Las Conferencias de Arica

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo III, capítulo XIV de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

El 26 de octubre de 1880 se abrieron las conferencias de Arica a bordo de la Lackawanna, buque de guerra de los Estados Unidos surto en las aguas de este puerto, después de muchos esfuerzos de los delegados aliados para obtener un lugar no ocupado por las armas de Chile, para sede de las reuniones.

Corbeta Lackawanna de la Armada de los Estados Unidos.

Presidió la asamblea Thomas Osborne, ministro de los Estados Unidos en Chile, en compañía de Isaac Christiancy, ministro en Lima y el general Charles Adams, ministro en La Paz.

El presidente de la delegación norteamericana, nombró secretario intérprete a Carlos Rand.

Concurrieron a esta asamblea los siguientes plenipotenciarios:

Por parte de Chile, José Francisco Vergara, ministro de la Guerra en campaña; Eusebio Lillo y Eulogio Altamirano. Secretario, Domingo Gana.

Por parte del Perú: Antonio Arenas y Aurelio García y García. Secretario, Mariano Valcárcel.

Por Bolivia: Mariano Baptista. Secretario, José Avelino Aramayo. No pudo asistir el otro delegado boliviano Juan Crisóstomo Carrillo, víctima aún del mareo, pero concurrió a las sesiones siguientes.

Osborne abrió la asamblea con un hermoso discurso de bienvenida y concordia; manifestó que Estados Unidos tenía vivo interés por los tres países beligerantes, a los cuales desea que vuelvan a la vida normal de prosperidad y de trabajo; abrigando la esperanza de que antes de cerrar las sesiones, se establezca una paz honrosa y duradera. Agrega que los representantes americanos no tomarán parte alguna en las discusiones. Las bases sobre las cuales pueda celebrarse la paz son materia exclusiva de los plenipotenciarios, pero se hallan dispuestos y deseosos de ayudar a los negociadores con su amistosa cooperación siempre que ella sea estimada necesaria.

Termina con las siguientes palabras: Os ruego, señores, os suplico que trabajéis con anhelo para consecución la paz; y espero, en nombre de mi Gobierno, que vuestros esfuerzos os conducirán a ese resultado.

Se procedió a la presentación y canje de los poderes, que se encuentran en forma. Baptista presentó los del señor Carrillo, seriamente indispuesto por su permanencia en el mar.

Acto seguido, Osborne ofreció la palabra.

Altamirano se apresuró a cumplir el primer encargo del Gobierno de Chile, manifestando que los nobles y desinteresados esfuerzos de los dignísimos representantes de la Unión Americana, para poner término a los sacrificios de la guerra, empeñaban la gratitud del Gobierno y del pueblo chileno.

Viniendo a la grave cuestión del momento, manifestó que las circunstancias les imponían como deber indeclinable el procurar el desenlace inmediato, buscando el procedimiento más adecuado para alcanzar este fin, creyeron necesario agrupar en una minuta las proposiciones que según sus instrucciones deben formar la base del Tratado, a fin de que, considerándolas en conjunto, puedan los Excelentísimos Representantes del Perú y Bolivia, indicar si podrían abrir las discusiones sobre esa base.

Arenas, después de agradecer a Estados Unidos su patriótica actitud, entra de lleno a la cuestión. Cree como el Excelentísimo señor Altamirano que es necesario precisar los puntos discutibles y en este sentido acepta la forma propuesta para el procedimiento, que debe seguirse; pero es necesario tiempo para estudiar las bases presentes y ruega que se les acuerde el tiempo indispensable para estudiar el asunto ofreciendo por su parte avisar al señor Osborne tan pronto como los plenipotenciarios estén expeditos para que se sirva citar a una nueva sesión.

El señor Baptista aceptó la moción de Altamirano, que entendía que no era una simple minuta de cuestiones, sino una serie de proposiciones, porque solo así se facilitaría nuestra labor; y en este sentido, acepta por su parte el procedimiento.

Antes de concluir, se convino en que el señor Arenas indicaría por conducto del señor Osborne, el día de la segunda reunión, una vez que se hubiera estudiado la minuta presentada por el señor Altamirano, que se acordó insertar en el acta.

