El Asalto de Los Ángeles

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo II, capítulo XII de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

El 27 de febrero de 1880 el coronel Velarde entregó a Gamarra los batallones Cazadores del Cuzco y Vencedores de Grau, retirándose a Tacna para unirse al ejército de Montero y llevarle la noticia del desembarco chileno en Pacocha.

Recibido el mando, Gamarra estableció el Cuartel General en Moquegua, en cuya plaza dejó la división, y marchó con el Escuadrón Gendarmes a Caballo en reconocimiento del enemigo. Envió un pequeño destacamento de observación a Hospicio, con orden de tirotearse con el enemigo sin comprometer acción y siempre replegándose a El Conde.

Igual orden recibió el comandante Jiménez que, en presencia de fuerzas superiores, debió ceder paulatinamente el campo retirándose sobre Moquegua.

Dictadas estas disposiciones, el coronel retrocedió a la capital de la provincia después de repartir profusamente esta proclama:

El Comandante General de la I División del II Ejército del Sur a sus soldados.

Compañeros:

Tenemos al frente a nuestros enemigos, ostentando su poder en el mar y queriendo ejercerlo también en tierra. ¡Allí lo veremos!

Nos provocan a un combate desigual de ciento contra uno, lo aceptamos; más no en el terreno que ellos quieran, sino en el que escojamos.

Soldados:

Continuad siendo el ejemplo de moral, disciplina y sufrimientos, y no dudo alcanzaremos el triunfo; esos invasores no tienen más Dios ni más patria que el robo, y la justicia Divina los hará volver la espalda con solo el reflejo de nuestras bayonetas.

Moqueguanos:

Ayudad con vuestro valor y patriotismo a los soldados de la valiente División, que no está distante el día que veamos nuestro suelo limpio de esas langostas.

Vuestro compañero y amigo,

A. Gamarra

Cuartel General en Alto del Conde, a 27 de febrero de 1880.

El coronel Gamarra, de acuerdo con el prefecto coronel Tomás Layseca, resolvió esperar al enemigo en la cuesta de Los Ángeles, a donde envió madera y ramas para la construcción de un campamento de ramadas. Concentró igualmente suficientes víveres y municiones.

El comandante Jiménez daba cuenta diaria del avance de los chilenos y de sus tiroteos con las avanzadas. Finalmente, recibió orden de replegarse a la cuesta de Los Ángeles, llamada las Termópilas Peruanas por cuanto jamás habían sido tomadas, ni en los combates de la Independencia, ni en las luchas civiles que azotaron los primeros años del Perú independiente.

En 1823 una división española derrotó ahí a otra del gobierno patriota. En 1874 el caudillo revolucionario Nicolás de Piérola se apoderó de esas alturas, y rechazó los ataques de los ejércitos del gobierno que mandaban el presidente Pardo y el general Buendía. El mariscal Castilla, presidente del Perú, consideraba a la famosa cuesta como intomable.

Explicando esos sucesos, militares peruanos habían declarado que desde las alturas “bastaban 500 hombres para resistir a un ejército de 10 mil”.

El comando del ejército chileno pudo abstenerse de atacar a Los Ángeles, estacionándose en Alto de la Villa y Moquegua para la dominación del valle. Pero era peligroso dejar intacta una división enemiga que podía engrosarse con las tropas de Arequipa y amenazar el flanco izquierdo, o la línea de comunicación con Pacocha una vez que el ejército se moviera sobre Tacna.

La zona es una sierra de altos y abruptos montes que cierran el oriente de Moquegua. La uña de los borricos y llamas había tallado un sendero estrecho y empinado, únicamente para el tráfico de indios en la cuchilla menos empinada. Más tarde se suavizó la gradiente con veinticinco vueltas en zigzag, talladas en la roca viva a fuerza de pólvora y pico. El camino por el oriente terminaba en un portezuelo coronado de gruesas pircas de piedra, que cierran y dominan completamente la subida.

El macizo forma en la parte superior una meseta llamada Pampa del Arrastrado, limitada al norte por el cerro Estuquiña, al sur por el Quilinquilin, y al oriente por el Baúl, tres altos cerros de flancos escarpados. Desde las crestas se divisan los hombres y bestias del valle como puntos dispersos perdidos en el horizonte.

Los costados del macizo forman cuchillas rocosas a pique; por el abismo del norte azota los flancos el río Torata y por el del sur, el río Moquegua. Ambos se juntan al oeste del Alto de la Villa para formar el río Ilo, que da vida y abundancia al rico valle de su nombre.

