La Batalla de Tacna

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo II, capítulo XXII de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

Las bandas del ejército rompieron con alegres dianas al amanecer del 25 de mayo de 1880. Los campamentos de Quebrada Honda se animaron con el ir y venir de la tropa que se alistaba para la jornada. Los capitanes se afanaron para presentar sus compañías en revista y vigilaban el reparto de municiones, porque cada individuo debe llevar 130 tiros en la canana.

A las 6 am se toca lista y parte. Después, las compañías formaron en círculo para la lectura de la Orden del Cuerpo.

El Comando Supremo no dio proclamas ni orden general. Todo estaba ordenado y listo de antemano. Pero los jefes creyeron conveniente hacer las últimas recomendaciones a sus subordinados. Reproducimos la orden dada por el comandante del batallón Coquimbo, Alejandro Gorostiaga, el futuro vencedor de Huamachuco, conservada por uno de los oficiales del cuerpo. Dice:

Soldados del Coquimbo:

Vuestro comportamiento en la campaña os ha hecho merecer un buen nombre en el ejército. Continuad sirviendo con moralidad y patriotismo y podré decir que habéis cumplido con vuestro deber. Al frente del enemigo y en la pelea, sed tranquilos y observad muy atentamente las órdenes de vuestros jefes y oficial, y obtendremos la victoria, que engrandecerá a la Patria y a sus hijos.

Mirad la bandera que irá al centro y seguid siempre en su línea.

Alejandro Gorostiaga.

Los comandantes de cuerpo que usaban fusil Gras, recalcaron por centésima vez a los soldados que tan pronto como se atascara el mecanismo del fusil con el finísimo polvo del desierto, orinaran sobre él e hicieran girar el obturador.

El Gras es un verdadero aparato de relojería. El polvo impalpable que levanta el viento en la pampa y se mantiene en el aire llena los ajustes del mecanismo e impide su funcionamiento. Este fenómeno lo presentó el Coquimbo en la Batalla de Dolores que tenía dotación de Gras. Los mineros encontraron pronto el remedio.

Se repitió después en Los Ángeles con el Atacama que había cambiado los Comblain por Gras en Pisagua, con resultado favorable. Los atacameños tenían la receta. Estudiado el hecho por el comandante Martínez, jefe de ingenieros, encontró el método fácil, barato y eminentemente científico, en virtud del principio físico de que los cuerpos se dilatan por el calor.

Pasada la lista, los batallones se sirvieron almuerzo caliente y café, y surtieron el morral con la ración de fierro de la primera etapa, charqui y galleta. Pero los soldados, que ya conocían el desierto, añadieron al morral carne, papas y tortillas de rescoldo. Mezclaron también el agua de la caramayola con dos cucharadas de infusión de té, bebida eficaz para apagar la sed.

A las 8 am se movieron los cuerpos a tomar formación de combate en la pampa sur de Quebrada Honda. Las divisiones I a la derecha y II a la izquierda, formaron la primera línea; la III y la IV la segunda línea; y la Reserva General, la tercera.

Como todo es camino en la dilatada llanura, el ejército siguió a campo traviesa con dirección suroeste recto al Campo de La Alianza, dejando a la izquierda la huella del camino real entre Las Yaras y Tacna por el que marcharon los carros del parque y bagaje, las recuas de mulas y las ambulancias. La artillería y caballería marchaban en las alas y a retaguardia del centro. Terminados los movimientos de la formación, la tropa armó pabellones y los jefes de cuerpo se retiraron con sus oficiales a un lugar distanciado. Formados en rueda los oficiales en torno del comandante, este les dice: ¿Juráis por vuestro honor no revelar a nadie lo que os voy a comunicar? Los oficiales llevan la diestra a la empuñadura de la espada y responden: juramos.

El comandante agregó:

El general tiene profunda fe en la victoria, pero esta confianza no excluye las precauciones. En caso de revés, del ejército de ataque y la reserva, la caballería recibirá orden de dejarse matar cubriendo la retirada. El movimiento de retroceso se hará con todo orden sobre Yaras, a donde se llamará por telégrafo a la guarnición de Pacocha-Hospicio, en tanto nuestros transportes traen las guarniciones de Pisagua y Antofagasta.

Ahora buena suerte.

A las 7 ½ los clarines del Estado Mayor General tocan llamada y marcha. Las divisiones rompen pabellones y emprenden el avance, internándose en el desierto en este orden de combate.

