Expedición a Arequipa

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo IV, capítulo XLI de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

Huamachuco destruyó por completo el poder militar del general Cáceres; incapaz de rehacerse en los departamentos del Centro, se dirigió a Ayacucho, en demanda de recursos, para levantar nuevas tropas, recobrar el prestigio perdido y escalar la presidencia de la República, aspiración suprema de los caudillos en el Perú.

El general Lynch dejó de guardia al 3º de Línea en la zona Tarma-Jauja-Huancayo; en su persecución el coronel Urriola con el Miraflores le siguió paso a paso, hasta arrojarle a Andahuaylas, en las cordilleras del departamento del Apurimac.

El norte y centro del Perú reconocían al Gobierno del general Iglesias; quedaban únicamente en armas las tropas de Arequipa, a las órdenes del contralmirante Montero.

El Supremo Gobierno ordenó al general Lynch terminar con este último foco de revuelta, para entregar al presidente Iglesias enteramente pacificado el país, antes de la repatriación del ejército; y puso a sus órdenes la guarnición de Tacna, hasta entonces dependiente del Ministerio de Guerra para facilitar las futuras operaciones.

El Cuartel General de Lima dispuso que mientras Urriola marchaba sobre Ayacucho, salieran dos divisiones. Una de Tacna y otra de Lima, vía Pacocha, a operar conjunción en Moquegua, para continuar sobre Arequipa, a las órdenes del coronel José Velázquez.

Y por fin, que uno de los cuerpos destacados en el departamento de Ica, ocupase a Mollendo, cabeza de la línea férrea a Arequipa y Puno.

El intendente y comandante general de armas de Tacna, Manuel Soffia, excomandante del batallón movilizado Colchagua, recibió órdenes directas de La Moneda, de no omitir gastos ni esfuerzos para el alistamiento de la expedición, cosa que se efectúe sin sufrimientos de la tropa, en su marcha por el desierto.

El señor Soffia adquirió buena cantidad de mulas para el transporte de víveres, agua y municiones. Organizó debidamente los servicios de bagaje, parque y ambulancias, dotándolos de los elementos de movilidad requeridos para las operaciones en los arenales comprendidos entre Tacna y Moquegua.

Los jefes de cuerpo recibieron orden de seleccionar su gente, debiendo quedar en Tacna la cuarta parte de los efectivos, para el servicio de guarnición de la plaza y la vigilancia de la frontera de Bolivia, que el general Campero podía amagar, al tener conocimiento de la parida de la expedición.

El 13 de septiembre se dio última mano a los aprestos; el 14 desfilaron los primeros batallones rumbo a Moquegua. Los demás, siguen escalonados en los días 15, 16 y 17.

El coronel Velásquez tenía el mando superior de las fuerzas acantonadas en la plaza designadas para expedicionar sobre Arequipa.

El coronel Juan Pacheco Céspedes antiguo montonero en los departamentos del sur, disponía sin Dios ni ley del valle de Sama, con el título de gobernador, otorgado por el almirante Montero.

Velásquez resolvió limpiar dicho valle de la presencia de enemigos. Comisionó al mayor Duberlí Oyarzún para concentrar en Sama, en la hacienda de Las-Varas, 5o hombres del escuadrón Las Heras, su cuerpo, 82 del escuadrón General Cruz y 70 infantes del Santiago 5º de Línea. Cumplida la orden, Oyarzún recibió instrucciones de salir en persecución de Pacheco y destruirlo donde lo encontrara.

Al amanecer del 6 de agosto, el mayor se dirigió al valle de Locumba y pronto consiguió ubicar a Pacheco, por un paisano prisionero; el jefe enemigo descansaba con su gente en unos potreros vecinos a la villa de Locumba. Oyarzún se remontó hacia la cordillera cosa de cortarle la retirada al interior.

A las cuatro de la mañana del 8, se hallaba a dos leguas del campamento enemigo situado en un potrero cerrado con pircas de piedras. Formó dos grupos para el ataque: el capitán Valenzuela del Las Heras que debía seguir de frente con 102 hombres y el mayor con los 100 restantes, por el flanco.

Las dos secciones consiguieron llegar hasta cerca del enemigo; pero fracasada la sorpresa, ambas secciones avanzaron; los montoneros hicieron una descarga, cuyos proyectiles pasaron altos y se desbandaron al ver huir al coronel Pacheco de Céspedes, a toda rienda, a pesar de disponer de un efectivo casi igual al de los asaltantes.

El coronel Pacheco comandaba el Regimiento Sama Misti, compuesto del escuadrón Montero de 80 plazas y de la columna Sama, de 11o. Desmoralizada esta tropa, se dejó matar tontamente. Quedaron en el campo 40 muertos y un oficial; algunos números de tropa, prisioneros, sufrieron la ley marcial.