Los nativos llaman cuesta de los Guaneros a la ladera izquierda del Torata a los pies del Estuquiña; y Quebrada de Tumilaca a la banda derecha del Moquegua, al pie del Quilinquilin. A la medianía del Quilinquilin, dando vista a Tumilaca, aparecen unas plataformas rocosas asomadas al abismo. Los hijos del país las llaman Los Púlpitos por la semejanza que tienen con las tribunas usadas en las iglesias por los oradores.

Mapa confeccionado por el editor

Moquegua, Alto de la Villa y la aldea de Samegua están rodeadas de viñedos, arboledas, huertos y potreros alfalfados hasta las cercanías de la cuesta, en donde convergen los caminos de Moquegua y Alto de la Villa, para convertirse en el empinado sendero, que en zigzag conduce a la Pampa del Arrastrado y sigue después, con mayor carácter de camino, a Yacango, Torata y demás poblaciones cordilleranas.

Entre los campos cultivados y la Cuesta de los Guaneros, por la margen izquierda del Torata se extiende la pequeña planicie pelada de Tambolambo, que muere estrechada entre el río y el macizo.

El coronel Gamarra, antes de retirarse a Los Ángeles, comisionó al mayor Gaspar Zapata para inutilizar la vía férrea en las partes más peligrosas y al coronel Ignacio Somocurcio para la destrucción de la tornamesa, cambios y maquinarias de la estación del Alto de la Villa, órdenes que no fueron cumplidas por impedirlo en parte la junta de extranjeros que no querían irritar al invasor.

Establecido en la Pampa del Arrastrado, el coronel Gamarra dio a las fuerzas el siguiente orden de batalla:

Orden de Batalla – I División del II Ejército del Sur

Cuartel General: comandante en jefe coronel José Agustín Gamarra. Ayudantes coronel prefecto de Moquegua, Tomás Layseca, coroneles Mori e Ignacio Somocurcio, teniente coronel Juan Cornejo, subprefecto H. Tejada y comisario de Policía Juan Crespo.

Estado Mayor General: comandante Simón Barrionuevo. Ayudantes teniente Eduardo Yuna y subteniente Aurelio Álvarez.

Infantería:

  • Batallón Granaderos del Cuzco: coronel Manuel Gamarra, mayor Francisco García.
  • Batallón Canchis: coronel Martín Álvarez, teniente coronel Juan Barra, mayor Francisco Salazar, mayor Eugenio Berríos.
  • Batallón Callas: coronel Manuel Velasco.
  • Batallón Vengadores de Grau: coronel Julio César Chocano, teniente coronel Martín Flor, teniente coronel Manuel Portugal, mayor Apolinario Hurtado.
  • Columna Guardia Civil: mayor Leonidas Ascorra.

Caballería: Escuadrón Gendarmes, teniente coronel Manuel Jiménez.

Estacionada la I División en la Pampa del Arrastrado, entraron de servicio los Granaderos del Cuzco, a la izquierda de la línea, en Quilinquilin; y a la derecha de Los Ángeles, el Batallón Vengadores de Grau.

Los comandantes de estos cuerpos recibieron orden de ser jefes de la línea en su respectiva ala, de manera que la vigilancia del jefe de día se circunscribiera técnicamente a la Reserva, compuesta por los batallones: Canchis y Canas.

El 21 debían relevarse respectivamente el Grau y Granaderos de los cerros Los Ángeles y Quilinquilin. El comandante del primero solicitó que no se le relevase dejándole la defensa del Los Ángeles, pues como hijo de Moquegua y haberse batido en esta localidad, y estar su tropa compuesta de naturales de la provincia, conocedores de todas las encrucijadas y vericuetos de la montaña, podían defender eficazmente la subida.

Quedó, en consecuencia, el Grau a la derecha de la línea; y a la izquierda, el Canchis relevó al Granaderos del Cuzco. En esta situación pasó la noche del 21 al 22 de marzo de 1880.

El Grau quedó encargado del sendero que sube el cerro Los Ángeles y que después atraviesa la Pampa del Arrastrado y continúa a Yacango y Torata. El Canchis, permaneció defendiendo el costado del Quilinquilin, por la quebrada de Tumilaca, con destacamentos en el Púlpito.

El resto de las fuerzas de la reserva, al pie del cerro del Baúl, a retaguardia de las posiciones anteriores, en columnas por compañías.