Orden de combate

Por el flanco derecho de la I División avanzó la Brigada Salvo en columnas por batería. En su primera línea iba la batería Flores con cuatro cañones Krupp de campaña y dos ametralladoras. En la segunda línea, la batería Villarroel con seis cañones Krupp de campaña.

A retaguardia de la artillería, los granaderos a caballo del comandante Yávar y el comandante general de la caballería, coronel José Francisco Vergara.

Segunda línea

La IV División formaba una división independiente de las tres armas. A retaguardia del Cazadores del Desierto, seguía la batería Fontecilla con 6 piezas Krupp de montaña.

En pos de ella, el Regimiento Cazadores a Caballo y el 2º Escuadrón de Carabineros de Yungay en columnas por escuadrón.

Cerraba la formación la brigada de artillería Frías, en columnas por batería: en primera fila, la batería Jarpa con seis cañones y en segunda fila, la batería Gómez de cuatro cañones y dos ametralladoras.

A retaguardia del centro, marchaba la brigada Fuentes, en columnas por baterías: primera fila, batería Errázuriz, con cinco Krupp de montaña; segunda fila, batería Sanfuentes, 6 cañones rayados franceses de bronce.

Tercera línea

En columna por batallón

El Cuartel General y el Estado Mayor no tuvieron puesto fijo durante la marcha. Recorrían todo el campo para subsanar las dificultades.

Por el camino real marchaban el Bagaje, el Parque y las Ambulancias.

A las 8½ am el ejército chileno estaba a la vista del cerro de Intiorco. Las divisiones tomaron posiciones, pasando los batallones del orden de combate al orden de ataque, tomando la línea en columnas por compañía, menos la reserva que conservó su formación en columnas por batallón.

La caminata se hizo con lentitud a través de la pampa de arena movediza y de las ondulaciones del terreno, pues había que esperar a la artillería de campaña cuyos caballos se enterraban hasta las cañas en la tierra suelta. Por fin a las 9 am tomó posiciones a 3500 metros de las del enemigo, desde donde rompió los fuegos porque el ganado no podía más para el arrastre de la pieza, no obstante, sus doce parejas.

Se inició un duelo de artillería entre ambas líneas con buena puntería de nuestro lado y de los artilleros bolivianos, pero deficiente de parte de los sirvientes de las piezas peruanas.

En el alcance de los cañones no se nota superioridad en ambos contendores; las granadas sobrepasan el emplazamiento de las piezas en los dos campos. En cuanto al número, los chilenos superan a los aliados.

Los aliados disparan cinco en la derecha del coronel Flores; tres en el centro, de los comandantes Palacios y Camacho; y once en la izquierda, del comandante Pando y coronel Panizo; mientras los chilenos hacen funcionar- seis Fontecilla, diez Frías, once Fuentes y diez Salvo. En total diecinueve cañones aliados más cuatro ametralladoras contra treinta y siete chilenos.

El cañoneo se intensificó crudamente desde las 9 a las 10 am. A esta hora los ayudantes del Estado Mayor llevaron a los coroneles Amengual y Barceló la orden de iniciar el ataque, aunque previniendo a este que marchase con cierta lentitud para entrar a la línea al mismo tiempo que la I División, la cual debía recorrer más campo.

La I División marchaba contra el coronel Camacho, comandante de la izquierda aliada; y la II, contra el centro comandado por el coronel Castro Pinto.

Amengual tenía a sus órdenes:

Infantería (incluyendo 124 pontoneros) ……… 2759 hombres

Artillería ………………………………………………………………..    242        ”

Granaderos ……………………………………………………………   382         ”        .

Total ………………………………………………………………………. 3383 hombres

La artillería llevaba diez cañones y dos ametralladoras.

El ala de Camacho contaba de 4250 combatientes con 11 cañones, bien atrincherados y ocultos.

El coronel Amengual dispuso su orden de ataque en tres líneas, en columnas por compañía. A la vanguardia iba el Batallón Valparaíso, seguido por el 1er Batallón del Esmeralda y el Batallón Navales. Como reserva llevaba al 2do Batallón del Esmeralda, el Batallón Chillán y la Compañía de Pontoneros.

