El descubrimiento de Chile por el sur

Por Patricia Arancibia Clavel

El hallazgo en 1520 del Estrecho de Todos los Santos, que más tarde sería llamado Estrecho de Magallanes en honor a su descubridor, fue el resultado de un gran esfuerzo empresarial impulsado por la Corona de Castilla y Aragón, la cual, conocedora que las tierras descubiertas por Colón en 1492 no eran las tan ansiadas islas de las Especias, estimuló todo tipo de exploraciones en busca de un paso transcontinental que permitiera el tráfico marítimo entre Oriente y Europa. Su descubrimiento reveló desconocidos y extensos territorios que durante más de tres siglos fueron progresivamente conocidos a través de numerosas expediciones, dando cuenta de su importancia geopolítica.

         Este prolongado proceso exploratorio fue relatado por capitanes, corsarios, pilotos y acompañantes, que en calidad de cronistas dejaron escritas en bitácoras, diarios y relaciones de viaje sus particulares apreciaciones y experiencias, convirtiendo dichos escritos en una fuente de innegable valor para el conocimiento del territorio magallánico.

         Los relatos dan cuenta de un espacio geográfico inhóspito, abrupto, de gran amplitud y rudeza climática con mares revueltos y tormentosos, en el linde mismo de lo habitable. Pero junto con ello, navegantes y exploradores dejaron testimonios de su contacto con los aborígenes de la zona, de su flora y fauna, unos en forma de relaciones descriptivas extensas, otros tan escuetos que no dejan de sorprender por su concisión.

Este es parte del relato  que en 1520 hizo en su diario de viaje,   Antonio Pigafetta, quien acompañó a Hernando de Magallanes cuando descubrió el Estrecho que hoy lleva su nombre.

 «Continuando nuestra derrota hacia el sur, el 21 del mes de octubre, hallándonos hacia los 52° de latitud meridional, encontramos un estrecho que llamamos de las Once Mil vírgenes, porque ese día les estaba consagrado.  Mientras nos hallábamos en el Estrecho no teníamos sino tres horas de noche, y estábamos en el mes de octubre. La costa de este estrecho, que del lado izquierdo se dirige al sudeste, es baja: dímosle el nombre de Estrecho de los Patagones. A cada media legua se encuentra en él un puerto seguro, agua excelente, madera de cedro, sardinas y marisco en gran abundancia. Había también yerbas y aunque algunas eran amargas, otras eran buenas para comer, sobre todo una especie de apio dulce que crece en la vecindad de las fuentes y del cual nos alimentamos a falta de otra cosa mejor: en fin, creo que no hay en el mundo un estrecho mejor que éste.»