La Epopeya de Concepción

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo IV, capítulo XXIX de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

Exegi monumentum perenius aere.[1]

El coronel Del Canto se aprestaba para concentrar su división en Tarma, con guarniciones en Concepción y Oroya, en conformidad a las órdenes del Cuartel General. Establecido en Tarma, resguardaba su extremo sur con las fuerzas de Concepción; conservaba su línea de comunicaciones a Lima, con la posesión del puente de La Oroya.

El efectivo disponible de la división constaba el 1 de julio de las siguientes plazas:[2]


[1] Nota del editor: “He levantado un monumento más duradero que el bronce” del poeta romano Horacio (Odas III, 30,1).

[2] Del archivo del general Muñoz Feliú.

He aquí la distribución de los disponibles, sin oficiales ni enfermos:

  • Cerro de Pasco: 430 hombres del 3º de Línea y 66 carabineros.
  • Junín: teniente del 3º Juvenal Bari con 26 plazas.
  • En el puente de Oroya: teniente Francisco Meyer con 50 del 3º
  • En Tarma: teniente coronel Manuel Barahona con las compañías.1ª 3ª del 3º y 66 carabineros. En total 215 hombres.
  • En Jauja: mayor Pedro Quintavalla con la 6ª Cía. del Chacabuco con 90 hombres.
  • En Concepción: capitán Alberto Nebel con la 3ª Cía. del Chacabuco con 99 hombres.
  • En Huancayo un total de 1982 efectivos de las unidades 2º de Línea, con 604 hombres; Las 2ª, 4ª y 5ª compañías del 6º de Línea con 321 plazas; El Lautaro con 720 efectivos; la 2ª Brigada del Regimiento de Artillería Nº 1 con 149 soldados; 62 efectivos del Regimiento de Artillería Nº 2 y las 1ª y 2ª compañías del 1er Escuadrón de Carabineros con 126 jinetes.         
  • El Santiago 5º de Línea repartido en Zapallanca (Plana Mayor y 1ª compañía con 166 hombres y 30 carabineros) sumando 196 efectivos; en Guayacachi (2ª y 6ª compañías) con 265 hombres; en Pucará (3ª y 5ª compañías) con 255 plazas; y Marcavalle (4ª Compañía y 2 carabineros) con 126 hombres.

El día 5 salió de Huancayo la 4ª Compañía del Chacabuco en dirección a Concepción, a relevar a la 3ª del capitán Nebel.

Al día siguiente emprendió marcha a Jauja el mayor graduado Alejandro Guzmán de Carabineros con 282 enfermos montados, 24 de ellos en camillas.

El coronel Del Canto hizo preparar dos hospitales, uno en Tarma y otro en Jauja, para la recepción de enfermos y heridos.

El lunes 10, a las 8 am se inició la evacuación de Huancayo, desfilando la división en el siguiente orden de marcha: Chacabuco, Tacna, 2º de Artillería, parque, bagaje, Lautaro, Santiago y Carabineros, cubriendo la retaguardia. Los enfermos y heridos marchaban al centro de sus respectivas unidades, perfectamente resguardados.

El coronel Del Canto presenció el desfile de la columna, que abarcaba una extensión de diez a doce kilómetros. Una vez que pasó el último soldado, el coronel revisó los cuarteles y emprendió la marcha, convencido de que nada quedaba olvidado, a las 10:30 am.

El general Cáceres siguió a la distancia las huellas de la División haciendo anunciar a son de cuernos y tambores que los enemigos huían en derrota, dejando el camino sembrado de armas, municiones y ropa.

A tal noticia, los montoneros brotaron de los cerros y quebradas de la sierra, a recoger despojos y degollar chilenos. Monseñor del Valle movilizó a los curas, que, crucifijo en mano, encabezan las indiadas.

A medio día del 10, el general Cáceres entró a Zapallanga. A las 6 pm el coronel José María Frías avanzó sobre Huancayo y tomó posesión de la plaza, con un piquete de caballería y la mitad de la columna Pampas, mandada por el mayor Nazario Zúñiga. Al día siguiente 11, el general ocupó la ciudad, saludado por las aclamaciones de sus partidarios.

El coronel Del Canto siguió a Concepción, a recoger la 4ª compañía del Chacabuco, ahí destacada para continuar a Jauja. No creía encontrar novedades en aquella plaza pues en la tarde de aquel día había recibido una comunicación del jefe de la plaza que decía:

Comandancia del Cantón Militar de Concepción, julio 9 de 1882.

En el acto de recibir su nota de fecha 8 del que rige, procedí a dar cumplimiento a lo ordenado por U. S. para su conocimiento y demás fines.

Dios guarde a U. S.