El general Baquedano empleó la tarde del 20 y todo el día 21 en reconocer el frente de las posiciones enemigas, los lugares de acceso, los caminos vecinales y el campo más adecuado para la maniobra de las tropas.

Pudo haberse contentado con ocupar a Moquegua y establecerse en Alto de la Villa, lo que le daba el dominio absoluto del valle y la posesión de su abundante riqueza agrícola.

Esto hubiera ocurrido de estar presente el ministro de la Guerra que habría impedido el asalto de la imponente mole de Los Ángeles; Sotomayor no miraba con buenos ojos los golpes audaces. Habría optado por el asedio de la cuesta, dejando al tiempo la obra de la rendición. El criterio militar es otro. Las operaciones bélicas tienen como objetivo la destrucción de las fuerzas contrarias, principio aplicado por todos los grandes capitanes.

El jefe chileno recibió la orden de cortar la línea de comunicaciones entre el I Ejército del Sur y el resto del país. La manera de llenar debidamente este cometido no podía ser otro que perseguir a Gamarra hasta alcanzarlo, destruir su División y adueñarse material y moralmente del valle de Moquegua.

Así, el grueso del ejército chileno quedaría libre de cuidados por su flanco izquierdo y su retaguardia. Escala podía empeñar su marcha al sur sin esta preocupación y sin inquietud por su línea de comunicaciones con Pacocha. Lejos de la tutela ministerial, Baquedano determinó el asalto, tomando sobre sus hombros la responsabilidad de la empresa. Con ello probó cuan errado andaba el presidente de la República al afirmar que los jefes chilenos eran incapaces de manejarse por sí solos.

Después de elaborar el plan de ataque con el jefe del Estado Mayor, comandante Arístides Martínez, ordenó como trabajo preliminar desmontar el terreno a vanguardia del Alto de la Villa, y abrir caminos de acceso a través de viñas, bosques, alamedas y cierres de las pequeñas propiedades, operación que Zelaya y Munizaga con los ingenieros ejecutaron con limpieza y celeridad.

El plan se reducía a embestir al enemigo por los dos únicos puntos accesibles: de frente por el camino de zigzag contra los atrincheramientos que coronaban el macizo; y por su izquierda por el sendero que conduce de Samegua al paso de Tumilaca, forzar la quebrada y los Púlpitos, y ascender a la Pampa del Arrastrado por entre los montes de Quilinquilin y el Baúl cayendo sobre el enemigo de flanco.

Como complemento de esta combinación, como golpe de mano accidental, una pequeña fuerza intentaría el escalamiento del Cerro Los Ángeles, enhiesta masa de roca viva que cubre la derecha de la línea de Gamarra. Eligió para tan atrevida aventura al Batallón Atacama, cuerpo de mineros acostumbrados a luchar a brazo partido con las dificultades de la naturaleza en las labores de las minas.

Vista de las columnas de ataque sobre las posiciones peruanas. La línea blanca en primer plano es la ruta del Atacama. La línea negra es el camino de Moquegua a Torata, usado por el esfuerzo central al mando directo de Baquedano. La línea blanca al fondo es la ruta de la columna Muñoz.

La base de la acción estribaba en el asalto al frente e izquierda de la línea de Gamarra. La demostración sobre la derecha podía o no tener éxito; pero un jefe no debe desperdiciar medida alguna, por remota de éxito que parezca, capaz de influir en la victoria.

En conformidad al plan, ordenó al coronel Muñoz salir del Alto de la Villa, vía Moquegua y Samegua, y subir por el sendero de Tumilaca, forzar la quebrada y ascender a la Pampa del Arrastrado por los cerros Baúl o del Molino.

Muñoz llevaba siete compañías del 2º de Línea a cargo del teniente coronel Estanislao del Canto; un batallón del Santiago con el mayor Lisandro Orrego, una batería de bronce rayada y una pieza Krupp a las órdenes del mayor Exequiel Fuentes; cien granaderos y doscientos cazadores a caballo dirigidos por el teniente coronel Feliciano Echeverría.

El comandante Juan Martínez con el batallón Atacama, recibió órdenes de escalar el cerro Los Ángeles desde el norte y tratar de sorprender a las fuerzas peruanas que custodiaban el ascenso de la cuesta Los Ángeles por el camino a Moquegua.

