El Asalto de Arica

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo II, capítulo XXIV de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

El Comando Supremo dispuso en la misma tarde de la batalla de Tacna que los jefes y oficiales ingenieros militares, con la compañía de Pontoneros, tomaran posesión de la Estación del Ferrocarril, sus dependencias y material rodante. Asimismo, que procedieran a la mayor brevedad a recorrer la línea y reparar los desperfectos que en ella notasen.

Los ingenieros hicieron la labor a conciencia.

El ingeniero Teodoro Elmore, por orden del coronel Bolognesi, había destruido a dinamita el puente del Molle, vecino a Tacna.

Poco después, voló los terraplenes cercanos a la estación de Hospicio por el norte y por fin el puente del ferrocarril en Chacalluta, sobre el río Lluta.

Dos días después se encontraban nuestros ingenieros en la estación de Hospicio y, el 1º de junio en el puente de Chacalluta, que empezaron a reparar con los pontoneros. El mayor Rafael Vargas, salido de Tacna el 1 de junio, llegó a las 10 pm a resguardar los trabajos de la reparación del puente. La línea férrea estaba ya expedita entre Chacalluta y Tacna.

Tras el 2do Escuadrón de Carabineros, llegaron el 1er Escuadrón y el Regimiento de Cazadores a Caballo, al mando del comandante Bulnes

Sabido es que el Granaderos andaba en comisión por Sama y Locumba, custodiando el parque y bagaje que traían las municiones, víveres, la 4ª ambulancia y los enfermos que habían permanecido en Sama, custodiados por una compañía de Cazadores del Desierto.

A la mañana siguiente, bajó la caballada a beber al río. Apenas llegaron al fondo, estalló una mina de dinamita, por fortuna entre la retaguardia de Carabineros y la vanguardia de Cazadores.

La caballería subió a la pampa sur. Divisaron una casucha, de la cual escapaban dos individuos que cayeron prisioneros. Eran el ingeniero Teodoro Elmore y el electricista Pedro Ureta, su ayudante, encargado de dar fuego a las minas mediante alambres eléctricos. Elmore puesto en la disyuntiva de hablar o recibir cuatro balas sobre el campo, optó por lo primero. Se recogió la dinamita de nueve minas y gran cantidad de alambre gutaperchado[1].

El general dispuso que la Reserva se embarcase el 2 de junio en dirección a Chacalluta.


[1] Alambre recubierto con caucho.

Al día siguiente siguieron el mismo camino el Alto Comando, el Estado Mayor, cuatro baterías de campaña y la batería de montaña de Fontecilla que llegaron al puente a las 12:40.

El general en jefe había determinado apoderarse de la plaza de Arica, por bien o por mal. A las 2:30 pm salió el general acompañado de los coroneles Velásquez y Lagos y de los ayudantes a un reconocimiento de los alrededores de Arica. Regresaron en la noche muy satisfechos de la jornada.

La Plaza de Arica

Arica está situada en los 18° 29′ de latitud sur y 70° 20′ de longitud oeste de Greenwich. La bahía es hermosa y amplia. El puerto ocupa el seno S. E.; la playa baja y arenosa, viene desde frente, a Chacalluta hasta el Morro, remate del cabezal sur de la bahía. Dista 60 kilómetros de Tacna por ferrocarril.

La ciudad se asienta sobre una planicie que desciende pronunciadamente a la costa. Entre la población y el mar se extendía en aquel tiempo, una faja de terreno de muy buena calidad, de ciento cincuenta a doscientos metros de ancho por tres kilómetros de longitud, llamada Chimbas, emporio de verduras y frutas durante todo el año.

Más al norte, se encuentra el río San José, que no es tal río sino una hoya que se llena de agua con los derrames en la época de las grandes lluvias en que el cauce se rebalsa y arroja las avenidas al mar.

Más allá de San José y siempre al norte, se extiende una pampa arenosa, llena de arbustos bravos, totorales y manchas de grama dura, que ni los animales la comen, hasta llegar al valle de Lluta, a 11 kilómetros de Arica.

El río del Azufre o Salado riega este valle en que se cultivaban en la época unas seis o siete mil hectáreas de alfalfa y maíz. Las aguas son dañinas, pues están cargadas de alumbre, sulfato de hierro y dióxido de azufre. El pueblo de Chacalluta sirve de cabecera al distrito de su nombre.

La empresa del ferrocarril, propiedad particular, edificó sobre el río el puente de Chacalluta, volado recientemente por los peruanos.

Entre el río Azufre y San José se extiende la pampa del Chinchorro que limita al oeste con dunas que cierran el acceso a la mar ahí brava y traicionera, que impide el acercamiento a la costa. Al oriente cerros altos, arenosos, desprovistos de vegetación, a 8000 metros de las baterías.

A tres kilómetros al este de Arica viene a morir el río Azapa, cuyas aguas siguen al mar por el subsuelo; sólo en época de crecidas, llegan al océano.

Las tierras de sorprendente fertilidad abundan en productos tropicales y frutas de la zona templada. Es una lástima que el agua sea escasa para el riego de la caña dulce, algodón, café, quinas y otras plantas valiosas. Las naranjas, uvas y aceitunas, gozan de merecida fama en la costa del Pacífico. Cierra al oriente, el cerro del Chuño. Al sur del puerto se alza una cadena de cerros que viene del interior y que remata en el Morro, medio cilindro de 156 metros verticales a pique por el lado del mar.

La cima es una meseta plana, inclinada al este.