Los plenipotenciarios chilenos presentaron la siguiente minuta:

  1. Cesión a Chile de los territorios del Perú y Bolivia que se extienden al sur de la Quebrada de Camarones y al oeste de la línea que en la cordillera de los Andes separa al Perú y Bolivia hasta la Quebrada de la Chacarilla, y al oeste también de una línea que desde este punto se prolonga hasta tocar en la frontera argentina, pasando por el centro del lago Ascotán.
  2. Pago a Chile por el Perú y Bolivia, solidariamente de la suma de veinte millones de pesos, de los cuales cuatro millones serán cubiertos al contado.
  3. Devolución de las propiedades de que han sido despojados las empresas y ciudadanos chilenos en el Perú y Bolivia.
  4. Devolución del transporte Rímac.
  5. Abrogación del tratado secreto celebrado entre el Perú y Bolivia el año 1873 dejando al mismo tiempo sin valor, ni efecto alguno las gestiones practicadas para procurar una confederación entre ambas repúblicas.
  6. Retención por parte de Chile de los territorios de Moquegua, Tacna y Arica, que ocupan las armas chilenas hasta tanto se hayan dado cumplimiento a las obligaciones a que se refieren las condiciones anteriores.
  7. Obligación por parte del Perú de no artillar el puerto de Arica cuando le sea entregado, ni en ningún tiempo y compromiso de que en lo sucesivo será puerto exclusivamente comercial.

El señor Osborne convocó a segunda conferencia el 25 de octubre. Asistieron la totalidad de los delegados.

Abierta la sesión a la 1 pm, se leyó y se aprobó el acta de la sesión anterior.

A continuación expresó el señor Arenas que en cuanto a las bases presentadas por el plenipotenciario de Chile, le han causado una penosa impresión, porque cierra las puertas a toda discusión razonada y tranquila; que la primera de ellas, especialmente, es un obstáculo tan insuperable en el camino de las negociaciones pacíficas, que equivale a una intimación para no pasar adelante; que Chile ha obtenido ventajas en la presente guerra, ocupando militarmente, a consecuencia de ella, algunos territorios del Perú y Bolivia, sobre los cuales jamás alegó derecho de su parte; pero habiéndolos ocupado después de varios combates, hoy cree haberse convertido en dueño de ellos, y que su ocupación militar es un título de dominio; que tal doctrina fue ciertamente sostenida en otros tiempos y en lejanas regiones, pero en la América Española no ha sido invocada desde la Independencia hasta el día, por haberla considerado incompatible con las bases titulares de las instituciones republicanas, porque caducó bajo la acción poderosa del actual sistema político y porque es peligrosa en sumo grado para las repúblicas sudamericanas.

Pasando de estas consideraciones generales declaró, en lo principal, que la República peruana es incapaz de consentir en que se le despoje de una parte de su territorio y menos aún del que constituye en la actualidad la fuente principal de su riqueza; que no desconoce que los estados, por carecer de un juez supremo que decida sus contiendas, regularmente las resuelven en los campos de batalla, exigiendo el vencedor que ha obtenido la victoria definitiva, el cual no existe en la presente guerra, que la parte vencida y sin medios para continuar resistiendo, ceda a las pretensiones que motivaron las hostilidades; que en el Perú están arraigadas estas ideas en la conciencia pública, siendo a la vez las que profesa y respeta la América republicana; y que por esto cree que, dadas las actuales condiciones de los beligerantes, una paz que tuviera por base la desmembración territorial y renacimiento del caduco derecho de conquista, sería una paz imposible, que aunque los plenipotenciarios peruanos la aceptaran y la ratificase su Gobierno, lo que no es permitido suponer, el sentimiento nacional la rechazaría, y la continuación de la guerra sería inevitable; que si se insiste en la primera base, presentándola como condición indeclinable para llegar a un acuerdo, la esperanza de la paz debe perderse por completo, viendo así esterilizados los esfuerzos que se hacen actualmente, y con perspectiva de nuevas y desastrosas hostilidades para los beligerantes.

El señor Altamirano preguntó si alguno de los representantes de Bolivia tenía a bien agregar algo al discurso del señor Arenas, a fin de que su respuesta comprendiese en conjunto las razones aducidas con los aliados.

El señor Baptista hizo presente que prefería oír la respuesta de alguno de los representantes de Chile al plenipotenciario del Perú que acaba de hablar, y que después haría la alegación que conviniese a los derechos de Bolivia.