I. Carrera Pinto

Al señor coronel jefe de la División de Centro.

En tanto, el general Cáceres desplegaba una actividad digna de encomio. Mientras se alistaba para atacar Marcavalle y Pucará, los coroneles Tafur y Gastó se dirigen, el primero a sorprender la guarnición del puente de Apata, entre Concepción y Jauja, para atacar a cualquiera de estas plazas según creyera conveniente.

En instrucciones escritas de 8 de Julio, el general ordenaba a Gastó que en el día se constituyera en Apata para sorprender la guarnición de las plazas mencionadas, que aproveche los accidentes del terreno para hostilizar al enemigo en retirada, emboscando gente, para golpearlo de noche que transporta muchos enfermos, con poca escolta, de suerte, que es fácil sorprenderlo; y que Tafur, desocupado de la Oroya, se le unirá para proceder en conjunto.

Reforzado Gastó en San Gerónimo con tres columnas irregulares, disponía de 6oo hombres de línea, uniformados y equipados, con armamento Peabody de los batallones Pucará, Libres de Ayacucho y América más 1500 guerrilleros comandados por los tenientes coroneles Domingo Cabrera, Justo Segura y Ambrosio Salazar, este último jefe de las indiadas de Comas.

En conformidad a las instrucciones recibidas, se dirigió a las alturas de Apata, lugar intermedio entre Jauja y Concepción, para tomar referencias de las defensas de dichas plazas y atacar la más débil.

Sus paisanos le informaron que una compañía defiende a Jauja; que los 200 enfermos llegados en acémilas y burros con sus armas y municiones, pueden batirse sin contar con la compañía de carabineros que custodiaba el convoy.

En cambio, la guarnición de Concepción se componía de 77 plazas del Chacabuco, incluyendo oficiales y carecía de caballería.

El coronel Gastó resolvió entonces dejarse caer sobre Concepción para lo que envió a la indiada a ocupar las alturas vecinas, a la vez que los cuerpos de línea dominaban el pueblo por los cerros del oriente. Eran las 2 pm.

Antes de romper los fuegos, el coronel Gastó envió al jefe de la plaza, esta importante comunicación.

Ejército del Centro. Comandancia General de la División Vanguardia.

Concepción. Julio 9 de 1882

Al jefe de la guarnición chilena de Concepción.

Presente.

Contando como Ud. ve con fuerzas muy superiores en número a las que Ud. tiene bajo su mando, y deseando evitar una lucha a todas luces imposible, intimo a Ud. rendición incondicional de sus fuerzas, previniéndole que en caso contrario serán ellas tratadas con todo el rigor de la guerra.

Dios guarde a Ud.

Juan Gastó

En el papel blanco sobrante del mismo oficio anterior, Carrera contestó:

En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos, existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Manuel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá Ud. que ni como chileno, ni como descendiente de aquel deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas de rigor.

Dios guarde a Ud.

Carrera Pinto [1]

Concepción era en aquella época una población de 4000 habitantes agrupados alrededor de la plaza, en cuatro manzanas dobles. Numerosos callejones cortaban los campos aledaños, cultivados con esmero. En la plaza se encontraba la iglesia, el cuartel de adobe con techo de teja, y varias casas de comercio y de vecinos adinerados, como la de Luis Duarte que fe más tarde uno de los más ardientes partidarios del general Iglesias e hizo con la División Arriagada la campaña a Huaraz, en persecución de Cáceres.

La calle Principal sigue al sur, a empalmar con el camino a Huancayo.

El cuartel ocupa el centro del costado oriente de la plaza, en las casas del curato amplias y cómodas, que sirven de alojamiento a la compañía. A la izquierda tiene la iglesia, de dos torres y construcción sólida; a la derecha, habita en un bien presentado edificio de dos pisos, la familia Salazar, de la sociedad de Concepción.

Este costado de la plaza bastante irregular y desmantelado ocupaba una cuchilla de no mucha altura, del cerro del León, que ascendía hasta confundirse en las faldas de los altos montes que circundan la ciudad.

La población permanecía tranquila, más bien triste. Aunque era domingo, concurrió poca gente a misa. Las principales familias salieron temprano en peregrinación a Ocopa, a seis kilómetros de distancia, al N. E., sabedoras naturalmente de la llegada del coronel Gastó.

Un caballero francés, comerciante de Huancayo, que se dirigía a Lima, al presentar su pasaporte para ser visado, comunicó al capitán que en la noche iba a ser atacado, agregando que la noticia era fidedigna, casi oficial.

El capitán tenía la tropa acuartelada y lista para la marcha según órdenes recibidas del coronel Del Canto. Hacía bastante frío, originado por el viento de la cordillera nevada; no obstante, varios grupos de jóvenes alternaban en la plaza con Carrera, sin que nada presagiara la tempestad.