Al interior domina todo el horizonte el cerro Gordo de 288 metros de alto, voluminoso, redondo y escarpado. Entre el cerro Gordo y el Morro corre una cadena de colinas más bajas dominadas desde ambas alturas.

Por el sur del Morro existe una bajada escabrosa y poca traficada que conduce a la pequeña playa de La Lisera. Cuando la mar se presenta tranquila, los paseantes recorren la playa desde La Lisera al puerto.

La escuadra chilena vigilaba el oeste de la plaza.

Conocido el terreno en que se iba a desarrollar el próximo drama, conviene tomar nota de las medidas tomadas por el jefe de Arica para resistir al enemigo.

Fuertes y Baterías

El Morro estaba artillado con 11 piezas sobre la meseta en plataformas edificadas sobre piedra con frente al mar. Algunas podían dominar el valle de Azapa. Entre ellos, un cañón Parrott de a 100, un Vavasseur de a 250, nueve Vorus de a 70.

El Fuerte Este, con 2 cañones Vorus de a 70 defiende el valle de Azapa y las subidas a la meseta. El Fuerte Ciudadela, con dos cañones Vorus de a 70, con el mismo campo de tiro. La Batería Santa Rosa, para la defensa del norte junto con las baterías San José y Dos de Mayo con un cañón Vavasseur de a 250, con alcance de 4300 metros. El Dos de Mayo con un Vavasseur de a 250, alcance 4300 metros. Finalmente, la Batería San José equipada con un Vavasseur de a 250 con 4300 metros de alcance y un Parrott de a 100 con 5000 metros de alcance.

Reductos, trincheras y minas

El coronel Moore construyó una serie de reductos que empezaban al costado del Morro y terminaban en el Cerro Gordo. De los 16 decretados, estaban concluidos 12 y los 4 restantes bien atrincherados.

Una línea de trincheras unía el fuerte San José con el reducto del Hospital. De aquí arrancaba otra línea atrincherada hasta el fuerte Ciudadela.

Por el sur, a retaguardia de Cerro Gordo, había varias trincheras a media falda, minas de dinamita de 1, 2 y 3 quintales se habían cavado en los lugares de acceso a los fuertes, y se diseminaron otras por todos los caminos con 10, 15 y 20 libras de dinamita. En una excavación de la plazuela del Morro, había una existencia de 40 quintales de explosivos, suficiente para volar todo el casquete del cerro.

Las principales oficinas distribuidoras de los hilos eléctricos destinados a hacer estallar los fulminantes se encontraban en el fuerte de Cerro Gordo, en el Hospital y en el Morro.

Terreno. El acceso a los fuertes y baterías, era en extremo dificultoso para el avance de las tropas por las ondulaciones y quebradas arenosas.

Orden de Batalla de la plaza de Arica

Cuartel General

Jefe: coronel Francisco Bolognesi.

Jefe del Estado Mayor General: coronel Manuel de la Torre.

Artillería

Baterías del Morro

El núcleo de la defensa de la plaza se concentró en estas baterías y reductos del sur. En consecuencia, se destinaron a ellas los mejores jefes y oficiales del arma. Estaba a cargo del capitán de navío Juan G. Moore.

Baterías del Norte: Su jefe era el teniente coronel Manuel Ayllón.

Baterías del Este: Bajo el mando del teniente coronel Medardo Cornejo.

Infantería

VII División:

Jefe: coronel José Joaquín Inclán.

Jefe de Estado Mayor: teniente coronel Ricardo O’Donovan.

Cuerpos:

  • Batallón Artesanos de Tacna, coronel Marcelino Varela.
  • Batallón Granaderos de Tacna, coronel Manuel Arias y Aragüez.
  • Cazadores de Piérola 29 de Mayo.

VIII División

Jefe: coronel Alfonso Ugarte.

Jefe de Estado Mayo: coronel Manuel Bustamante.

Cuerpos:

  • Batallón Tarapacá, teniente coronel Ramón Zavala.
  • Batallón Iquique, teniente coronel Roque Sáenz Peña (futuro presidente de Argentina)
  • Escuadrón Tiradores de Lluta (sin datos).

Efectivos

Artillería:

El Morro………………………………………………… 180 plazas

Baterías del Norte…………………………….. 75 plazas

Fuertes del Este……………………………………. 196 plazas

Total……………………………………………………….. 451 plazas

Infantería:

VII División:

Batallón Artesanos de Tacna…………… 440 plazas

Batallón Granaderos de Tacna………… 295 plazas

VIII División:

Batallón Tarapacá…………………………. 241 plazas

Batallón Iquique……………………………. 363 plazas

Total……………………………………………………… 1339 plazas

Caballería:

Escuadrón Tiradores del Lluta…………… 68 plazas

Resumen

Artillería…………………………………………………… 451 plazas

Infantería……………………………………………….. 1339 plazas

Caballería……………………………………………………. 68 plazas

Total………………………………………………………… 1845 plazas

A esta, suma deben agregarse 300 hombres del batallón Cazadores de Piérola 29 de Mayo, disuelto a consecuencia de la deserción de su jefe, el coronel Belaunde, y que fueron destinados a completar los demás cuerpos.

Sin temor de equivocación, se puede afirmar que el ejército de tierra del coronel Bolognesi ascendía a 2000 hombres en números redondos.

Orden de Batalla de la Defensa Marítima

Monitor Manco Cápac, capitán de fragata José Sánchez Lagomarsino.

Lancha torpedo Alianza (sin datos).