El general tomó la dirección del ataque central. Sus fuerzas eran la artillería de Novoa, un batallón del Santiago, una compañía del 2º de Línea, el resto de la caballería y el parque, a cargo de los alféreces José María Benavides y Santiago Solo de Saldívar. No designó reserva alguna porque en la imposibilidad de mandarla a alguna de las alas, tendría que operar siempre a retaguardia del centro, es decir, en el conjunto de los efectivos del general.

He aquí un caso típico en que la carencia de reservas está plenamente justificada por la disposición del ataque y la configuración del terreno.

El coronel Muñoz, partió del Alto de la Villa a las 9 pm. A la una de la mañana pasó por Samegua y tomó el sendero de Tumilaca, pues los peruanos habían destrozado el camino y desbordado los canales. Precisamente, a esta misma hora recibió el coronel Gamarra un parte del comisario de Samegua en que le anunciaba que los chilenos iban en marcha en dirección al poblacho de Tumilaca.

Inmediatamente dispuso que el mayor Francisco García bajase del Púlpito con la 6ª Compañía de Granaderos del Cuzco, mandada por el teniente Nicolás Ronzal, para repeler cualquier intentona del enemigo sobre el cerro de Quilinquilin; que la 1ª Compañía del Batallón Canchis ocupara en este cerro el lugar que dejaba la 6ª de Granaderos del Cuzco; y que medio batallón de Granaderos reforzara el sitio que ocupó la 1ª Compañía del Canchis.

Por previsión, a las 4:30 am hizo tocar tropa y puso a todos los cuerpos sobre las armas. Permaneció a la expectativa hasta las 5 am cuando se oyeron los primeros tiros por Hoyeros, al sur de Quilinquilin.

Las avanzadas peruanas habían roto los fuegos sobre la descubierta chilena, encajonada dentro de la quebrada. Los chilenos no contestaron para no desperdiciar municiones procurando avanzar en el terreno. No se divisaba ni la sombra de enemigos, que disparaban ocultos desde las alturas.

Gamarra, para contrarrestar el ataque, ordenó a su jefe de Estado Mayor, comandante Barrionuevo, que hiciera descender del Quilinquilin a la 1ª Compañía del Canchis en refuerzo de la de Granaderos que funcionaba en el Púlpito. Barrionuevo, estableció ambas compañías al pie del Púlpito y las puso a las órdenes del teniente coronel José María Vizcarra con la orden de sostenerse a todo trance y volvió al lado de su jefe.

El coronel Muñoz, para evitar el fusilamiento de su gente en el fondo, hizo que todo el mundo escalase las laderas del sur hasta ponerse al nivel de los contrarios. Atacantes y atacados se encontraron entonces frente a frente, al mismo nivel, a quinientos metros de distancia, quebrada por medio.

La ladera era fragosa y con harta pendiente. Las mulas de la artillería, resbalaban y caían, no obstante que los sirvientes las apoyaban. Sanfuentes logró poner en batería la pieza Krupp, atando las ruedas a la cintura de los artilleros, y envió algunas granadas que hicieron buen efecto.

A las 5 am el fuego arreciaba. Llegó Gamarra, quien se dio cuenta de la buena situación de su flanco izquierdo y regresó a la Pampa del Arrastrado en busca de refuerzos para aplastar a los chilenos.

Pero el comandante en jefe no volvió. Tampoco vinieron refuerzos. Los chilenos aumentaban en número y la situación al principio favorable, se volvió delicada.

La muerte del mayor García quebrantó la tenacidad peruana. Muñoz alcanzó a infiltrar dos compañías que llegaron hasta la Pampa del Arrastrado. Tras estas, siguió el resto de la columna, salvando penosamente el desfiladero.

¿Qué ocurría mientras tanto en el norte?

Martínez y su segundo, el mayor Larraín Gandarillas, con algunos oficiales y tropa provistos de palas y barretas, aclararon el camino a través de las viñas y enramadas hasta la base del cerro Los Ángeles. La comitiva volvió al campamento a las 11 ½ y a la medianoche inició su marcha el cuerpo en el más absoluto silencio. Habían andado unos dos kilómetros cuando sintieron un nutrido fuego que alcanzó a las dos compañías de retaguardia. Estas dieron media vuelta y contestaron los disparos.

La obscuridad no permitía ubicar al enemigo. En estos momentos, otras descargas se hicieron sentir en sentido contrario. Martínez creyó que se trataba de una equivocación de patrullas e hizo tocar alto el fuego y ocultarse mientras las balas se cruzaban en todas direcciones.