La presentación del enemigo en los cerros tuvo lugar a las 2 pm y el combate empezó a las 2:30 por iniciativa de Gastó.


[1] Archivo Olid. El mayor Arturo Olid, héroe del 21 de mayo, como combatiente en la Covadonga guardaba estas copias, entre numerosas reliquias de la Guerra del Pacífico. El subteniente Olid, después del Combate de Iquique continuó la campaña en el Regimiento Artillería de Marina, hasta alcanzar el empleo de mayor. La revolución del 91 lo arrojó del ejército, por seguir la causa del Excmo. señor Balmaceda. Falleció hace dos años, rodeado del respeto y consideración debido a su seriedad y hombría de bien.

Abonados por la palabra del mayor Olid, no hemos dudado en consignar los anteriores documentos.

No hay relación alguna de testigo ocular chileno; las noticias que se conocen las obtuvieron nuestros oficiales en la tarde de la acción, cuando el sacrificio estaba consumado.

Presenciaron el combate y dieron noticias más o menos concordantes las siguientes personas:

  • El doctor francés Luis M. Journés, residente en la ciudad, víctima de los desmanes de la indiada ebria, entregada al pillaje apenas cesaron los fuegos. Salvó la vida, gracias a las atenciones de nuestro servicio médico.
  • El caballero peruano doctor Ramón Vello, que ejercía su ministerio con abnegación y lucía las insignias de la Cruz Roja.
  • Los comerciantes alemanes Schaf y Krignes, que se ocultaron a tiempo.
  • El comerciante italiano Gamba que, viendo su negocio invadido por soldados armados, se refugió en un lugar dominante, desde cuyo escondite presencio todas las peripecias del drama.
  • El teniente coronel Lago, de uno de los cuerpos de línea, que relató los hechos al ayudante del general Manuel Horta, periodista y corresponsal de campaña.

Todas las relaciones concuerdan en los puntos capitales.

Ignacio Carrera Pinto, recién ascendido a capitán, guarnecía la ciudad con 72 hombres del Chacabuco, un soldado, agregado, del Lautaro y tres oficiales.

No toda la tropa se hallaba en estado de servicio; la cuarta compañía constaba de 66 plazas disponibles. Los once efectivos restantes, entre ellos el subteniente Julio Montt Salamanca, se encontraban exentos del servicio y habían sido enviados allí para convalecer del tifus.

El capitán Carrera dispuso en las cuatro bocacalles sendos pelotones, destinados a impedir el acceso a la plaza. Una pequeña reserva quedó de guardia en el cuartel.

La tropa de línea de Gastó, vestida de blanco, formó en batalla, dominando el cuartel desde el cerro del León; rompió los fuegos de mampuesto, en tanto la indiada inundó las calles en dirección a la plaza.

El comandante Salazar con su columna y algunos piquetes de línea se precipitó por el camino del sur, también en dirección a la plaza.

El enemigo avanzó confiado en la seguridad de la victoria. Una descarga cerrada detuvo sus ímpetus; y siguieron otra y otra descarga; los piquetes de línea retrocedieron mientras los indios disparaban dando alaridos.

Gastó envió nuevos asaltantes, en compactos grupos. Nuevas descargas y nueva dispersión de indios. Pasó una hora en estas alternativas. El enemigo suspendió el avance para reanudar el ataque con más vigor diez minutos después.

Tras otras descargas, los atacantes vacilaron y se detuvieron. Carrera ordenó un ataque a la bayoneta que despejó el campo.  En tales circunstancias, su gente recibió nutrido fuego por la espalda y flancos desde las casas ocupadas por la tropa de línea.

La situación se tornó crítica; muchos de los habitantes que brindaban amistad a los oficiales chilenos, les hacían ahora fuego desde las azoteas y balcones.

Carrera ordenó levantar los heridos, los remitió al cuartel y se replegó cubriendo la retaguardia.

La indiada, en gran parte ebria, pues los vecinos les proporcionan licor, o se lo procuraron saqueando las pulperías, ocuparon la plaza, lanzando gritos salvajes de muerte y exterminio.

Cuatro descargas cerradas vomitan el plomo desde las cuatro ventanas del cuartel; los atacantes volvieron caras, presos de un terror supersticioso arrastrando a la tropa de línea, y en un momento la plaza quedó desierta.

El capitán Carrera creyó que la repentina fuga del enemigo se debía a la llegada de refuerzos por el camino de Huancayo. Para mostrar su posición tomó la ofensiva a la cabeza de una veintena de sus soldados.