El plan de ataque

El general, los coroneles Velásquez y Lagos y sus ayudantes recorrieron desde el amanecer las dunas de la costa, la pampa del Chinchorro, el valle de Lluta hasta 5 kilómetros adentro y los cordones de cerros que cubren por el oriente la pampa del Chinchorro, la hoya de San José y el valle de Azapa.

A las 2 pm llegó la orden de que el Buin y el 4º de Línea se corrieran al oriente paralelos a la margen sur del Lluta y desfilaran ocultos tras los cerros cercanos del este. El Regimiento Cazadores siguió la misma ruta.

La artillería se desplazó por la margen norte del río en la noche el 4 al 5 unos cuatro kilómetros al oriente. Se cruzó el río por una pasarela construida por el cuerpo de Ingenieros para después ubicarse tras el cordón de cerros. Las baterías de montaña lo hicieron hacia la punta sur y, las de campaña, sobre las mesetas que coronan el centro. En estos lugares se consideró que se encontrarían a cubierta del fuego enemigo por la distancia de 4000 metros que las separaba de las baterías del Norte y del Este.

A la una de la mañana del 5, la infantería precedida del Cazadores penetró el valle de Azapa, que ocuparon totalmente, cortando al enemigo la retirada por esa dirección.

La operación se efectuó en silencio sin conocimiento alguno del adversario que permaneció confiado en la vigilancia de una descubierta de un capitán y 10 soldados que cayeron en poder de una patrulla de cazadores, que marchaba sigilosamente a las órdenes del capitán Alberto Novoa Gormaz. Este oficial recibió la orden de explorar el valle de Azapa y recorrer las colinas arenosas hasta la playa con cien cazadores, cuya comisión desempeñó con felicidad, perdiendo solamente un soldado en la barrida que hizo de las descubiertas enemigas apostadas al sur de los atrincheramientos del cerro Gordo y del Morro.

Al amanecer del 7, debía colocarse a retaguardia del Regimiento de reserva y esperar órdenes.

El alto comando chileno iba encerrando paso a paso a la guarnición de Arica: por el oeste la escuadra; por el norte el 3º de Línea y los dos escuadrones de carabineros; por el oriente la artillería con el Bulnes, el Buin, el 4º y los Cazadores a Caballo. Quedaba libre a Bolognesi, únicamente, la ruta del sur por la costa a la pampa de Chaca y Camarones donde montaba guardia el general Villagrán sobre la línea Pisagua-Dolores.

Se dibuja ya la intención del Cuartel General de capturar integra a las divisiones que guarnecían la plaza enemiga, que encerraba además valiosos elementos de guerra en artillería gruesa, municiones, explosivos y víveres, junto con los elementos navales del apostadero, la maestranza, la planta de torpedos, el blindado Manco Cápac, la torpedera Alianza, pontones y numerosas embarcaciones menores.

El general ordenó romper los fuegos a la artillería. La de campaña contra las baterías del Norte, la de montaña contra el fuerte Ciudadela de las defensas del Este.

Naturalmente los proyectiles de Novoa poco podrían hacer contra los parapetos y atrincheramientos contrarios; quizás podrían ocasionar algunas bajas en el personal, pero de seguro eran impotentes contra las fuerzas vivas del material. Pero este bombardeo, considerado por muchos ineficaz, obedecía a un plan maduramente concebido: desorientar al enemigo.

El imponente Morro guardaba silencio, desdeñando seguramente, tomar parte en función de armas de pequeña magnitud.

Los proyectiles enemigos, contra lo que se esperaba, sobrepasaron las posiciones de las piezas chilenas. No obstante, estas mantuvieron vivo fuego sin intimidarse por las granadas que explotaban sobre sus posiciones.

El Cuartel General, orientado respecto a la potencia de los cañones de la plaza, envió al mayor artillero Juan de la Cruz Salvo a pedir a Bolognesi la rendición de la plaza con las garantías de estilo para la guarnición.

Salvo estuvo muy bien elegido para esta comisión, dada su fácil palabra y sus expresiones suaves y delicadas.

El coronel Bolognesi recibió al parlamentario chileno con la finura propia de un parisiense. Salvo le expuso que el general Baquedano, deseoso de ahorrar un derramamiento inútil de sangre, le proponía la rendición incondicional de la plaza, cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conoce.

Tengo deberes sagrados que cumplir, respondió Bolognesi; y los cumpliré quemando el último cartucho.

Mi misión está cumplida, agregó Salvo, levantándose para retirarse. El coronel expuso que esa era su opinión personal, que consultaría a los jefes y que daría su respuesta en la tarde. Salvo no aceptó demora y exigió una respuesta pronta.

Bolognesi llamó entonces a Consejo a los principales jefes en presencia del parlamentario enemigo. Todos opinaron por la resistencia.

El alto mando chileno resolvió entonces tomar la plaza por asalto dada la necesidad de su captura para el abastecimiento de las tropas y la evacuación de los heridos tanto propios como aliados cuyo estado podía agravarse por el excesivo número, los pocos recursos de medicinas, la escasez de medios de adquirirlas y los rigores del clima.

El general ordenó que al día siguiente viniera el Lautaro a relevar al 3º en Chacalluta y que este Regimiento se uniera al Buin y el 4º, lo que se cumple con exactitud militar.