Se recogió un botín de 190 animales, entre caballos y reses para el rancho; 20 fusiles, 20 carabinas y seis cargas de municiones, que constituían el parque de la montonera.

Escarmentado el enemigo en el Combate de Mirabe, el mayor Oyarzún regresó a Tacna, cumplida su misión.

Limpios los valles de Sama y Locumba, el coronel Velásquez dispuso la concentración en Moquegua.

La División de Tacna se componía de los batallones Santiago 5º de Línea, los movilizados Ángeles, Carampagne y Rengo; cinco piezas de montaña del Regimiento Nº 1 y los escuadrones de caballería Las Heras y General Cruz

El coronel ordenó que un escuadrón marchara siempre de descubierta, con 24 horas de anticipación, para preparar los vivaques con el agua del bagaje y las recuas conductoras de los fondos del rancho, que debía encontrarse preparado en cada alojamiento.

El Comando dispuso este orden de marcha para atravesar el desierto, en atención a que no tendría enemigos al frente, sino más allá de Moquegua, o a lo sumo, en esta plaza.

El coronel permaneció tres días en Las Yaras, preparando a la gente nueva en la vida de desierto; entonó sus músculos con ejercicios y marchas moderadas; los endureció para sufrir los rayos del sol abrasador de estas latitudes; y más que todo, les educa en el consumo del agua de la caramayola, que debe usarse parcamente en todo el camino.

La división dejó sus campamentos el 19 a las 4 pm. Ya en pleno desierto, marcha con reposo, pasando en cada descanso la compañía de la cola a la vanguardia, para distribuir las fatigas de retaguardia en todo el batallón.

En la mañana del 20 se vivaqueó en Quebrada Honda, lecho seco como yesca, sin recursos de ningún género; pero la caballería tenía agua abundante y rancho listo. En la tarde del 21, se emprendió nuevamente la marcha, para acampar a las 2 pm del 22 en Sitana, a una legua del pueblo de Locumba, sobre el río de este nombre.

Los soldados que hicieron la campaña de Tacna, conservaban gratos recuerdos de este valle, abundante en frutas, verduras y legumbres, y célebre por la abundancia de cerdos y gallinas.

La división abandonó a Sitana al amanecer el 24, en demanda de Jagüey, pobre ojo de agua, incapaz de abastecer a la expedición, que llega ahí a las 8 am del 25. El bagaje entregó 20 barriles de agua de 25 litros a cada cuerpo, para la bebida y otros tantos para la caramayola.

Repartido el rancho y previa siesta de tres horas, la tropa dejó Jagüey, feliz y contenta, porque en la tarde alcanzarían el valle de Moquegua, mansión de las enormes y oscuras bodegas de los vinos generosos, de los afamados piscos fragantes, de los sabrosos higos secos, pasas almibaradas y arrope cristalino para mezclar con harina tostada. A las 6 pm la división penetró a los arbolados del camino; a las 8 se tocó alto la marcha en Conde, estación que fue del ferrocarril; ahora solo quedaban cenizas.

El 26 las tropas pasaron por Moquegua a acamparse en Alto de la Villa, en los cómodos edificios y bodegas de la estación de término del destruido ferrocarril a Pacocha. El 27, el batallón Ángeles ocupó la célebre cuesta de su nombre y avanzó hasta la villa de Torata; el escuadrón General Cruz vivaqueó en la parte superior del valle, regado por el río de Torata, a las órdenes del comandante Vargas.

Una respetable comisión de vecinos se acercó al coronel Velásquez comunicándole que el departamento se decidió unánimemente por la paz y apoya el Gobierno de Iglesias.

La marcha de Tacna a Moquegua se efectuó en doce días, sin dejar un solo rezagado, ni sufrir baja alguna, recorriendo una distancia de 44 leguas, en las siguientes etapas:

  • Tacna a Sama: 16 leguas
  • Sama a Locumba: 12 leguas
  • Locumba a Rinconada de Moquegua: 15 leguas
  • Rinconada al Alto de la Villa: 6 leguas

En total: 44 leguas peruanas, es decir unos 264 kilómetros.

El coronel Velásquez, en posesión de Moquegua y Alto de la Villa procuró resguardar a la tropa de las asechanzas del alcohol, tan abundante en la zona.

El coronel preserva a los soldados del abuso del alcohol; pero, los educa en el uso moderado, única forma eficaz de combatir el alcoholismo. Cada individuo recibía mañana y tarde una chica[1] de aguardiente puro de uva, preservativo de la humedad de la camanchaca constante, antes de la salida y después de puesto el sol. Se reparte también medio litro de vino por cabeza al almuerzo y la comida. De esta manera no se vio ningún soldado ebrio.