Los efectivos de los batallones Pucará, comandante Ponce de León, y Ayacucho, comandante Pedro José Carrión, parapetados en las casas vecinas, lo acribillaron a balazos por lo que se retiró al cuartel. Una bala le atravesó un brazo al pisar el umbral del portón; la fuerza del proyectil Peabody le arrojó al suelo; sus soldados lo levantaron y vendaron la herida. El capitán se repuso y con entereza dio nuevas órdenes para continuar la resistencia.

Los leones, acorralados, guardaban silencio; pero cuando el enemigo se acercaba, una bala o una descarga, tendía a los más osados. Y reinaba de nuevo el silencio.

Aprovechando la obscuridad de la noche, Gastó atacó con la tropa de línea las torres de la iglesia, para dominar con sus tiros el patio del cuartel.

Los indios se encontraban atemorizados; su estrecha mentalidad no comprendía como resistía un puñado de hombres. Creían en algún oculto sortilegio y, supersticiosos en demasía, tendían a desbandarse. Desalmados, que nunca faltan en las grandes crisis sociales, los llevaban a los bodegones y pulperías en que se hartaron de picante y cañazo.

Algunos paisanos conocedores de las casas vecinas, guiaron a los atacantes por el interior de las habitaciones, derribando murallas a golpe de chuzo. De esta manera, quedaron a pared por medio del patio. Grupos de vecinos arrojaban desde los techos de los edificios colindantes tarros llenos de parafina con teas encendidas sobre el techo de las cuadras; pronto la ciudad se iluminó con enormes llamaradas que disiparon la lobreguez nocturna.

El incendio abrasó el edificio; el calor se hizo insoportable. Carrera formó la gente hábil para una salida, a morir matando. Pero se acordó de los heridos y los hizo sacar hasta el portón principal. Las tres mujeres, que acompañaban a sus maridos en la expedición arrastraron a los más decaídos, para evitarles morir quemados; estas mujeres cumplieron su piadosa tarea, bajo la lluvia de proyectiles que caía de las torres de la iglesia. Una de ellas carga un niñito de cinco años, y otra acaba de dar a luz un bebé, nacido entre el fragor de la pelea.

Carrera se puso a la cabeza de los sobrevivientes. “A morir por la patria muchachos, a la bayoneta” dijo, y el pelotón cargó sobre la muchedumbre.,

A la luz del incendio y entre lanzas y bayonetas que se cruzan, relumbra su sable; cayó enfurecido sobre el enemigo, cada vez más compacto. Por fin, una bala, de fusil derribó al heroico capitán, herido en mitad del corazón.

Los sobrevivientes retrogradaron hasta el cuartel. El subteniente Julio Montt Salamanca tomó el mando de la diezmada hueste, ¡y en qué circunstancias!

Sitiado por las llamas que se tragaban el edificio, recibió los certeros disparos de las torres de la iglesia, los ataques de arma blanca del enemigo que penetra por forados interiores, en tanto la avalancha de plaza amaga la puerta de entrada.

El nuevo comandante, mozo de 18 años, hizo honor a su capitán. Murió dando frente al enemigo, en las puertas del edificio que defiende hasta rendir la vida, cargando a la bayoneta a la cabeza de los suyos.

Los chacabucos se acababan, pero el valor aumentaba. El subteniente Arturo Pérez Canto sostuvo la lucha, hasta la claridad del día que alumbra la titánica pelea. Su poca tropa apenas se sostiene en pie; ha batallado la noche entera sin comer ni dormir. Las municiones se habían acabado.

No era posible morir acorralados. El tercer comandante efectuó una nueva salida a las ocho de la mañana. Se peleaba con la desesperación del que juega el último instante de la vida, y cayó Pérez Canto.

El subteniente Luis Cruz Martínez asumió entonces el comando de los cuatro sobrevivientes, dos de ellos heridos. Muchachos, dijo Cruz a su reducida escolta, ahora nos toca a nosotros morir por la patria. De frente, ¡mar!

Y apareció en la plaza, sable en mano, a la cabeza de sus cuatro compañeros, bayoneta calada.

Profundo silencio.

Testigos aseguran que varios oficiales le gritaron que se entregara. Una señora clama desde el balcón del lado gritaba ¡Ríndete, hijito! Cruz, saludándola con la espada, contestó: los chilenos no se rinden; y volviéndose a sus soldados, les ordenó: ¡A la bayoneta! y los cinco cargaron sobre mil quinientos enemigos que llenaban la plaza.[1]


[1] Narración del coronel Luis Duarte, jefe de las fuerzas iglesistas en cerro de Pasco.