La I División siguió en este orden acercándose a la línea enemiga, que no da señales de vida pues no se divisa siquiera el quepí de los infantes. Se acerca hasta los mil metros. Para desenmascarar al enemigo, hizo desplegar en guerrilla al Valparaíso, que avanzó con su estandarte como guía colocado al centro del batallón.

A poco andar, el enemigo rompió en descargas cerradas desde la ceja arenosa que ocultaba el frente de batalla de los aliados.

El ejército entero vio como el Valparaíso desapareció tendido en la arena. Luego hizo fuego en avance, destacándose el coronel Niño que recorría a caballo las filas para conducirlas al frente.

Amengual, tan pronto como el Valparaíso se comprometió con el enemigo, hizo que el Esmeralda, por la izquierda, y el Navales, por la derecha, se dispersasen compañía por compañía y avanzaran a la línea de fuego que arreciaba con singular intensidad.

Amengual recibió comunicación de la artillería de Salvo de que el enemigo desguarnecía la izquierda para reforzar el centro. No deseaba más el jefe chileno. Hizo formar en guerrilla a los batallones de reserva, Chillán, 2do del Esmeralda y la Compañía de Pontoneros y los envió a la línea; seguro del éxito, marchando a grandes saltos a la conquista de la cortina medanosa que resguardaba a los contrarios.

El coronel Barceló, tan pronto divisó al Valparaíso empeñado en acción, ordenó que los cuerpos dispersaran sus compañías hasta cubrir todo el frente de Castro Pinto y avanzó desplegado en guerrilla. Llevaba como efectivo 2181 combatientes contra las fuerzas del coronel Castro Pinto, ascendentes a 4500 individuos con tres cañones y tres ametralladoras.

Eran las 10:45 de la mañana.

Barceló sabía su oficio de jefe. A la experiencia unía la calma. Llevó su línea a saltos cortos y sin precipitación para no cansar a la tropa, con fuego lento y apuntando bien, economizando cartuchos para la embestida final.

Como a la media hora de empeño, más o menos, Barceló hizo tocar alto la marcha para dar un respiro a la gente agobiada por el avance en el médano y bajo un sol abrasador cuyos rayos caían a plomo.

El Atacama y el Santiago hicieron alto y se ocultaron. El 2º de Línea siguió adelante, sordo a las cornetas y a la disciplina. El comandante Del Canto no hizo caso de la orden de su superior; aquel era su carácter. Sus arranques indóciles apagaban sus cualidades de soldado valiente.

Barceló, temeroso del aniquilamiento del 2º y del claro que se formaría en la línea de combate, siguió de mal grado el movimiento ofensivo de su desobediente subalterno.

La ceja del cerro estaba cerca y Del Canto quería conquistarla.

La I y II Divisiones se creían próximas al éxito. Pero en un momento, la faz de la lucha cambió completamente.

Campero, al contemplar el despliegue de Amengual y su propensión a oblicuar a la derecha, se felicitó de haber adivinado las intenciones de Baquedano y, rebasando el ala izquierda chilena, la envolvió para acabarla por retaguardia.

No obstante que el ala de Camacho era bastante fuerte y superior en efectivo a la I División chilena, la hizo reforzar con gente traída del centro y del flanco derecho proveniente del contingente de Montero. Desde luego Camacho pidió refuerzos a Castro Pinto antes de que este estuviera en apuros. El comandante del centro le envió las divisiones peruanas IV del coronel Mendoza, compuesta de los batallones Victoria del coronel Godínez; Huáscar del coronel Barriga; y la V al mando del coronel Herrera, compuesta por los batallones Ayacucho, comandante Somocurcio; y Arequipa comandada por el coronel Iraola.

Como si eso fuera poco, Campero en persona se trasladó a la derecha y obtuvo de Montero la reserva boliviana formada de los batallones Alianza (Colorados), del coronel Murguía; y Aroma, coronel Silvestre Doria Medina. Amengual y Barceló dirigieron sus divisiones que formaban una sola línea, contra la cortina de refugio de los aliados.

Cerca ya apareció el general Acosta con su división fresca. A descargas cerradas detuvo a Amengual. Igual situación se produjo en el centro. Barceló quedó atascado ante el fuego del enemigo parapetado.