Altamirano expuso que no acertaba a explicar la impresión que le ha causado el notable discurso del señor Arenas. Es en parte impresión dolorosa, porque después de ese discurso toda esperanza de paz inmediata se ha perdido; pero es también en parte grata, porque se apresura a declararlo, hay en ese mismo discurso toda la claridad, toda la firmeza, toda la honrada franqueza que debe gastar el hombre de estado cuando trata del honor y del porvenir de su patria.

Por su parte, agregó Altamirano, va también a manifestar la opinión de su Gobierno, perfectamente conforme con la de su país y procurará, imitando al señor Arenas, expresar esa opinión con perfecta claridad y franqueza.

En los temas de fondo, dejó constancia de que su Gobierno ha sostenido que no le son imputables los hechos que han puesto en armas a tres naciones que debían ser hermanas, y que hoy derraman a torrentes la más preciosa sangre de sus hijos. Chile se lanzó a la guerra sin pensar en los sacrificios que le imponía; y por defender su derecho y el honor de su bandera, ha sacrificado a sus mejores hijos y gastado sin taza sus tesoros.

En esta situación, su Gobierno ha aceptado con sinceridad la idea de poner término a la guerra, siempre que sea posible llegar a una paz sólida, reparadora de los sacrificios hechos, y que permita a Chile volver tranquilo al trabajo que es su vida.

Su Gobierno cree que para dar a la paz estas condiciones, es indispensable avanzar la línea de frontera. Así procura compensar en parte los grandes sacrificios que el país ha hecho y asegurar la paz del porvenir.

Esta exigencia es para el Gobierno de Chile, para el país y para los plenipotenciarios que hablan en este momento en su nombre, indeclinable, porque es justa.

Los territorios que se extienden al sur de Camarones, deben en su totalidad su desarrollo y su progreso actuales al trabajo chileno y al capital chileno. El desierto ha sido fecundizado con el sudor de los hombres de trabajo, antes de ser regado por la sangre de sus héroes.

Retirar de Camarones la bandera y el poder de Chile, sería un abandono cobarde de millares de conciudadanos y renovar, reagravándola, la antigua e insostenible situación.

El señor Altamirano continúa diciendo que no se explica cómo ha podido afirmar el señor Arenas que esta pretensión de Chile choca con los principios aceptados y con las prácticas establecidas. La historia de todas las guerras modernas contradice a S. E. y en América los casos de rectificación de frontera son numerosos y pertenecen a la historia contemporánea. En la pretendida conquista de Chile solo hay una novedad, y es la de tratarse de territorios que, como lo decía hace un momento, deben lo que son al esfuerzo y al trabajo chilenos.

Lo repitió una vez más: Chile no puede sacar sus banderas de esos territorios. Los plenipotenciarios chilenos no pueden suscribir un pacto que eso ofreciera, y si los subscribieran, el Gobierno y el país le negarían su aprobación.

Christiancy indicó que así como los plenipotenciarios chilenos habían sometido a los del Perú y Bolivia ciertas proposiciones que han sido combatidas en esta conferencia, acaso podrían estos presentar a su vez una proposición o serie de proposiciones tendentes, en su concepto, a zanjar la controversia; podría quizás demostrarse por este medio que las diferencias no son tan irreconciliables como aparecen a primera vista, y que puede alcanzarse todavía un resultado que sea a la vez pacífico y favorable.

Baptista dijo que las declaraciones categóricas del señor Altamirano parecen cerrar el camino a la discusión. Estimó por otra parte, la franqueza y cortesía con que ha procedido.

En primer término, declaró que los plenipotenciarios de Bolivia se hallaban en perfecta conformidad con las explícitas declaraciones del señor Arenas sobre el punto fundamental de adquisición de territorio, se le llama avance, sesión, compensación o conquista; y así pensamos, inspirándonos en el origen y desenvolvimiento de la vida política de nuestra América.

Se lamenta que la unidad de la región no haya podido llevarse a cabo y que su patria había hecho el intento con el pacto con el Perú e invitando posteriormente a la Argentina a adherirse, siempre con la idea de hacer igual invitación a Chile.

Más adelante declaró que debe reconocerse y aceptarse los efectos naturales del éxito y que en el curso de esta campaña corrían ventajas de parte de Chile. Por lo que deberían tomar sus resoluciones en la serie y en el sentido de los acontecimientos bélicos ya consumados. Textualmente expresó

Podría, pues, decirse que hay lugar a una indemnización a favor de Chile. Posea como prenda pretoria el territorio adquirido y búsquese medios equitativos que satisfagan con los productos fiscales de ese mismo territorio, las obligaciones que pudieran imputársenos. Este procedimiento resguardaría y garantizaría los intereses de todos y se complementaría con otros que asegurasen satisfactoriamente la propiedad y las industrias de Chile.