Las tres mujeres, arrastradas al medio de la plaza, sufrieron los horrores del desenfreno, hasta que las acaban con refinada crueldad, dejando sus cuerpos en posiciones indignas de seres humanos. El chico de cinco años descuartizado y la criatura recién nacida, se balanceaban como trofeos en la punta de las lanzas.

No hay exageración alguna; son hechos; las costumbres seculares de los indios no pueden borrarse en un momento, y menos cuando les embrutece el alcohol.

El periodista Manuel Horta, se expresa así, en sus correspondencias:

Al entrar el general Cáceres a Ascotambo, fue recibido por los indios con gran entusiasmo. La mayor parte ostentaba en la punta de sus lanzas las cabezas y miembros mutilados de los chilenos muertos en el combate. En las paredes de las casas y en los cercos de las chacras se divisan también los mismos trofeos sangrientos, recordando los horrores de la guerra en la Edad Media.

Espectáculo horroroso quizás, pero significativo en los pueblos que marchan a la conquista de la libertad.[1]

El mismo general en jefe del Ejército del Centro, corrobora este hecho:

En Ascotambo había ocurrido una emocionante escena durante un combate parcial habido entre una guerrilla de ese pueblo y un destacamento chileno. Dos guerrilleros peruanos, en momentos que lanzaban una gran galga contra una columna enemiga que pasaba por la falda del cerro donde aquellos se encontraban, fueron sorprendidos por un soldado chileno que, furiosamente, para impedir el lanzamiento de la piedra, se abalanzó contra uno de esos guerrilleros, apellidado Menéndez, atravesándole el pecho con su bayoneta. El guerrillero, peruano, por su parte, y con la misma furia que era acometido, hundió su rejón[2] en el pecho de su enemigo, quedando ambos en esa actitud, unidos y atravesados por sus armas, hasta que otro guerrillero, machete en mano, le cortó la cabeza al chileno

Al llegar a dicho pueblo, fui recibido con júbilo por sus habitantes, y al ver la cabeza del soldado enemigo enclavada en un rejón, averigüé por qué se encontraba insepulta, y como respuesta me hicieron el relato anterior.

Fui a visita al guerrillero, cuya herida a pesar de su gravedad, felizmente no fue mortal y al felicitarlo por su valor le recomendé que guardara el fusil del chileno como un recuerdo imperecedero de tal episodio.[3]

Los jefes caceristas no podían contener las horripilantes crueldades de los indios, embrutecidos por el alcohol y la cocaína; ellos les daban la materia prima para el ejército; monseñor del Valle azuzaba sus malos instintos, poniendo los curas a la cabeza de los feligreses; defendía sus numerosas propiedades de Huanuco, Cerro de Pasco, Tarma y Jauja, cuajadas de innumerables ganados.


[1] Correspondencia publicada en el diario El Eco de Junín de 26 de agosto de 1882.

[2] Nota del editor: Vara de madera de 1 a 1,5 m de largo terminada en una punta afilada de fierro.

[3] Andrés A. Cáceres: La Guerra entre Perú y Chile, p. 188.

La División Del Canto marchaba tranquila a Concepción; como a las tres y media de la tarde y muy cerca de la plaza, el comandante Pinto Agüero, que dirigía la punta de vanguardia, hizo que se adelanten sus ayudantes, capitán Arturo Salcedo y subteniente Luis Molina, a prevenir al capitán Carrera que preparase dieta para los enfermos.

A una legua de Concepción encontraron al comerciante de Huancayo, Carlos Silvetti, quien les dio la noticia del combate. Los ayudantes apuraron la marcha para cerciorarse de lo ocurrido; al subir la cuesta que domina a Concepción, un grupo de montoneros los recibió a tiros, lo que demostró la verdad de la comunicación de Silvetti.

Pinto Agüero avanzó con la 2ª compañía del Chacabuco, del capitán Jorge Boonen Rivera, y otra del Lautaro, del capitán Rómulo Correa. En tanto otro ayudante corrió a dar aviso al jefe de la División. A las 4 pm divisaron desde la cuesta los humos del cuartel consumido.

Descendieron hasta la plaza; ahí contemplaron los restos informes de sus compañeros; lágrimas de rabia rodaron por las tostadas mejillas de los presentes.

La impotencia de vengarlos aumentó la indignación. El enemigo aprovechó las seis horas ocurridas desde el término de la matanza, para desnudar a los muertos, mutilarlos, recoger el armamento, enviar sus heridos a los pueblos vecinos y arrojar sus muertos al río, en la dificultad de cavar tumbas por el crecido número de los caídos.

Con respeto a los chilenos, los restos estaban dispersos, en revuelta confusión.

Lista nominal de los oficiales e individuos de tropa que perecieron en Concepción del Perú el 9 y 10 de julio de 1882.