La situación se tornó crítica para la línea chilena. Amengual entró al combate con 3383 hombres y Barceló con 2181, lo que hacía un total de 5564 combatientes. Camacho y Castro Pinto tenían por su parte 4250 hombres el primero y 4500 el segundo, los que sumaban 9750 plazas. Ahora, con el refuerzo de las divisiones Mendoza, Herrera y Murguía aumentaron el efectivo en 3000 hombres más o menos.

La línea chilena no pudo avanzar más. Además, comenzaron a escasear las municiones que se reponían con las de los muertos y heridos.

Amengual y Barceló tocaron retirada. Un grito atronador de victoria salió de la línea aliada. Camacho recibió en esos momentos los batallones Alianza y Aroma. A su cabeza inició un contraataque que arrolló a los chilenos. Castro Pinto siguió el movimiento; salió de sus trincheras y arremetió con bríos contra los hombres de Barceló.

Baquedano permanecía impasible, no obstante que recibió ayudantes que demandaban municiones y refuerzos. Ordenó al parque el envío de municiones a la línea de fuego y contestó tranquilamente a los ayudantes que solicitaran refuerzos: A su tiempo, a su tiempo, y mandó a Lagos al fuego para ver lo que ocurre.

Como las mulas se resistían a acercarse al fuego, los ayudantes y los carabineros condujeron en sus sillas los cajones de municiones a la línea de combate.

La II División cedió el terreno como en un ejercicio. El 2º y el Santiago marcharon a retaguardia los veinte pasos reglamentarios. Luego, con frente al enemigo, rodilla en tierra y fuego.

El bravo Atacama, cuerpo relativamente nuevo, se resintió por la fuerte presión enemiga y se fraccionó. Sus oficiales le hicieron entrar en línea, pero con desconcierto. Se formaron pelotones que ofrecían un fuego fácil al enemigo.

Cayeron numerosos heridos, que los aliados remataban sin piedad.

La I División soportó todo el peso de las numerosas fuerzas de Camacho, que avanzaron y en su furia no daban cuartel, sacrificando a cuanto herido chileno encontraban a su paso, proceder deshonroso para quienes se baten con bravura. Varios grupos quedaron dentro de las fuerzas contrarias; rodeados, defendieron caras sus vidas.

Holley pidió protección a Granaderos a Caballo; Vergara corrió donde el general en jefe a solicitar su venia. Una vez obtenida, voló a ponerse a la cabeza del Regimiento junto con Yávar.

Los granaderos cargaron como una tromba, levantando una nube rojiza de tierra, que llenó el campo. Camacho se detuvo a contener la ola que le caía encima. Murguía hizo formar cuadro al Alianza y al Aroma; los granaderos fallaron en la maniobra, siendo rechazados por los cuerpos de la izquierda contraria con vivísimo fuego.

Los granaderos cargaron en batalla. ¿Por qué? No ha podido saberse con certeza, quién dio la voz de mando.

El regimiento desfilaba por el flanco derecho, paralelo al frente enemigo, en filas de a cuatro, cubierto por una depresión del terreno. Cuando el coronel Vergara trajo la orden de carga, el comandante Yávar mandó por cuatro a la izquierda; el cuerpo quedó en batalla, maniobra preliminar para intervenir, escuadrón por escuadrón, escalonados.

Hallándose en batalla, se sintió la voz de mando a la carga, y el cuerpo salió disparado como un celaje.

Conviene recordar aquí un incidente, revelador de los cariñosos lazos que unían a los miembros del ejército.

En la carga de granaderos le mataron el caballo al mayor David Marzán. El soldado Jovino Maturana se desmontó, le cedió el suyo a su mayor y siguió batiéndose con su carabina, embebido en las filas de los infantes.

Maturana fue reconocido como sargento en la orden del día.

Castro Pinto detuvo también el avance del centro en espera de la definición del choque de la caballería chilena, dando así respiro a Barceló. Volvió Lagos al lado del general en jefe y le expuso llanamente la situación.

Baquedano envió dos ayudantes que llevaron a Barboza la orden de embestir fuertemente al enemigo y a Lagos que comunicara a Amunátegui la salida de la III División en refuerzo de Amengual y Barceló. El general en jefe, con el cuartel General, el Estado Mayor, el 1er Escuadrón de Carabineros y la Reserva siempre en columnas por batallón, avanzó a la altura de la III División. La artillería de campaña se adelantó mil metros; la de montaña entró a las filas de los infantes.