Después de una conferencia con los coroneles Velásquez y Lagos, entregó a este último el mando de la División y le recomendó la toma de la ciudad, desarrollando las siguientes bases:

  1. Un regimiento, asaltará los fuertes del Este.
  2. Otro, los reductos del sur, y el fuerte de cerro Gordo.
  3. El tercer regimiento, en reserva, reforzará a estos, según las circunstancias.
  4. La artillería permanecerá muda para despistar al enemigo, custodiada por el Batallón Bulnes.
  5. El Regimiento Lautaro se acercará por la pampa del Chinchorro y atacará las baterías del Norte, tan pronto como se rompan los fuegos por el oriente.
  6. Reunidos todos los cuerpos y la reserva, asaltarían de consuno al Morro, hasta capturarlo.

El Cuartel General y el Estado Mayor, se retiraron a Chacalluta, y el coronel Lagos, quedó en el campo para preparar el asalto, al amanecer del día 7.

En la noche se sorteó los dos regimientos destinados a tomar los fuertes Este y Sur. Resultaron favorecidos el 3º y el 4º. El Buin quedó de reserva.

El asalto

Lagos se puso en movimiento con la aurora del día 5 y recorrió el terreno estudiando sus accidentes y repliegues con sus ayudantes, el mayor Julio Argomedo; los capitanes Belisario Campos y Enrique Salcedo; el alférez Ricardo Walker; el capitán de Bagaje Segundo Fajardo; y los ingenieros militares, el mayor Francisco Javier Zelaya, y los capitanes Enrique Munizaga y Manuel Romero.

Comisionó al capitán Enrique Munizaga para guiar en la noche al Regimiento 4º de Línea. En consecuencia, este debía explorar y estudiar debidamente el mejor camino. El capitán, brújula en mano, pasó el día preparando la difícil misión.

Nombró al capitán Belisario Campos para guiar al 3º. En consecuencia, le dejó el día libre para sus reconocimientos.

Ordenó al capitán Enrique Salcedo que guiara al capitán Novoa y le acompañase para tomar su puesto a retaguardia del Regimiento Buin tras la loma en que quedaría de reserva, una vez emprendido el ataque.

El capitán de bagajes Segundo Fajardo debía reunir las municiones de reserva y trasportarlas en la noche lo más cerca posible de los regimientos asaltantes, por si necesitaban atrincherarse y precisaran más municiones.

Vuelto a su puesto de observación, Lagos ordenó romper los fuegos a la artillería y a una compañía del Buin que reconociera en guerrilla el frente del fuerte Ciudadela. Asimismo, a dos compañías del Lautaro, acampadas en Chacalluta, que atravesaran la pampa del Chinchorro y se acercaran en cuanto pudieran a los tres parapetos que 300 metros adelante defendían la línea de las baterías del Norte.

Estos parapetos y los claros estaban minados para hacerlos saltar en caso de caer en poder del enemigo. La batería San José también tenía un parapeto para la defensa del observatorio de las minas de ese lado, hecho con sacos de arena. Desde esta batería partían los alambres para inflamar los fulminantes destinados a reventar las minas.

Fuertes peruanos y dispositivo chileno en el Morro de Arica

Los cañones chilenos suspendieron el ataque y se retiraron más a retaguardia para evitar pérdidas inútiles, pues los fuegos de la gruesa artillería de la plaza los dominaban por completo.

El coronel quiso hacer únicamente una demostración por el norte y oriente para ocultar a Bolognesi los verdaderos propósitos de su plan, haciéndole creer que efectuaría el ataque por estos sectores.

Nuestra artillería no apagaba aún sus fuegos cuando entró en acción Latorre con la división bloqueadora. El Loa, con su nuevo cañón Armstrong de largo alcance, avanzó ceñido a la costa. Al centro de la bahía, más afuera, la corbeta Magallanes. Más al oeste, la Covadonga proa al Morro.

El Loa bombardeó las baterías del Norte; la Covadonga a 2500 metros, tomó como objetivo los fuertes del Este; y la Magallanes, a 3500 metros, las baterías del Morro y el fuerte del cerro Gordo.

El Cochrane avanzó pausadamente, acercándose a 2000 metros del fondeadero. Todos los cañones de la plaza se concentraron sobre él; el enemigo le tenía una fuerte inquina al vencedor de Angamos. Latorre se encarnizó contra el Manco Cápac, aunque de cuando en cuando enviaba algunas granadas al fuerte Ciudadela.

Los buques pararon el fuego a las 4 pm en cumplimiento de un acuerdo entre el general y el comandante Latorre.

Las guerrillas del Buin y del Lautaro avanzaron hasta ponerse a tiro de fusil de los reductos y trincheras contrarias. Los fuertes les enviaban de cuando en cuando bombas de grueso calibre, que no les causan daño.

El coronel Lagos, después de una conferencia con el ingeniero Elmore, consiguió que este se trasladase a los campamentos de Arica y llevara la última proposición de rendir la plaza con todos los honores militares.

Elmore conferenció con Bolognesi y otros jefes amigos y recibió contestación negativa. Volvió a dar cuenta a Lagos, pues había empeñado su palabra de honor en este sentido.

Latorre, terminado el combate, echó anclas en el paraje en que fondeaban los buques de guerra extranjeros, que se lo hacían ese día más afuera temerosos de incomodar a los atacantes.

El jefe chileno efectuó el inventario de la jornada: la Magallanes recibió dos granadas de 150 que le originaron graves destrozos en el material, pero sin bajas en el personal.

El Cochrane tuvo 28 heridos, varios de ellos graves, por una granada enemiga que dio en uno de los portalones y sus cascos incendiaron un saquete de una de las piezas de la batería.