Batallón Chacabuco 6º de Línea

4ª Compañía: capitán Ignacio Carrera Pinto y subteniente Arturo Pérez Canto.

5ª Compañía: subteniente Julio Montt Salamanca;

6ª Compañía: subteniente Luis Cruz Martínez

4ª Compañía: sargento 1º Manuel Jesús Silva; sargento 2º Clodomiro Rosas; cabos 1º Gabriel Silva, Carlos Morales y Juan Ignacio Bolívar; Cabos 2º Pedro Méndez y Plácido Villarroel; soldados Tiburcio Chandías, Amador Gutiérrez, Juan Ferra, Pedro Nolasco Zúñiga, Pablo Ortega, Avelino Olguín, José Martin Espinoza, Pablo Trejos, José Félix Valenzuela, Agustín Molina, Rafael Otárola, Félix Contreras, Enrique Reyes, Federico Sepúlveda, Francisco Escalona, José Argomedo, Juan Bautista Núñez, Abelardo Silva, Efraín Encina, Vicente Muñoz, Emilio Correa, Mariano González, Pedro Moncada, Ángel Agustín Muñoz, Juan Hinojosa, Eduardo Aranís, Manuel Antonio Martínez, José Arias, José del Carmen Sepúlveda, Emilio Rubilar, Máximo Reyes, Pedro Lira, Erasmo Carrasco, Estanislao Rosales, Emigdio Sandoval, Estanislao Jiménez, Juan Bautista Jofré, Manuel Contreras, Rudecindo Zúñiga, Hipólito Utreras, Manuel Rivera, Agustín Sánchez, Lorenzo Aceitón, Gregorio Maldonado, Bonifacio Lagos, Manuel Jesús Núñez, Bernardo Jaque, Lindor González, Toribio Morán, Lorenzo Serrano, Luis González, Lorenzo Torres.

1ª Compañía: soldado Lorenzo Jofré.

2ª Compañía: soldados Juan Domingo Rojas Trigo y José Gerónimo Jiménez.

3ª Compañía: soldado Francisco Contreras.

5ª Compañía: soldado Pablo González.

6ª Compañía: Soldados Zenón Ortiz, José Miguel Pardo, Juan Montenegro, Casimiro Olmos Montenegro.

Batallón Lautaro

1ª Compañía: soldado Pedro González.

Resumen

Capitán                                                                               1

Subtenientes                                                                    3

Sargentos 1º                                                                      1

Sargentos 2º                                                                     1

Cabos 1º                                                                             3

Cabos 2º                                                                             2

Soldados                                                                            66

Total                                                                                    77

Nota: Estos nombres están controlados según lista de Revista de Comisario de julio del año 1882, firmada en Tarma.

El comando ordenó a la caballería la persecución del enemigo, sin hacer prisioneros; los que había en los cuerpos de guardia, fueron ejecutados; y comprobada la participación de los Vecinos en la acción haciendo fuego a los nuestros por la espalda, se entregó la ciudad a las llamas.

El coronel pidió un clase de caballería de corazón bien templado, para enviar a Jauja, a través del enemigo acantonado en Apata, comunicaciones al jefe de aquella. Guarnición.

Alcérreca eligió al cabo 1º Sebastián Sandoval, para llevar al mayor Quintavalla la noticia del combate y orden de preparar alojamiento para la división y alistar, la gente para continuar la marcha.

El coronel Gastó guardaba con una compañía a San Lorenzo, pueblo de mil almas, a medio camino de Concepción a Jauja.

Sandoval, acompañado de cuatro carabineros, se puso en marcha a boca de noche.

La carretera atraviesa la plaza de la población; ahí se habían congregado las indiadas de la zona a celebrar la victoria, con alegres danzas acompañadas de bombos, tambores y violines alrededor de las fogatas tradicionales.

El cañazo circulaba con profusión. Al sentir el ruido del jolgorio, Sandoval comunicó la orden a sus compañeros, por si él caía; hizo arreglar los recados y carga. De los dos centinelas apostados a la entrada del pueblo, atropelló a uno que rodó al barranco; el otro quedó tendido de un sablazo.

Los cinco demonios cayeron en medio de la fiesta, repartiendo mandobles, con el atronador chivateo araucano. Cuando los lorenzanos quisieron repeler el ataque, Sandoval iba lejos; al amanecer cumplió la comisión; el mayor Quintavalla preparó la guarnición y alistó rancho para los compañeros.

Aunque era general el deseo de conducir a Lima los restos de los oficiales, no era posible cumplir tan piadosa tarea, dado el estado informe de los cadáveres.

El comandante Pinto Agüero dispuso que el cirujano Justo Pastor Merino extrajera el corazón de los héroes, para remitirlos a Chile, los colocaron en sendos recipientes de vidrio encontrados en la botica del pueblo.