Antes de recibir orden de avance, los cuerpos de Amunátegui sintieron el toque de atención. Llegaron los capellanes. El presbítero Fontecilla, alzándose sobre los estribos frente a uno de ellos, exclamó:

Compatriotas y hermanos, vamos a entrar al fuego; cumplid vuestro deber como chilenos; mientras tanto, lo cumpliréis como católicos.

El comandante manda: ¡Batallón rindan, arm!

En nombre de Dios Todopoderoso, criador del cielo y de la tierra, agregó Fontecilla, os doy la solemne bendición. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea el tu nombre venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.

En esos momentos, Lagos traía la orden de avanzar. Cada cuerpo partió a su destino, pues los jefes tenían instrucciones de antemano.

La Artillería de Marina oblicuó a la derecha hacia la I División, desplegando las compañías en guerrilla. Se dispersaron igualmente el Chacabuco y el Coquimbo y marcharon en una extensa línea hacia el Santiago y el 2º de Línea.

La III División sufrió bastantes bajas antes de disparar un tiro, pues no hacía fuego por tener a sus compatriotas por delante.

Al fin, las hileras que avanzaban se cruzaron con las hileras que se retiraban; el campo estaba despejado. El enemigo al frente a menos de cuatrocientos metros; los cuerpos hicieron alto y comenzaron el fuego.

Los chilenos ven ahora al enemigo frente a frente. Se trata de entenderse con hombres, no con trincheras.

A la vez, resonaba el cañón por la izquierda chilena; la IV División se lanzó contra Montero, que presentó cruda resistencia al ataque.

Los lautaros, casi todos repatriados del Perú, avanzaron por la derecha los oficiales gritaban a la tropa: ¡Vengad ahora la expulsión de vuestros hogares y el saqueo de vuestras casas!

Santa Cruz, por el centro, dijo a sus zapadores: ¡De frente; estos fueron los que asesinaron a nuestros compañeros heridos en Tarapacá!

Wood con los Cazadores del Desierto rebasó la extrema derecha de Montero y atacó el fortín de Flores por la retaguardia.

En el centro y derecha chilena el éxito no es menor. Amunátegui, después de algunos minutos de fuego, ordenó marcha redoblada; los cornetas de la línea repitieron el toque; los cuerpos avanzaron con fuego cada vez más nutrido; los aliados, atemorizados, querían volver a sus trincheras, pero eran fusilados por la espalda. Otros cuerpos peruanos y bolivianos, indistintamente, se dejaban matar en sus puestos.

En tanto, Baquedano se acercaba lentamente con su fuerte reserva, cuya sola vista quitó toda esperanza a los aliados.

Los mineros coquimbanos, acostumbrados al cerro y al desierto, llegaron a las trincheras pisando los talones del enemigo que trataba de resistir.

El capitán Larraín Alcalde cargó a la bayoneta con su compañía y remató los últimos grupos.

Un desconocido soldado del Coquimbo fue el primero en trepar sobre la trinchera enemiga y, con el fusil en alto, gritó a sus compañeros: ¡Adelante rotos del Coquimbo! Terminó sus palabras y se dobló, atravesado por cuatro balas.

El centro estaba roto, el enemigo huía. El Coquimbo se había colado por el claro.

Los efectivos de las Divisiones I y II, amunicionados, formados y numerados se incorporaron a la III División y finalizaron la pelea. Las granadas de la artillería de montaña, embebida desde el principio en las primeras filas de infantes, cambiaron la retirada en derrota.

Los cuerpos continuaron la persecución sin amainar el mortífero fuego. La retirada enemiga pasó de la derrota a la más completa dispersión. Un grito de gozo, un ¡Viva Chile! anuncia la feliz nueva: Tacna estaba a la vista.

Allí estaba Tacna, a los pies del vencedor, rodeada de sus campos de verduras. Más allá el Caplina hacía olvidar la sed a las fauces ardientes del soldado, que tiene a la vista el fruto de sus esfuerzos.

Los clarines del Cuartel General tocaron alto la marcha; los cornetas de los regimientos repitieron la orden. En eso, la derecha divisó la formación de un grueso núcleo en la hacienda de Para y bajó al valle para deshacer ese grupo y cortarle el camino hacia Arica.

Eran las 2:30 pm.

Se formó nuevamente la línea y los soldados, entreverados para el ataque final, buscaban sus compañías y los cuerpos se reorganizaron, listos para entrar nuevamente en batalla.