A estas medidas de precaución, añadía el jefe, sanos consejos en las órdenes del día. La del 25 de septiembre decía así:

Hágase saber a toda la fuerza que compone esta división, que le es prohibido de la manera más terminante ejecutar actos de violencia en las personas y propiedades de los habitantes de esta comarca, teniendo presente que aquí no hay enemigo armado y que los más caracterizados de sus habitantes han manifestado su resolución de proclamar la paz con Chile.

En consecuencia, esta jefatura espera de todos, que antes de someterse por temor al severo castigo designado para los que cometen extorsiones, lo hagan más bien por la sentada reputación de nuestro ejército y de su acreditado valor, que solamente emplea contra enemigos armados y nunca contra personas indefensas, confiadas hoy a nuestra salvaguardia.

Apenas esta división haya descansado de las fatigas de la marcha, que tan bizarramente ha sabido salvar, seguirá camino de Arequipa, lugar donde tendrá, tal vez tendrá una vez más, ejercitar el poder de sus esfuerzos, si así lo prefiere el último núcleo de resistencia que queda para dar cima a la gigantesca empresa confiada por Chile a sus hijos.

De orden del jefe.

Fuentes.

***

La división formada en Lima se embarcó en El Callao en los transportes Amazonas e Itata, a las órdenes del coronel Estanislao del Canto. El Amazonas salió directamente a Pacocha a las 10 am del 3 de octubre. Conduce a bordo al jefe de la expedición; los batallones 2º, comandante Luis Solo de Zaldívar, 200 hombres de caballería de los regimientos Cazadores y Granaderos, ocho piezas de artillería del Regimiento Nº 2, y gran cantidad de carga del parque y bagaje.

El Itata zarpó en la tarde, con el Coquimbo y el Curicó, comandante Ramón Carvallo Orrego, ganado y artículos bélicos. Al amanecer del 4 ancló en Cerro Azul para embarcar al batallón Aconcagua y continuar viaje a Pacocha, en donde había fondeado horas antes el Amazonas, el 6 de octubre.

El desembarco se hizo con toda felicidad y rapidez bajo la dirección del capitán de la marina mercante Santiago Hart, que desempeñó este puesto durante la campaña, con todo éxito.

El coronel Del Canto rompió marcha al interior en la mañana del 8 con las siguientes tropas: 2º y 4º de Línea, Curicó y Lautaro, 6 piezas de montaña, un escuadrón de Cazadores y otro de Granaderos.

No hubo dificultades en la marcha; al embicar al valle, ante el cúmulo de bodegas repletas de vinos y licores que bordeaban el camino, el coronel dictó la siguiente orden:

Se previene que durante el trayecto del valle de Moquegua no debe separarse de las filas ningún individuo de tropa porque dicho valle está sembrado de bodegas con licor y no sería raro que separándose algún individuo, encontrase facilidades para beber, y después de embriagado, asaltado. No hay que olvidar que cruzamos por territorio enemigo; y por fin se previene que el individuo que se separe de sus filas, será castigado con rigor.

A las 2 pm se dio descanso en el valle; a la lista para reanudar la marcha, faltaban dos soldados del Lautaro; se les buscó y trajo en estado de ebriedad; se formó el batallón y se les castigó con cien palos. Se comunicó a los cuerpos, que la suspensión de la marcha se debía al castigo que se está dando a dos soldados del Lautaro, que se embriagaron, infringiéndose la orden terminante de no abandonar las filas.

El remedio dio excelente resultado; la división entró en Moquegua, sin un solo rezagado.

Tras las fuerzas del coronel Del Canto marcharon los batallones Aconcagua y Coquimbo, custodiando el parque y los bagajes.

En 140 mulas se conducen 28o mil tiros para infantería, a razón de cuatro cajones de 500 cartuchos por acémila. La tropa llevaba 80 mil tiros en la canana y quedó en el Amazonas una reserva de 220 mil.

Concentrados los efectivos en Moquegua, el coronel Velásquez distribuyó la infantería en dos divisiones. La primera, a las órdenes del coronel Estanislao del Canto, con los cuerpos venidos del norte.

La artillería y caballería quedaron hasta segunda orden, bajo la dependencia directa del Cuartel General.

El coronel Velásquez tenía la caballería al mando del comandante Rafael Vargas, en el vallecito del río Torata, reconociendo los caminos que conducían a Arequipa; y como sostén, en el pueblo de ese nombre, al batallón Ángeles, desde el 27 de septiembre.

La noticia de la expedición chilena produjo sensación en Arequipa, la capital del sur peruano, como la titulan sus hijos; la patria del coronel Bolognesi, del arzobispo Goyeneche y de los señores Nicolás de Piérola, Francisco García Calderón, Mariano Melgar, José Gregorio Paz Soldán, Javier de Luna Pizarro y otros próceres.