Martínez ordenó al mayor Larraín que volviera a dar parte de lo ocurrido al general en jefe y pedir nuevas órdenes, si las hubiere. El general contestó secamente: ¡Lo ordenado! ¡Lo ordenado!

De vuelta se informó por las avanzadas de caballería que un piquete enemigo había asaltado la caballada. En efecto, el coronel Chocano, moqueguano conocedor de la campiña, divisó en la mañana la caballada chilena pastando tranquilamente en los potreros vecinos. Con la venia de su jefe hizo bajar un piquete a cargo del mayor Apolinario Hurtado que penetró sigilosamente al campamento y que, haciendo descargas, espantó la caballada.

Al notar que contestaban el fuego, Hurtado se retiró tan rápidamente como había entrado con la pérdida de un muerto y algunos heridos, sin darse cuenta de la marcha del Atacama. Martínez tampoco había sospechado que las balas que atravesaban el espacio eran peruanas.

A las 4 am la 2ª Compañía del Atacama reanudó la marcha de descubierta. Las demás tropas que seguían a cuarenta metros se internaron por la quebrada e iniciaron la ascensión en fila india, sosteniéndose con manos y pies, y clavando las bayonetas en el suelo para no rodar al abismo.

Los mineros recordando su profesión, se sacaron las botas y procedieron a subir la empinada pendiente como ellos sabían hacerlo.

Iban a la cabeza el comandante que, a pesar de su corpulencia no ceja un punto, el teniente Rafael Torreblanca y la cantinera Carmen Vilches, la que pasaba su cantimplora al soldado fatigado con la misma solicitud con que repartió el agua en Hospicio en los momentos más aflictivos de la marcha. Por su bizarra conducta mereció la citación en el parte oficial, pues, agotada el agua, empuñó el fusil y se batió fieramente.

Terminado el vía crucis los atacamas alcanzaron la cumbre. Ya era tiempo, pues les agobiaba la fatiga. El comandante ordenó echarse al suelo y tomar un descanso para respirar y entrar en formación.

Desde el ápice del Los Ángeles dominaban los atrincheramientos de Chocano, la ciudad de Moquegua y el magnífico valle tapizado de verdura.

Martínez rompió el fuego sobre el desprevenido Grau, que se tiroteaba con las guerrillas de Baquedano que venían ascendiendo por la cuesta.

Chocano no se inmutó. Envió a su encuentro a la 1ª Compañía que reforzó sucesivamente con las número 2, 3, 4, 5, 6 y 8, dejando solamente la 7ª para resguardar los atrincheramientos.

Mandó a la vez a su ayudante, subteniente Alejandro Medina, a solicitar auxilio a la reserva; o bien, que rompieran fuego sobre los chilenos por vanguardia y retaguardia.

Martínez sintetizó con una mirada la situación y resolvió aprovechar la sorpresa y ordenó al corneta de órdenes tocar ataque; cornetas y tambores batieron calacuerda; el batallón armó la bayoneta, se replegó al centro, y al grito varonil de ¡Viva Chile! se descolgó cerro abajo como una masa de acero, que reflejaba los rayos del sol.

Se formó el entrevero donde el corvo tomó la palabra. El Grau abandonó las trincheras, haciendo fuego en retirada.

Martínez ordenó al cabo de la 2ª Compañía Belisario Martínez clavar el tricolor en la asta ubicada en la cumbre. Un grito de júbilo saludó la insignia. Novoa suspendió los fuegos de la artillería y Baquedano con su gente apresuró la subida de Los Caracoles.

En ese momento bajaba Gamarra del Quilinquilin a tomar un cuerpo para reforzar la guarnición de El Púlpito. Los batallones de la reserva habían pasado de la formación de columna al orden de batalla creyendo que la tropa que bajaba del Los Ángeles pertenecía al Grau, pero la carga a la bayoneta les reveló que eran chilenos.

Este momento marcó el punto culminante de la acción. Si Gamarra se ponía a la cabeza de los batallones Canchis, Canas, Granaderos, Gendarmes y Guardia Civil y emprendía una vigorosa ofensiva contra el Atacama aislado, quién sabe si lo habría aniquilado, mientras llegaba Baquedano.

Gamarra no aprovechó la ocasión que se le brindaba, pero habría expuesto a su división a quedar cercada por las tropas de las columnas Muñoz y Baquedano, por al precio del sacrificio del Atacama. Más vale así, ¡qué las cosas pasaran como ocurrieron!