En esto se oyó, un estruendoso vocerío por la izquierda, y luego los acordes de la Canción Nacional. El general recorría la línea, erguido y radiante, sobre su corcel de guerra. Los jefes salieron a su paso a darle cuenta de las novedades del día.

Al enfrentar al Coquimbo saludó su estandarte, que se inclinó ante el Comando Supremo.

Gloriosa bandera, dice; la he visto adelante, adelante. Que avance la escolta.

Se adelantó el cabo Miguel Vera con la sagrada insignia y a su derecha el cabo Domingo Meléndez, bayoneta armada. Era cuanto quedaba de la escolta.

El general levantó su quepí, saludó el estandarte y exclamó conmovido:

 ¡Glorioso! ¡Glorioso!

El subteniente abanderado, Carlos Luis Arrieta, había sido herido gravemente y reemplazado por el subteniente Juan Gualberto Varas que herido murió ocho días después. Le sucedieron los sargentos de la escolta Juan Oyarce y Cristián Helberg, ambos muertos, y los cabos de la misma, Daniel Díaz, muerto, y Bernardo Segovia, herido.

Poco después comisionó al coronel Vergara para bajar a la ciudad a pedir la rendición incondicional. Las autoridades habían huido y el cuerpo consular ya había presentado sus respetos al coronel Amengual que entró a la ciudad con el Regimiento de Artillería de Marina, que había querido bombardearla en castigo de haber recibido a balazos al oficial parlamentario.

El Cuerpo Consular hizo entrega de la plaza y manifestó que los tiros aislados habían sido de soldados dispersos que se fugaban.

El coronel Amengual patrulló la ciudad con piquetes de la Artillería de Marina y del 1er Escuadrón de Carabineros de Bulnes, con quien había entrado a Tacna.

Ocurrió ahí un violento cambio de palabras entre los coroneles Amengual y Vergara por causa de etiqueta militar, que por fortuna no tuvo más consecuencias que la enemistad entre ambos jefes.

El general ordenó al mayor Rafael Vargas que descendiera al valle a perseguir al enemigo que huía al interior con el 2do Escuadrón de Carabineros de Yungay.

Dispuso también que los cuerpos pernoctasen sobre el campo de batalla y nombraran comisiones de oficiales y tropa para recoger a los heridos, tanto amigos como enemigos, y que la IV División hiciera la gran guardia.

Ordenó, asimismo, la ocupación de los edificios fiscales para hospitales de sangre, que se reconociera como comandante de la plaza al coronel Samuel Valdivieso, que se destinara el edificio de la Prefectura para depósito de los jefes y oficiales prisioneros, y que la I División acantonada entre Para y Tacna recibiera los prisioneros de tropa.

Poco después, el general envió al Supremo Gobierno el parte de la acción por un propio a Ite y de ahí a Iquique por el comandante Lynch en el vapor Toltén. El general dictó y su secretario Máximo Lira escribió sobre un cajón de municiones:

Suburbios de Tacna, 26 de mayo de 1880.

Señor ministro de la Guerra.

Ayer a las 9 am se movió el Ejército de mi mando en busca del enemigo. Acampó en la tarde como a dos leguas y media de las posiciones que ocupaba el Ejército aliado.

Hoy a las 6 am me puse nuevamente en movimiento y rompió sus fuegos nuestra artillería contra las avanzadas enemigas, haciéndolo la artillería contraria a las 8:30 am.

Los fuegos de artillería se sostuvieron hasta las 11 am, hora en que nuestra infantería avanzó haciéndose desde entonces general el combate. El enemigo opuso grande y tenaz resistencia. Pero, a pesar de ello tres horas más tarde nuestros valientes soldados se apoderaban de las formidables posiciones ocupadas por los ejércitos aliados. Desde ese momento, el enemigo se dispersó, huyendo en distintas direcciones y pocas horas más tarde ocupamos la ciudad de Tacna. Tenemos muchas bajas, siendo mucho mayores las del enemigo.

En este momento me sería imposible apreciar las cifras de nuestras pérdidas.

Felicito a V. S. y al país por esta victoria que importa para el enemigo un golpe rudo de imposible reparación, y para Chile, la consolidación de la obra encomendada a su ejército.

Manuel Baquedano.