En resumen, no aceptamos la apropiación del territorio como un simple efecto de la acción bélica, cualquiera que sea el nombre que consagre ese apoderamiento. Pero espero aún que pueda presentarse un terreno de discusión donde tengan cabida los medios conciliatorios.

El señor Altamirano expuso a continuación que no podía dejar pasar sin observación de su parte lo expuesto por el señor Baptista. En su elocuente discurso defendiendo la política de los Gobiernos de su patria, ha presentado el tratado que en 1873 unió a Bolivia y al Perú en un propósito común como una manifestación franca y honrada del empeño que ponía Bolivia en acercar a estos pueblos, por desgracia hoy divididos, y que debían marchar unidos, si recordaran que fue el mismo su origen, que juntos hicieron la campaña de su Independencia y que es el mismo destino que les reserva el porvenir.

Reconoce, agregó Altamirano, que al discurrir sobre el significado y alcance del tratado de 1873, el señor Baptista ha evitado con asombrosa habilidad todos los escollos; pero que sin calificar aquel acto de política internacional y sin recordar cual fue la intención que llevaba escondida entre sus líneas, alce aquí su protesta y vuelva a repetir con su Gobierno que en ese pacto está la justificación de la actitud de Chile y de sus exigencias.

Añadió Altamirano que no necesitaba recordarle a los americanos presentes los empeños del Gobierno de Chile y las ofrendas que ha llevado al altar de la unión y de la fraternidad americana; menos necesitaba hacer esos recuerdos delante de peruanos y bolivianos eminentes, que conocen la historia de su patria, porque son precisamente los que con sus actos han hecho esa historia.

Pueden, pues, descansar tranquilos los representantes de Chile; no se acusará a su Gobierno, ni a su país de haber hecho política de odios, ni buscado su engrandecimiento en la ruina de los que llamaba hermanos.

Siguió exponiendo que las soluciones a este asunto no eran infinitas. No había más que dos: la indicada por Chile y la que ha tenido a bien sugerir el señor Baptista. Si declaró por su parte el Plenipotenciario de Chile en la primera conferencia que la base propuesta era indeclinable, y lo repite ahora, fue porque su Gobierno considera que la segunda combinación es deficiente e inaceptable. Es bien triste, dice al concluir, tener que resistir a llamamientos como los que acaban de hacernos los señores Arenas y Baptista; pero si el adelanto de la frontera es obstáculo insuperable para la paz, Chile no puede, no debe levantar ese obstáculo.

García y García hizo presente que no habría pronunciado una sola palabra después de los brillantes conceptos emitidos por sus colegas, los señores Arenas y Baptista, que todo lo explican y abarcan en defensa de los inconmutables derechos del Perú y Bolivia, si ciertas doctrinas que acaba de desarrollar el señor Altamirano, no hicieran indispensable una rectificación que el prestigio de la América reclama y que, sacada de sus tradiciones, y de su historia, exhibe los sentimientos del Perú y su leal política internacional de todas sus épocas. Procurará al mismo tiempo S. E. desenvolver una idea ya enunciada, ofreciendo así la prenda más pura del espíritu recto con que han venido a estas conferencias.

Que prestó mucha atención, continuó el señor García y García, al discurso del señor Osborne cuando en la sesión inaugural dijo: que el Gobierno de los Estados Unidos tenía hacia el mundo ciertas responsabilidades en relación con las repúblicas del nuevo continente, emanadas de los principios políticos y sistema de Gobierno, que con su ejemplo habían implantado aquellas y que por ninguna causa debían desacreditarse. Estas fraternales declaraciones tienen indudablemente su apoyo en el gran pensamiento lanzado, como notificación a la faz del universo por uno de los presidentes más ilustres de la Unión y llevado a la práctica hasta hoy por todos sus dignos sucesores. “América para los americanos”, dijo en ocasión solemne el presidente Monroe; y al dar vida a esa inmortal sentencia, estableció las bases del nuevo derecho público americano que, matando toda esperanza de usurpación, alejó para siempre el nuevo continente a los señores del derecho divino, tan enseñados a la conquista como el medio más expedito para ensanchar sus territorios.

