que limitó las posibilidades de implementación de una política sanitaria para la población. En esos tiempos, la mentalidad y creencias predominantes; la ausencia de conocimientos médicos; la inexistencia de una mínima planta de doctores como la naturalidad y cotidianeidad de la muerte, conspiraron a que las enfermedades fueran consideradas como situaciones incontrolables, casi imposibles de ser tratadas y morigeradas por el propio hombre. La medicina era muy incipiente y la farmacopea se reducía a remedios que atacaban la sintomatología –a lo más- a base de hierbas, insectos y minerales. De hecho, el Cabildo tomaba medidas especiales –entre ellas la cuarentena- cuando se desataban grandes epidemias infecciosas, entre las cuales las más comunes eran la gripe, la viruela y el tifus, además de las endemias de sífilis y tuberculosis.

Esta precaria situación se mantuvo casi inalterable a lo largo de tres siglos, tanto así que durante este período pudieron levantarse en todo el territorio, sólo diez rudimentarios hospitales que funcionaron de manera muy dificultosa gracias al aporte de un noveno del diezmo, pero especialmente a las donaciones de grandes benefactores que contribuían a ello movidos por un espíritu altruista y caritativo de carácter religioso.

Entre los hospitales más importantes de este período, destacaron el San Juan de Dios y el San Francisco de Borja, los cuales se convirtieron -hasta muy entrado el siglo XX- en los centros de salud pública más importantes del país. El primero -creado en 1617 y continuador del Hospital del Socorro, fundado por Pedro de Valdivia- era atendido por los frailes de la Orden de Caridad de ese mismo nombre y fue reconstruido por Joaquín Toesca, a fines del siglo XVIII, manteniendo su estilo colonial hasta su demolición en 1944. Por su parte, el San Francisco de Borja, fue inaugurado en 1783 en terrenos confiscados a los jesuitas en Santiago.  Atendía sólo a mujeres y al igual que el San Juan, sólo pudieron funcionar gracias a la iniciativa y recursos particulares. De hecho, las instituciones del Estado se limitaban a canalizar los aportes, interviniendo sólo cuando era muy necesario ya que -en la práctica-la administración descansaba en las órdenes religiosas y en los filántropos.