La secretaría del Cuartel General remitió a su vez al comandante Lynch, el siguiente telegrama para el Gobierno:

Señor Patricio Lynch:

El parte adjunto del general Baquedano, le da la noticia de la gran victoria de hoy. Lo felicitó cordialmente por ello. ¡Pobre Rafael que no alcanzó a ver coronada su obra! No puede Ud. Figurarse las inmensas dificultades que ha habido que vencer para llegar hasta aquí. Los caminos son pesadísimos, casi intransitables y las posiciones que ocupaba el enemigo, inexpugnables.

Tendió su línea en una colina que dominaba el campo ocupado por nuestras fuerzas, y tenía a su espalda otra y otra que constituían una serie de parapetos. Sin embargo, el empuje de nuestros soldados lo venció todo.

Es verdad que los jefes todos supieron darles el ejemplo de su arrojo.

Están seriamente heridos el comandante Santa Cruz de Zapadores, el 2º jefe del Santiago, León. Están igualmente heridos, pero no tan graves, el comandante Barceló, el mayor Enrique Cocke del Esmeralda y el comandante Gorostiaga del Coquimbo. Murió el mayor Silva Arriagada, del Santiago.

Oficiales heridos hay como 60. Más o menos recuerdo estas cifras, cuya exactitud no puedo garantizarle: quince del 2º de línea, ocho de Navales, ocho del Coquimbo, varios del Atacama, del Esmeralda, del Santiago etc. Han quedado en nuestro poder varias piezas de artillería, ametralladoras y muchos fusiles. El campo está sembrado de cadáveres del enemigo.

En el campamento se encontró hasta el rancho preparado. Tanta fue la precipitación de la fuga. Se dice que Campero ha salido herido. Varios jefes de ellos muertos.

Antes de entrar en Tacna, se envió un parlamentario sobre el cual hicieron fuego. Esto obligó a dispararle algunos tiros de artillería.

Poco más tarde recibió el General una nota de los cónsules en que se anunciaba que el pueblo estaba abandonado y que eran soldados borrachos los que habían hecho fuego sobre nuestro parlamentario.

Los únicos cuerpos que no alcanzaron a entrar en acción fueron el Buin, el 3º, el 4º y el Bulnes, que estaban de reserva. Los demás se han portado heroicamente por parejo.

Lo que pronunció la derrota fue ver la Reserva que marchaba en protección de las otras fuerzas. El general fue muy vitoreado por las tropas, lo mismo que Velásquez y los jefes de los cuerpos.

Dicen algunos prisioneros que anoche salieron 4000 hombres a sorprendernos, pero se extraviaron.

Se piensa marchar incontinenti sobre Arica. Se mandó a la caballería a perseguir las fuerzas que se retiran en dirección a Pachía. Creo que nada se conseguirá porque los caminos son detestables.

Parece inexacta la noticia de que Campero está herido, pero se sabe que murió el coronel Camacho.

Dispense el desaliño de esta carta, que le escribo en la carpa que fue de Montero. Lo hago para que satisfaga su ansiedad y la del gobierno.

Máximo R. Lira.

Fácil es imaginarse el regocijo con que el país recibió la noticia de tan importante victoria.

Chile entero vistió de gala para celebrar tan fausto acontecimiento, que entregaba a nuestro dominio otra extensa zona del territorio peruano y daba feliz remate a la segunda campaña, porque la victoria de Tacna implicaba la captura de Arica y de su célebre Morro.

Una ola de patriótico delirio recorrió de norte a sur al país, que aclamó al ejército y a su distinguido general. La noticia de la batalla de Tacna y de la espléndida victoria obtenida por el ejército llegó a Santiago al amanecer del 29 de mayo.

A las seis de la mañana, hora en que se esparció la buena nueva, la banda de músicos de la guardia municipal recorrió la calle de Teatinos hasta La Moneda y después otras calles hasta el Mercado Central.

A la misma hora se hizo escuchar una salva de 21 cañonazos en el Santa Lucía y la banda de la Artillería, acompañada de un numeroso concurso de pueblo, recorría diversas calles tocando himnos y marchas guerreras.

Esto era una llamada a los ciudadanos y en pocos instantes la plazuela de La Moneda se vio invadida por una numerosa concurrencia ávida de conocer algunos detalles del triunfo obtenido por nuestras fuerzas.