Después da hacer algunas disquisiciones sobre los derechos de Chile para ocupar nuevos territorios, propuso que la solución del conflicto fuera sometido al fallo arbitral e inapelable del Gobierno de los Estados Unidos de la América del Norte, pues a ese gran papel lo llama su alta moralidad, su posición en el continente, y el espíritu de concordia que revela por igual a favor de todos los países beligerantes aquí representados.

Arenas agregó, por su parte, apoyando al señor García, que el arbitraje que propone es la solución más práctica y decorosa a que puede llegarse, saliendo por este medio del sendero tortuoso a que han sido colocados estos países con motivo de la guerra. Suplica una vez más a los representantes de Chile que piensen y mediten sobre las funestas consecuencias de una determinación contraria.

El señor Vergara intervino expresando que solo se ocuparía de la proposición del arbitraje que se presentó al debate, para declarar perentoriamente, en nombre de su Gobierno y de sus colegas, que no la aceptaba en ninguna forma.

Chile, antes de empuñar sus armas y de apelar a la fuerza, propuso reiteradas veces que se entregara a un árbitro la decisión de la desavenencia. Su voz no fue oída, y muy a su pesar se vio arrastrado a la guerra. Lanzado Chile en esta vía, que le ha impuesto enormes esfuerzos y sacrificios, ha conseguido colocarse con los triunfos respectivos de sus armas en la ventajosa posición que le permite exigir una paz que le garantice el porvenir y le compense los daños que ha recibido y los sacrificios que se ha impuesto.

Así como el país corrió con todos los riesgos de la guerra, exponiéndose a las desastrosas consecuencias de los reveses de la fortuna, así también debe aprovechar su incuestionable derecho para hacer valer las ventajas que le dan la prosperidad de los sucesos.

Continuó diciendo que Chile buscaba una paz estable, que consultara sus intereses presentes y futuros y que estuviera a la medida de los elementos y poder con que cuenta para obtenerla, de los trabajos ejecutados y de las fundadas esperanzas nacionales. Esa paz la negociará directamente con sus adversarios cuando estos acepten las condiciones que estime necesarias a su seguridad, y no hay motivo ninguno que lo obligue a entregar a otras manos, por muy honorables y seguras que sean, la decisión de sus destinos. Por estas razones, declaró que rechazaba el arbitraje propuesto.

El señor Lillo no había pensado tomar la palabra en esta conferencia, pero la proposición de arbitraje introducida por el señor García y García, le obligó a faltar en su propósito. Cree de su deber asociarse de lleno al rechazo que de esa proposición ha hecho ya su colega el señor Vergara.

El arbitraje –continuó– se comprende cuando se trata de evitar una guerra y es ese el camino más digno, más elevado, más en armonía con los principios de civilización y de fraternidad que deben tomar los pueblos cultos, principalmente los que por sus antecedentes y sus estrechas relaciones forman una sola familia; pero el arbitraje tuvo una hora oportuna, y esa, por desgracia, ha pasado para las negociaciones de paz que hoy nos ocupan.

El arbitraje después de la lucha y después de la victoria no puede ser una solución aceptable para Chile. ¿Qué iría a pedir al árbitro? ¿Qué estimase los sacrificios hechos por Chile en una guerra a que fue provocado? ¿Qué pusiese el precio a la sangre de sus hijos? ¿Qué calculase las indemnizaciones debidas a sus esfuerzos? ¿Qué fuese a prever todo lo que necesita en el porvenir para no encontrarse en la dolorosa situación de tener otra vez que tomar las armas en defensa de su tranquilidad y de sus derechos? Soluciones semejantes después de victorias costosas y sangrientas, solo puede y debe darlas la nación que ha consumado con fortuna tan grandes sacrificios:

Se ha invocado por alguno de los plenipotenciarios de Bolivia la fraternidad americana y la necesidad de no hacer figurar en la solución de esta contienda antecedentes que puedan establecer en el derecho público de estos países la idea de conquista. Como el que más, acepta y aplaude las ideas de fraternidad invocadas; pero la guerra será más difícil en el porvenir a medida que los sacrificios que ella imponga, sean mayores para los que intenten provocarla.

Chile no quiere ni consentirá jamás en establecer el derecho de conquista; lo que pide es la justa compensación de sus esfuerzos en esta fatal contienda; es la protección de poblaciones esencialmente chilenas, que no aceptarían el hecho de verse abandonadas cuando hoy viven y se desarrollan al amparo de su bandera.