Lagos consiguió su objetivo. El coronel Bolognesi creyó que el ataque chileno se efectuaría contra las obras del Norte y del Este. Por vía de precaución envió a la VIII División a reforzar la guarnición de la línea San José, Santa Rosa y Dos de Mayo, con lo que debilitó la potencia del Morro.

Lagos hizo saber en la orden del día a los oficiales y la tropa los caracteres de la empresa, explicando con toda claridad el papel que le correspondía a cada cuerpo, sin disimular un ápice los peligros que encerraba.

Esperaba que todos cumplieran con su deber y manifestó la confianza de que la Reserva, que fue espectadora en Tacna, recogiera en Arica los laureles a que son acreedores los esforzados regimientos a sus órdenes.

A media noche en punto se puso en movimiento, conduciendo a los regimientos en columnas por compañía, con el objeto de acercarse lo más posible a los fuertes, para evitar el cansancio de la tropa en el avance y las bajas originadas por la gruesa artillería, sobre los cuerpos en marcha.

Los cazadores de Novoa seguían a retaguardia, después de avivar las fogatas del rancho para que el enemigo lo creyera tranquilo en los campamentos.

La marcha se efectuó en absoluto silencio, con toda clase de precauciones para salvar los accidentes del terreno.

Llegó a 1200 metros, es decir, a tiro de fusil de los atrincheramientos. Mandó hacer alto al Buin y dio a los jefes de los regimientos 3º y 4º las últimas instrucciones para llegar a su destino conducidos por sus guías, los capitanes Munizaga y Campos, que habían empleado el día en estudiar el terreno para no equivocar el camino en la obscuridad de la noche.

El Lautaro, que debía recorrer la dilatada pampa del Chinchorro, se puso en marcha apenas entrada la noche, obscura y nebulosa, seguido de Carabineros.

Al amanecer, los dos batallones se encontraron cercanos a su objetivo. El segundo batallón, mandado por el comandante Robles, atacaría el fuerte San José; el primero del mayor Carvillo Orrego, el Santa Rosa. Tomados ambos fuertes, asaltarían al Dos de Mayo y de ahí, atravesando Las Chimbas, seguirían hasta la ciudad en la cual posiblemente, se atrincheraría el enemigo, mientras resistiera el Morro.

Como a las 5 am los lautaros, dispersos en guerrilla, después de un buen descanso en la pampa, avanzaron sobre la hoya del río San José; atravesaron el cauce seco y alcanzaron hasta los fundamentos de los fuertes sin ser sentidos por los centinelas contrarios.

Al aclarar, se desplegó medio batallón del Bulnes para acudir en auxilio del Lautaro en caso de necesidad; el otro medio batallón quedó encargado de la guardia de la artillería y de evitar que el enemigo pudiera escapar por el oriente.

Los regimientos atacantes se dirigieron a su destino a las seis de la mañana. El 3º de Línea a la derecha al fuerte Ciudadela, primero de la línea del este. El 4º de Línea hacia el fuerte del cerro Gordo, primero de la línea del sur.

Ambos desplegaron un batallón en guerrilla mientras que el otro siguió en columna, listo para dispersarse.

El bravo comandante Gutiérrez mandaba el batallón de vanguardia del 3º; el mayor Federico Castro, el batallón de reserva. El coronel Ricardo Castro, todo el regimiento.

El comandante San Martín tomó a su cargo las guerrillas del 4º; el mayor Solo de Saldívar, las columnas de reserva.

¿Quién vive? gritaron los centinelas avanzados. ¿Quién vive? Repitió el cordón de retenes. Nadie respondió. Adelante, adelante y en silencio.

Una luz y un disparo de cañón, muchas luces y muchos disparos. El fuego de artillería se intensificó. Los chilenos, callados, continuaron avanzando; querían ganar terreno. Se iluminaron las líneas de atrincheramiento y reductos; se originaron las primeras bajas.

Los cornetas de Gutiérrez y San Martín tocan atención, fuego y redoblado; fuego en avance gritan los oficiales. Adelante, adelante guía al centro; los fusiles sin alza.

El fuego se hizo general. Los cerros y laderas se iluminaron, algunas minas aisladas estallaron aumentando el fragor del combate en que el chisporroteo de disparo de los fusiles es cortado por el bronco tronar de las piezas de grueso calibre y el estallar de las granadas de 150 y 200 libras.

La infantería chilena cruzó la zona peligrosa, ascendió la escarpa y quedó al abrigo al pie de los fuertes. Llegó a la primera fila de sacos de arena; los niños sacaron los corvos, en el más profundo silencio; la arena corrió de los sacos destripados; pasaron de una fila a otra; arriba, arriba, ¡Viva Chile! entraron al fuerte y empezó el entrevero pues la guarnición recibió a los asaltantes a pie firme en la punta de las bayonetas.

Los tiros cesaron y entró a operar el arma blanca.

A los vivas chilenos, respondieron los mueras peruanos; los terceros, en gran parte repatriados, tenían muchos odios que vengar, muchas infamias que lavar.

A bayoneta, culatazo y corvo rechazaron la guarnición hasta el centro de la plazoleta. El comandante del Granaderos de Tacna, coronel Justo Arias y Aragüez, animaba a los suyos en primera fila. Partió la cabeza de un sablazo a un tercerino y cayó en su puesto.