Los primeros despachos telegráficos recibidos de Iquique eran leídos en palacio, en medio de las aclamaciones de la multitud que no cesaba de vivar a Chile y al ejército.

En todos los semblantes se notaba un profundo sentimiento de alegría. Los amigos se abrazaban al saludarse con los gritos de ¡Viva Chile! El entusiasmo desbordaba en todos los corazones.

La ciudad entera comenzó a engalanarse. El tricolor se izó en todos los edificios públicos y particulares, y el glorioso emblema era saludado con entusiastas aclamaciones. El gozo de la victoria se comunicaba con increíble rapidez: el espíritu público, que de largos días atrás estaba invadido por un sentimiento de inquietud, se sentía suficientemente satisfecho con el boletín del nuevo triunfo.

El comercio cerró espontáneamente sus puertas, asociándose de ese modo al gran regocijo de la patria. A las doce en punto el Santa Lucía hizo otra salva mayor, salva que repitió al entrarse el sol. En la noche, Santiago volvió a recobrar a la luz de las iluminaciones de gas y de faroles chinescos, la animada fisonomía de la mañana.

En muchos edificios particulares el gas ardía con profusión, diseñando con rasgos de fuego diversos emblemas como soles, anclas, estrellas o simples letras. En la fachada de la Moneda brillaba un hermoso escudo nacional.

Poco después de las ocho, en muchas calles de la ciudad se veían largas filas de patriotas, llevando faroles de diversos colores y cantando la canción nacional y el himno de Yungay.

Hacia la misma hora, un grupo de unas doscientas personas, a cuya cabeza marchaba la música de la guardia municipal, recorrió varias calles en medio de atronadores vivas a Chile y al ejército, continuando las fiestas con desbordante entusiasmo.

El Gobierno dispuso la celebración de un solemne Te Deum para el día 30, oficiado en la catedral. Ese día, a las 9½ am salió de La Moneda el presidente de la República, acompañado de los ministros, altos funcionarios públicos, miembros del Consejo de Estado, de las Cámaras, de la Excelentísimas Corte Suprema y Corte de Apelaciones, el rector de la Universidad, los miembros del Consejo de Instrucción Pública, etc.

Formaban los batallones cívicos de la plaza y el batallón Voluntarios del Orden. Los cadetes de la Escuela Militar servían de escolta al presidente.

Mandaba las tropas el inspector general de la guardia nacional, coronel Luis Arteaga con los ayudantes de su repartición.

El Regimiento Nº 1 de Artillería, además de las salvas al salir y ponerse el sol, hizo otras dos al salir y al llegar el presidente a La Moneda.

La comitiva oficial fue recibida a la entrada del templo por el venerable cabildo eclesiástico, acompañado de las comunidades religiosas, el Seminario de San Rafael y un numerosísimo público que llenaba sus amplias naves.

Las fiestas se prolongaron durante tres días.

Un resumen de las bajas se puede ver en el siguiente cuadro.

Los muertos correspondieron a 24 oficiales y 450 hombres de la tropa. Los heridos se dividieron en 92 oficiales y 1366 clases y soldados.

Como entraron en batalla 14 147 efectivos chilenos, resultaron muertos un 3,3% y heridos, un 10,3%. En total, un 13,6% de bajas.

Entre los oficiales muertos más sentidos podemos señalar al capitán Rafael Torreblanca que había demostrado un heroísmo extraordinario en el desembarco de Pisagua y la batalla de Los Ángeles. También fue muy dolorosa la pérdida del comandante del Zapadores Ricardo Santa Cruz

La Alianza dejó abandonado en el campo de batalla una importante cantidad de armas, municiones y pertrechos. Los principales fueron.

  • 4 cañones Krupp de montaña
  • 4 cañones Blakely de montaña
  • 2 cañones Blakely de campaña
  • 5 ametralladoras Gatling
  • 1 ametralladora de dos cañones
  • 5000 fusiles Peabody, Remington y Chassepot
  • 15 carabinas de distintos sistemas
  • 202 cajones municiones Comblain (capturadas del Rímac)
  • 145 cajones granadas Krupp
  • 320 cajones municiones Remington
  • Numerosas partes y repuestos para cañones

Además, se recogió una buena cantidad de cebada, maíz, forraje, 170 cajones de calzado, algunos cajones de aguarrás, barriles, odres y fondos para rancho, estos últimos ya en servicio en los hospitales de sangre.