Baquedano ordenó a Novoa bombardear las posiciones contrarias a las primeras luces del alba, desde la posición del Alto de la Villa. Una vez que la infantería avanzó, la artillería tomó una nueva posición más a vanguardia.

Los ataques por ambas alas resultaron coordinados ya que con una diferencia de media hora iniciaron el fuego a las posiciones enemigas. 

Para cerrar el combate, el coronel Muñoz atacó vigorosamente los restos de las compañías del Canchis y Canas que se replegaron a la reserva. A pesar del cansancio, Muñoz coronó su avance con un ataque a la bayoneta que quebrantó y desmoralizó la retaguardia enemiga, que se puso en precipitada fuga.

A las 10 ½ en punto la victoria quedaba en manos chilenas.

La persecución del enemigo ordenada por Baquedano resultó ineficaz dada la fatiga de los infantes y el desgaste de la caballería al trepar por senderos ásperos y quebrados. Y todavía más, el camino a Yacango y Torata era tan infernal como el anteriormente recorrido.

El general dirigió personalmente la persecución. A las 11 ½ entró a Yacango, en donde pernoctó; a la diana del 23 llegó a Torata y se convenció de la inutilidad de alcanzar al enemigo. Contramarcha y ordena la concentración en Alto de la Villa.

A media noche del 22 al 23 llegaron a Yacango el ministro Sotomayor, el general Escala, el almirante Riveros, el secretario Lillo y varios otros civiles que venían a cumplimentar al vencedor de Los Ángeles.

La comitiva estuvo a punto de perecer por una mina colocada bajo el puente del ferrocarril, cuyo fulminante debía hacerla estallar al paso de la locomotora. Como la carga encerraba trescientos kilógramos de dinamita, la catástrofe habría sido espantosa, pero Stuven pudo desarmar a tiempo el aparato.

Las bajas chilenas ascendieron a nueve muertos y cuarenta y un heridos de tropa, debidamente atendidos por la Ambulancia Valparaíso a cargo del doctor Martínez Ramos. No se anotan entre estas bajas la del subteniente Juan de Dios Lagos del Santiago, que cayó prisionero con cuatro soldados de su cuerpo cuando andaba merodeando en Samegua.

Las bajas peruanas no se conocen con certeza por la costumbre que tienen algunos jefes de ocultar o disminuir sus pérdidas. Quedaron en el campo cincuenta y tres muertos de tropa y cuatro oficiales, entre ellos el mayor de Granaderos del Cuzco, Francisco García. Nuestra ambulancia recogió unos 108 heridos que recibieron las mismas atenciones que los nuestros. Entre los 53 prisioneros figuraron los sargentos mayores Antonio Barrios del Canchis y Apolinario Hurtado del Grau; el capitán Tomás González del Canchis; y el subteniente Aurelio Álvarez del Estado Mayor.

Gamarra se dio prisa por poner distancia entre los chilenos y sus tropas. La maltrecha división atravesó por Yacango y Torata sin detenerse. Cubrió la retirada el Batallón Granaderos y la cerró como gran guardia la 1ª Compañía del mismo cuerpo, a cargo del mayor graduado Avelino Pujazón. Salvado el mal paso del río Torata, llegaron a Ylubaya, de donde salió a las 4 pm para ir a pernoctar a Chuculay el mismo día 22.

A las 4 am levantaron el campamento para dirigirse a Corumas, en donde la tropa descansó hasta el 28. De ahí la ruta continuó a Omate y finalmente a Paucarpata, donde se dispusieron para esperar nuevas órdenes.

El coronel Mariano Martín López, jefe de Estado Mayor General del II Ejército del Sur, le comunicó a Gamarra que su división había sido disuelta y sus batallones repartidos entre los cuerpos de la II División. El Canchis y una parte del Canas ingresan al batallón Apurimac; los Granaderos del Cuzco y el resto del Canas al Batallón Legión Peruana.

El coronel Gamarra quedó en el aire, sin colocación. Un amigo le recomendó que no pasara por Arequipa, pues el pueblo se prepara para apedrearlo mientras el periódico Eco del Norte de Arequipa publicaba un acta suscrita por los principales vecinos de la ciudad en la que pedían, lisa y llanamente, su fusilamiento.

Con tales antecedentes, marchó sigilosamente a Lima, en donde se le inició un proceso por la pérdida de Los Ángeles y la derrota de la I División. Más el expediente se traspapeló por su servil adhesión a la causa pierolista.