Los subtenientes José Ignacio López y José Miguel Poblete y el teniente Arriagada, que entraron de los primeros, corrieron a bajar la bandera. Reventó una mina que encumbró al teniente Arriagada y a unos diez chilenos y unos veinte peruanos, destrozando al subteniente Poblete. Los restos calcinados volaron por el aire. La ira se apoderó de los asaltantes: no había cuartel. A corvo y culatazos, dieron cuenta de los defensores, acorralados en un rincón del fuerte.

En vano los jefes y oficiales les gritaban que el fuerte ya estaba tomado. Los tercerinos, ciegos de furor, remataban sin piedad a esos infelices. Estallaron dos nuevas explosiones en el fuerte Nº 2 del Este; el estampido producía el delirio en esos locos, embriagados de sangre y odio. Quedaban apenas un oficial y diez soldados sin lesiones en ese montón de cadáveres, de donde corría una ola de sangre en que se enterraba hasta los nudos el caballo del comandante Gutiérrez.

El coronel Bolognesi, al notar el silencio por el norte y el pavoroso fuego en el este, ordenó que la VIII División subiera en auxilio del fuerte Ciudadela.

Se presentaron el coronel Ramón Zavala con medio batallón del Tarapacá y el coronel Roque Sáenz Peña con medio batallón del Iquique.

El comandante Gutiérrez, siempre a caballo en el centro del fuerte, formó la tropa y les recibió con nutridas descargas y les hizo buscar refugio en el Morro, cuya ladera suben bajo el horroroso fuego del 3º.

Cayeron ahí el coronel Zavala, comandante del Tarapacá; el 2do jefe del mismo cuerpo teniente coronel Benigno Cornejo; el jefe de Estado Mayor de la VIII División coronel Mariano Bustamante; y el segundo del Iquique comandante Isidoro Salazar y varios oficiales.

El 1er batallón del 3º no cesaba el fuego certero. El 2do batallón, después de desocuparse del Fuerte Nº 2 del Este, tomó de flanco los medios batallones de la izquierda del Tarapacá e Iquique, les cortó la retirada al Morro y los empujó hacia la población, donde más tarde fueron exterminados entre los terceros y los lautaros.

Mientras tanto San Martín, con el 1er Batallón del 4º en guerrilla, arrolló a los defensores de los reductos, escaló cerro Gordo, asaltó el fuerte y acabó con la guarnición. El mayor Nicarino y los capitanes Martínez y Kindt cayeron a la cabeza de su tropa.

Se juntaron los dos batallones del 4º. Ahí debían hacer alto y esperar al 3º para asaltar el Morro. ¡Qué esperanza! El enemigo huía. San Martín se puso a la cabeza y gritó: ¡Al Morro! ¡El Morro para el 4º!, como quien convida a dulces y confites.

Los reductos cayeron uno en pos de otro, llegando al fondo de la depresión; había que subir; no importa.

¡Al Morro! ¡Al Morro! ¡Viva el 4º!

Junto a la entrada a las baterías había un fuerte reducto. Bolognesi y Moore organizaron ahí una cruda y desesperada resistencia. Cayeron muchos asaltantes. ¡Mataron a mi comandante! Dijeron algunos; a esta voz, gritaron los cuartos: ¡A vengar a mi comandante! Arrollaron a los defensores del reducto, entraron a la meseta, y rugientes de ira por la muerte del jefe querido y embriagados por la sangre y el furor del combate, no dejaron enemigo en pie.

Bolognesi, Moore, Ugarte y Blondel, murieron como buenos soldados, al pie de la bandera, disparando todos los tiros de sus revólveres.

El capitán Ricardo Silva Arriagada, que había llegado, al pie de la asta de la bandera, la hizo arriar por un guía de su compañía, elevando la banderola de su unidad. Tomó ahí prisioneros a los coroneles Roque Sáenz Peña, Juan de la Torre y Manuel Francisco Chocano, y ordenó imperiosamente a la tropa que cesara toda persecución, tomando prisioneros a los vencidos.

“Soldados, dice a los del 4º, os notifico que el que se rinde está salvado y es una cobardía matarlo”.

En esos momentos estalló uno de los cañones abocados al mar, por fortuna sin ocasionar víctimas.

La tropa quería ultimar a los prisioneros, acusándolos de traición. Pero el capitán Silva logró imponerse y la tropa cedió al imperio de la disciplina.

El Lautaro, tan pronto como sintió el primer disparo de artillería, se lanzó a la carrera sobre los reductos, que no ofrecían resistencia. Atacaron en seguida los fuertes San José y Santa Rosa, que el enemigo evacuó haciéndolos saltar conjuntamente con sus gruesos cañones.

Dueños de estos fuertes, ocuparon el Dos de Mayo y marcharon hacia Las Chimbas en persecución del enemigo, no obstante recibir dos bombas de 500 libras disparadas por el Manco Cápac que se despidió de la vida naval ahogándose majestuosamente con la bandera al tope después de embarcar la tripulación en los botes para entregarse a nuestras naves.

Más hizo la torpedera Alianza que, rompiendo el bloqueo, alcanzó hasta las cercanías de Pacocha donde los tripulantes la vararon para dirigirse a Moquegua por tierra. Desgraciadamente para ellos, una patrulla del Caupolicán los hizo prisioneros. Las autoridades de Pacocha los remitieron a Arica.

El Buin, triste y resignado, siguió tras el coronel Lagos. Los niños del 3º y 4º no les dejaron siquiera un bocado. El coronel Lagos los consoló diciéndoles: “Otra vez las echará el Buin”.