Transportaron a Lima el sagrado depósito, los oficiales Arturo Salcedo, Alejandro Villalobos, Luis Molina y Arturo Echeverría. Los restos, vestidos y encajonados, recibieron honrosa sepultura al pie del altar mayor, con las preces de difuntos rezadas por el capellán R. P. Correa.

Después se prendió fuego a la iglesia, cuyos escombros cayeron sobre las tumbas, preservándolas de la profanación del enemigo.

Los despojos de los 73 mártires de tropa y de las tres mujeres reposaron en una profunda fosa, cavada junto a la testera exterior oriente de la iglesia, envueltos en blancos sudarios. No así los niños, cuyos cuerpecitos angelicales sirvieron de enseña, en las lanzas de los salvajes.

Las comisiones del Cuartel General contaron 280 cadáveres de tropa, dos de jefes y once de oficiales, que sumados con 93 fusilados y unos 200 sableados por los carabineros durante la persecución, elevan las pérdidas enemigas a 572 muertos.

En cuanto a los heridos, el doctor Tello expresó que había prestado sus servicios a dos comandantes, 18 oficiales y un centenar de soldados, fuera de los innumerables heridos que se llevaron los indios a sus reducciones para entregarlos a las meicas yerbateras.

No se peca de exageración, fijando en un millar las pérdidas del enemigo en los días 9 y 10 de julio, aunque algunos historiadores elevan más la cifra.

La División pidió a una voz el envío de una comisión punitiva a Ocopa, en donde se encontraba el arzobispo Del Valle y los predicadores del exterminio de los chilenos.

El coronel Del Canto negó la autorización. Ocopa servía de refugio a las familias de la primera sociedad de Concepción; nuestras tropas enfurecidas por la reciente hecatombe, habrían descargado su saña en señoras y niños, víctimas inocentes, hecho que hubiera manchado el buen nombre del ejército.

Si se hubiera tratado solamente de fusilar a monseñor Del Valle y satélites, ni cosa más bien hecha; pero habría sido difícil contener la exaltación del soldado vengador.

El sacrificio de Concepción produjo en los efectivos de la División un sentimiento de orgullo patrio tan intenso, que cada cual se creyó obligado a tomar el ejemplo de la cuarta compañía del Chacabuco.

El jefe de la División, asociándose al pensamiento general, expidió la siguiente orden del día:

Orden del día

Soldados del Ejército del Centro

Al pasar por el pueblo de Concepción, habéis presenciado el lúgubre cuadro de escombros humeantes, cuyos combustibles eran los restos queridos de cuatro oficiales y setenta y tres individuos de tropa del batallón Chacabuco 6º de Línea. Militares de manos salvajes fueron los autores de tamaño crimen; pero es necesario que tengáis entendido que los que defendían el puesto que se les había confiado eran chilenos que, fieles al cariño de su patria y animados por el entusiasmo de defender su bandera, prefirieron sucumbir antes que rendirse.

Amigos chilenos: si os encontráis en igual situación a la de los setenta y siete héroes de Concepción, sed sus imitadores; entonces agregaréis una brillante página a la historia nacional y haréis que la efigie de la Patria se muestre una vez más con semblante risueño simbolizando en su actitud los hechos de sus hijos.

Soldados: seguid siempre en el noble sendero del deber, con entusiasmo y abnegación; conservad la sangre fría y el arrojo de los caupolicanes y lautaros; sed siempre dignos de vosotros mismos y habréis conseguido la felicidad de la Patria.

Chilenos todos: ¡Un hurra a la eterna memoria de los héroes de Concepción!

Funerales en Lima

El 3 de agosto de 1882 por iniciativa del delegado del Gobierno Jovino Novoa, se celebraron en el convento de Santo Domingo, unas solemnes honras en honor de las 77 víctimas de Concepción.

El templo estaba rigurosamente enlutado; de la cúpula central y naves laterales, bajaban anchas cortinas negras surcadas de blancas lágrimas. Cirios y hachones en profusión daban realce a los trofeos de banderas chilenas que adornaban las murallas, rodeadas de coronas de rosas y jazmines.

Los oficiales de artillería habían alzado frente al altar mayor la estatua de Santa Bárbara, adornada con coronas y ramilletes de variadas flores.  En el altar mayor se leían las siguientes inscripciones blancas en fondo negro:

A la derecha: José de la Cruz Retamal.

Al Centro: Ignacio Carrera Pinto, Julio Montt Salamanca, Arturo Pérez Canto, Luis Cruz Martínez.

A la izquierda: Elías Godoy, Julio Hernández.