Las cesiones de territorio después de grandes ventajas obtenidas en la guerra, son un hecho que se ha reproducido con frecuencia en los tiempos modernos y en la América republicana.

Las naciones que así obraron, no han tenido por qué arrepentirse, puesto que, buscando justa compensación de sus esfuerzos, llevaron el progreso y la riqueza a las regiones que le fueron cedidas.

El arbitraje, y el arbitraje en manos de la gran nación que es modelo de las instituciones republicanas, sería siempre aceptado por Chile con popular aplauso; pero pasó el momento oportuno y en estas circunstancias, el consentirlo sería para su país un acto de vacilación y de debilidad que nadie podía ya aceptar.

El señor Carrillo declaró a continuación que las graves y terminantes declaraciones que se han hecho sobre la principal de las proposiciones representadas, dejan casi extinguida la esperanza de una solución pacífica. Sin embargo, es tan grande la idea, tan grande el interés de las cuestiones sometidas a los acuerdos de esta asamblea de plenipotenciarios, que considera indispensable que, si no fuese aceptada inmediatamente por ser inconciliable con las instrucciones recibidas, podría ser consultada por los plenipotenciarios a sus respectivos gobiernos.

Osborne intervino expresando que a él y a sus colegas, les parecía oportuno hacer constar aquí que el Gobierno de los Estados Unidos no busca los medios de hacerse árbitro en esta cuestión. El cumplimiento estricto de los deberes inherentes a tal cargo le ocasionaría mucho trabajo y molestias, y aunque no duda que su Gobierno consentiría en asumir el cargo en caso de que le fuese debidamente ofrecido, sin embargo, conviene se entienda distintamente que sus representantes no solicitan tal referencia.

A la tercera conferencia asistieron todos los delegados. Se leyó y aprobó el acta de la sesión anterior.

Osborne manifestó en seguida que estaba dispuesto a escuchar las sugestiones que se crea conveniente hacer. Se dirigió después a cada uno de los plenipotenciarios chilenos, preguntándoles si tenían algo que exponer con relación a la materia que se ha discutido quienes manifestaron que, conformándose a sus instrucciones, no les era posible hacer modificación alguna en la base formulada.

Osborne invitó enseguida a cada uno de los plenipotenciarios del Perú a que expusieran, si lo estimaban conveniente, sus ideas sobre el asunto. Los plenipotenciarios del Perú declararon que insistiendo Chile en la subsistencia de la primera condición y no habiendo aceptado el arbitraje propuesto por ellos, no les era lícito seguir en el examen de las otras bases; que todas las puertas les han sido cerradas, haciendo necesario la continuación de la guerra, y que la responsabilidad de sus consecuencias no pesará sobre el Perú, que ha indicado un medio decoroso de llegar a la paz.

Osborne invitó a su vez a los plenipotenciarios de Bolivia a que hicieran conocer sus ideas, y estos expusieron que por su parte consideraban clara y definida la situación. Había una condición, la primera presentada por los plenipotenciarios de Chile como indeclinable, que los aliados no podían aceptar. Segundo estaba la indicación del arbitraje, sugerida por los plenipotenciarios de las repúblicas aliadas y rechazada por los de Chile; y había, por último, una tercera que había sido propuesta aisladamente por los representantes de Bolivia y que tampoco ha sido acogida. Consideraban, en vista de este resultado, que la negociación había llegado a su término, y lamentaban que la situación política de los respectivos países no había permitido arribar a un acuerdo común.

El señor Osborne declaró que él y sus colegas deploraban profundamente que la conferencia no hubiera dado resultados pacíficos y reconciliadores que se tuvieron en vista, y juzgaban que la misma impresión causaría en el Gobierno y el pueblo de los Estados Unidos, cuando allí se tenga noticia de que la amistosa mediación de los Estados Unidos ha sido infructuosa.

Con lo que se declaró cerrada la conferencia; en fe de lo cual firmaron José Francisco Vergara, Eulogio Altamirano, Eusebio Lillo, Mariano Baptista, Juan Crisóstomo Carrillo, Antonio Arenas, Aurelio García y García, Tomás Osborne, Isaac Christiancy, Charles Adams, Domingo Gana, José Avelino Aramayo, Mariano Valcárcel y Carlos Rand.