La plaza de Arica cayó en poder de las fuerzas chilenas en hora y media, más o menos, pero el ataque al Morro demoró apenas 55 minutos a reloj.

El coronel Lagos encomendó al comandante del Buin patrullar la ciudad con tropa del regimiento y ordenó a los cirujanos y practicantes de cuerpo que establecieran la ambulancia. Pronto bajaron los cirujanos de los buques con útiles y medicinas.

Chile debe una palabra de gratitud a los cirujanos de las naves extranjeras al ancla en Arica, que mandaron a tierra cirujanos, practicantes, medicina y toda clase de útiles para las primeras curaciones y trabajaron con eficacia ejemplar.

La captura de Arica costó al ejército chileno 474 bajas. De ellos, 5 oficiales muertos y 18 heridos. En la tropa cayeron muertos 114 y 337 resultaron heridos.

La muerte que más acongojó a las tropas fue la del comandante del 4º de Línea, el teniente coronel Juan José San Martín

Las pérdidas de los defensores fueron bastante crecidas. Se calculan aproximadamente en 900 muertos, 200 heridos, 600 prisioneros y 100 dispersos, lo que da un total de 1800 bajas.

Murieron heroicamente el coronel Francisco Bolognesi, jefe de la plaza; el coronel José Joaquín Inclán, comandante general de la VII División, el coronel Alfonso Ugarte, comandante general de la VIII División; el coronel Justo Arias Aragüés, jefe de los Granaderos de Tacna; el coronel Mariano  Bustamante, jefe de detalle de la VIII División; el capitán de navío, Juan Guillermo Moore, jefe de las baterías del Morro; el teniente coronel Ramón Zabala, jefe del Batallón Tarapacá; el teniente coronel Benigno Cornejo, 2do jefe del mismo; el teniente coronel Francisco Cornejo, jefe del Batallón Piérola; el teniente coronel Ricardo O’Donovan, jefe de detalle de la VII División; el sargento mayor, Isidoro Blondel, 1er jefe de Artesanos; el sargento mayor Isidoro Salazar, 2do jefe del batallón Iquique; y muchos otros oficiales y soldados.

El Cuartel General y el Estado Mayor, seguidos de la artillería y la caballería ocuparon el puerto a las 8:20 am. Se tocó llamada y se acuartelaron tropas para salir más tarde comisiones encargadas de recoger heridos, enterrar muertos y reunir e inventariar el valioso material de guerra y pertrechos conquistados.

Inmediatamente después el general envió a Iquique el siguiente parte, dirigido al Supremo Gobierno.

Señor ministro de la Guerra:

Arica, junio 7 de 1880.

El día 3 del presente, me puse en marcha para este puerto con el objeto de destruir la última fuerza enemiga que se mantenía en pie de resistencia en esos departamentos.

Después de estudiadas las posiciones del enemigo y colocadas conveniente-mente nuestras fuerzas envié el 5 por la mañana un parlamentario al jefe de la plaza intimándole rendición, en vista de la inutilidad de su resistencia.

La resolución del coronel Bolognesi fue negativa, y en vista de ella rompí las hostilidades con nuestra artillería.

Ayer la escuadra bombardeó, la plaza por espacio de tres horas.

Adoptadas las últimas disposiciones, resolví atacar hoy en la madrugada las fortificaciones de esta plaza. Efectivamente los fuegos se rompieron al aclarar, y después de poco más de una hora de un reñido combate, la ciudad estaba en nuestro poder.

El enemigo hizo volar con minas preparadas de antemano algunas de las fortificaciones. Solamente en el Morro quedaron algunos cañones útiles.

El Manco Cápac, abrió sus válvulas y se fue a pique entregándose su capitán y su tripulación prisioneros a bordo del Itata.

Todo el honor de la jornada corresponde a los regimientos 3º y 4º de Línea, que se batieron con extraordinario, arrojo, y el Lautaro que no encontró gran resistencia en el punto que atacó.

El Cuartel General y Estado Mayor, seguidos de la artillería y caballería ocupan el puerto

El ataque fue dirigido por el coronel Pedro Lagos.

Las pérdidas del enemigo son grandes y las nuestras ascienden a poco más de 300, no alcanzando a 100 los muertos.

La victoria ha sido completa y por ella felicito al país y al Supremo Gobierno.

Manuel Baquedano

La noticia causó en Chile inmenso entusiasmo. El gobierno ascendió a Baquedano a general de división.

El general hizo promulgar el 10 algunos bandos-leyes para el correcto funcionamiento administrativo del territorio bajo nuestras armas.

Por el primero, nombró gobernador civil y militar de la plaza al coronel Samuel Valdivieso.

Por el segundo, decretó que continuarían subsistiendo en el Departamento de Tacna, las leyes y disposiciones relativas a aduanas que regían al tiempo de la ocupación por las armas de la República, con la declaración de que los productos originarios y los procedentes del Perú serían considerados como extranjeros.

Por el tercero declaró libres de derechos de internación los productos chilenos.

El general Baquedano era parco en felicitaciones y proclamas. Sus partes oficiales se hacen notar por la brevedad.

No obstante, no puede prescindir de dirigir una palabra de gratitud y aliento, a los bravos asaltantes de las fortificaciones de Arica.

Con fecha 8 de junio se leyó en los cuerpos la siguiente:

Orden del día.

Arica, junio 8 de 1880.