El catafalco, cubierto por la bandera nacional, lucía una hermosa corona, con esta sencilla dedicatoria “La Marina de Chile a sus nobles compañeros del Ejército. Callao, 3 de agosto de 1882”.

Circundaban la urna representativa, doce gruesos cirios, en candelabros de plata primorosamente cincelados.

Presidía la ceremonia el general en jefe de Estado Mayor, José Francisco Gana, en reemplazo del general en jefe de luto por su hijo fallecido el día anterior.

Concurrían, además, el ministro plenipotenciario Jovino Novoa, el jefe político de Lima, Rafael de la Cruz, los coroneles Martiniano Urriola, José Luis Ortiz, Eulogio Robles y Estanislao del Canto, el comandante José Manuel Alcérreca y jefes y oficiales de todos los cuerpos de la guarnición de Lima y Callao.

Asistían igualmente los funcionarios judiciales y de aduana, los empleados civiles de la capital y la numerosa colonia chilena.

Formaban guardia de honor en la plazuela, una batería del regimiento de artillería, que hizo las salvas; un escuadrón de Carabineros de Yungay y una compañía de los batallones 2º, 3º, 5º y 6º de Línea y del movilizado Lautaro, que hicieron la expedición.

Ofició la misa el padre prior de Santo Domingo, precedida por el tercer salmo de los difuntos, cantado por la comunidad dominica.

La orquesta dirigida por el maestro Francisco de Paula Mendoza ejecutó la marcha de Jone[1], y acompañó en seguida al tenor Lévano, en el Domine Jesuchristi y la Caridad de Rosini; y al tenor Panizo, en el Sanctus y el Agnus Dei, de Mercadante.

Terminada la ceremonia, la artillería mandada por el mayor Rafael González, disparó la salva de 21 cañonazos. En honor de los héroes.

Carta de pésame

Lima, agosto 3 de 1882.

Señora Emilia Pinto v. de Carrera.

Santiago.

Respetable señora:

El 9 y 10 de julio último, en el pueblo de Concepción, fue atacada y exterminada por el enemigo la cuarta compañía del batallón que tengo el honor de mandar y de la que era su capitán su hijo Ignacio. En este hecho, que fue muy honroso para las armas de Chile, fue muerto el distinguido capitán Ignacio Carrera Pinto, después de haber luchado 19 horas con señalado heroísmo, probando con esto que era digno descendiente de sus gloriosos antepasados.

Al dar a Ud. esta sensible noticia, declaro a Ud., a nombre de mis compañeros y al mío propio, que nos asociamos a su pesar, lamentando la muerte de nuestro querido compañero de armas con el más tierno afecto, y asegurándole que la gloriosa muerte será siempre recordada en el Chacabuco con respetuoso cariño.

Con sentimientos de respeto y consideración, me suscribo de Ud. atento servidor.

Marcial Pinto Agüero

***

Santiago, agosto 23 de 1882.

Señor Marcial Pinto Agüero.

He recibido la nota de Ud. fecha 3 del corriente, en la que me anuncia el fallecimiento de mi querido hijo Ignacio Carrera Pinto y el sentimiento que esta desgracia ha producido a Ud., y a sus compañeros de armas.

Ud. comprenderá el profundo pesar que me ha causado el martirio de mi hijo y solo puede consolarme un tanto la idea de haber cumplido digna y valerosamente con sus deberes de soldado y de chileno, e imitado en su sacrificio el noble ejemplo que le legaron sus antepasados.

El tierno afecto con que lo re cuerda Ud. y sus compañeros, aunque ha removido mi dolor, despierta en mi alma la expansión tranquila que nace de la comunión de sentimientos y estimula mi gratitud hacia Uds. que han querido también a mi hijo y me prometen conservar su memoria.

Con sentimientos de distinguida consideración soy de Ud. y sus dignos compañeros atenta servidora.

Emilia Pinto v. de Carrera

Iguales comunicaciones envió el comandante a los deudos de los demás oficiales.

El Batallón envió a Santiago la cantidad de 1700 pesos colectada en el personal para servir de base a la erección de un monumento conmemorativo del sacrificio de los 77.

El deseo de los chacabucos de conservar en el bronce o en el mármol el recuerdo de la epopeya, se realizó con creces.

El 18 de marzo de 1923 se inauguró en la Alameda de las Delicias de Santiago la soberbia obra maestra de la genial chilena Rebeca Matte de Iñiguez, hija predilecta del arte.

Los corazones de los héroes se conservan en la Catedral de Santiago, donde los veteranos de la Guerra del Pacífico acuden todos los años a rendirle homenaje a sus compañeros.


[1] Nota del Editor: Marcha fúnebre de la ópera Jone (o Ione) compuesta por Errico Petrella en 1858.