La historia de la guerra en que estamos empeñados contará entre sus más brillantes episodios la jornada de ayer. Difícilmente podrá acumular en otro punto la naturaleza y la ciencia militar mayores elementos de fuerza y de resistencia, posiciones naturales invisibles, fortalezas inexpugnables, poderosísima artillería, minas convenientemente colocadas para estallar, en el momento oportuno, todo hacía de este puerto una poderosa ciudadela que podría sin temeridad, defenderse contra un grueso ejército. Sin embargo, en poco más de una hora de combate estuvieron en nuestro poder todas las fortalezas del enemigo, sin que los cañones ni las explosiones formidables de las minas, ni el nutrido y mortífero fuego de fusilería hecho por 2000 hombres bien parapetados, pudieran detener la marcha de nuestros soldados que luchaban a pecho descubierto.

Cupo en suerte vencer mayores resistencias y por lo mismo, adquirir mayor gloria a los regimientos 3º y 4º de Línea, que han merecido bien de la Patria con su bizarro comportamiento. Reciban, pues, los bravos de esos dos cuerpos las felicitaciones que les envío en nombre de la nación. Recíbanlas igualmente los regimientos Buin y Lautaro, la artillería de la División, el batallón Bulnes, los escuadrones de Cazadores y los 1º y 2º de Carabineros de Yungay, porque todos ellos han cumplido noblemente con su deber en los puestos que se les designaron.

A los que cayeron en el campo debemos envidiarlos porque tuvieron la suerte de morir por la patria, honrándola con sus sacrificios y con la gloria imperecedera que le han dado.

Entre ellos merece especial mención el teniente coronel Juan José San Martín del Regimiento 4º de línea, que fue siempre un jefe distinguido y murió heroicamente preocupado hasta su último instante de la suerte y de la gloria de su país.

El General en Jefe.

Dispuso igualmente el general que el cadáver de Rafael Sotomayor, depositado en el Cochrane, fueran conducidos al sur junto con el de los comandantes Santa Cruz y San Martín, y que los cañones del Morro hicieran los honores de ordenanza a los restos del exministro de Guerra y Marina, en conformidad a la Orden del Día expedida en Las Yaras el 21 de mayo de 1880, que decía así:

Orden General.

Mayo, 21 de 1880.

El señor Rafael Sotomayor, ministro de Guerra en campaña, ha fallecido ayer a las 5:10 pm. La muerte del señor Sotomayor ha sido recibida por el ejército con indecible pesar.

Con dolor, el país entero se unirá en breve cuando el telégrafo lleve a nuestras capitales la noticia de una desgracia que ha sorprendido a todos, porque todos esperábamos que la vida del señor Sotomayor, llena de abnegación, todavía podía prestar utilísimos servicios en beneficio de la patria.

Cuando se disponga la manera como deben trasladarse los restos al lado de los suyos, que los exige el suelo de la patria, el amor de su familia y el respeto de sus conciudadanos, se ordenarán los honores que deberán hacerse.

El ejército entretanto, llevará luto por ocho días.

De orden del señor general en jefe.

Pedro Lagos

El elemento militar rendía pleno homenaje a los servicios prestados a la patria por el señor Sotomayor.

No terminaremos el presente capítulo sin dejar en claro una leyenda peruana, inventada para inmortalizar la memoria del comandante Alfonso Ugarte, muerto en el Morro en unión de Bolognesi, Moore, Blondel y otros jefes peruanos. Dice la leyenda que Ugarte se arrojó del Morro de Arica en los momentos en que los chilenos se apoderaban de él. Los peruanos han perpetrado el hecho en una plancha de bronce que ocupa uno de los cuatro costados de la base de la estatua levantada en Lima, al valiente defensor del Morro, coronel Bolognesi.

La absoluta verdad es la siguiente:

Narciso Castañeda, exoficial de un batallón cívico movilizado que hizo la campaña del Pacífico, desempeñaba en Arica el empleo de Administrador de Aduanas y el cargo de primer alcalde desde 1892.

Un día se presentó en su despacho el peruano Carlos Orta loza, honorable vecino de Arica y su amigo, solicitando permiso para exhumar los restos del excomandante Alfonso Ugarte, depositados en el cementerio en su sepultura de familia y que estaba convenido con el gobierno de Lima para enviarlos privadamente a esa capital.

Pedía a Castañeda que, como primer alcalde, le diera el permiso de la extracción y, como Administración de Aduana, autorizara el embarque y que todo se hiciera con el mayor silencio.

Castañeda accedió a tan justas peticiones y, aún más, aceptó su invitación para ir al cementerio. Vio los deformes restos y reconoció una camisa que tenía el nombre de Carlos Ortaloza.

El cadáver fue encajonado a la vista de Fermín Federico Soza y de un señor Portocarrero. Dos horas después, fue embarcado en un vapor mercante con destino al Callao.

La familia del señor Ortaloza, que residía en nuestro país, tuvo conocimiento de lo ocurrido.

Armamentos, municiones y trofeos, tomados en Arica

Los principales elementos tomados fueron 13 cañones en perfecto estado de servicio, distribuidos en dos Parrott de a 100 libras, un Vavasseur de a 250 libras, dos Parrott de a 30 libras, siete Voruz de a 100 libras y uno de bronce de a 12 libras.

Siete cañones habían sido destrozados por medio de la dinamita por los defensores.

También se capturaron más de 1500 balas y granadas para esos cañones, 1200 fusiles de diversos sistemas, con sus respectivas dotaciones de municiones, una cantidad considerable de dinamita, guías, pólvora, herramientas y útiles para el servicio de los fuertes.

Muchas banderas y algunos estandartes.