Mientras el coronel Velásquez buscaba caminos apropiados para su avance, el contralmirante Montero alistaba las tropas a sus órdenes para una porfiada resistencia; al menos así se desprende de dos ardientes proclamas repartidas con profusión, una al pueblo, otra al ejército y guardia nacional.

Otra tercera lanzó el general en jefe, César Canevaro, a los arequipeños. Al saber la ocupación de Moquegua por el enemigo, el ministro de Relaciones Exteriores Mariano Valcárcel, dirigió una circular al Cuerpo Diplomático acreditado en Lima, en que después de una larga disertación sobre la guerra, expresa que el Gobierno se encuentra llano a tratar de la paz, cuando el de Chile lo crea conveniente.

El documento lleva fecha 26 de septiembre. Acusa a Chile. De haber impuesto un caudillo (Iglesias); le hace responsable de la sangre que va a derramarse, pues el Perú defenderá hasta morir su independencia y su honra, cuyos esfuerzos coronará la Providencia.

Refrenando su ira, Valcárcel termina con esta importante declaración:

Cuando Chile quiera hacer la paz, encontrará al Gobierno dispuesto a hacerla.

Por el norte, el coronel Urriola salió de Huancayo el 13 de septiembre en persecución de Cáceres. El 17 se apoderó del puente de Izuchaca, el 18 pernoctó en Huancavelica, el 30 ocupó Pangora y el 1 de octubre entró a Ayacucho, rendida a discreción.

El coronel Leoncio Tagle, comandante del Batallón Lontué, entregó el departamento de Ica perfectamente pacificado al prefecto iglesista José María Aguirre; el coronel Octavio Bernaola se recibió de Chincha Alta y la guarece con tropas de línea a sus órdenes.

El coronel Tagle se embarcó con su cuerpo en el transporte Itata que lo conduce a Islay. Desembarcado sin novedad se dirigió inmediatamente a Mollendo, a cuyo puerto entró el 23 de octubre a las 5 pm.

Con la ocupación de Mollendo, cabeza del ferrocarril a Arequipa, quedaba esta ciudad incomunicada por el norte, sur y oeste, con Urriola en Ayacucho, Velásquez en Moquegua y Tagle en Mollendo, en cuya rada fondea una división naval chilena.

La intranquilidad es muy grande en Arequipa; las familias emigraban a Cuzco, a Puno y aun a Bolivia temerosas de un combate dentro de los muros de la plaza, pues los jefes peruanos declaran que resistirán en la ciudad.

Aunque la población ha disminuido considerablemente, la carestía de víveres hace la vida tremendamente difícil; los indios asustados de la situación, se ausentaron inopinadamente, suspendiendo el acarreo de artículos de consumo, de los cuales eran los únicos proveedores. El mercado quedó desierto.

El almirante Montero, de acuerdo con su Estado Mayor General, determinó cerrar el paso a los chilenos en las alturas vecinas a Puquina, posición estratégica de reconocida importancia.

El almirante cuenta con tropas bien armadas y municiones. Por esos días le llegó una gruesa partida de fusiles Remington, vía Bolivia y Argentina, que le permitió cambiar el armamento anticuado de la Guardia Nacional por fusiles modernos.

La remesa enviada de La Paz por el ministro peruano Manuel María del Valle, ascendió a 8000 fusiles, 2 millones de tiros, una batería de cañones Krupp, 200 sables, 100 mil varas de géneros nacionales para uniforme, calzado y un centenar de mulas.

La tropa de línea posee mediana instrucción y buena disciplina; pero la Guardia Nacional no merece confianza en operaciones a campo abierto. Eso sí, defenderá con bríos sus hogares, morirá por el terruño.

La ciudad se presta admirablemente para la defensa; sus numerosos templos, casas coloniales y aun las más humildes moradas se hallan construidas de adobones de piedra, cortados en la lava enfriada del volcán Misti, cuya solidez presta completa seguridad contra el fuego de infantería.

Los ingenieros habían convertido la estación del ferrocarril y otros lugares prominentes en reductos artillados con cinco piezas de marina, modernas, algunas de 150 libras, extraídas de los fuertes de Mollendo. En diversos baluartes edificados en los caminos de acceso, emplazaron 18 cañones de las brigadas de artillería y seis ametralladoras flamantes.

El ejército de línea constaba de los batallones Constitución, Ayacucho, Grau, Bolognesi, General Pérez, Dos de Mayo, Libres de Junín, Canevaro y Escolta; de cuatro brigadas de artillería del escuadrón Húsares de Junín, con un total de 45oo combatientes, pues la dotación mínima de los cuerpos de infantería no bajaba de 400 plazas.

El efectivo de la Guardia Nacional ascendía a nueve batallones de infantería y dos escuadrones de caballería, el Paucarpata y el Socabaya, comandante general del arma el coronel José Bonilla y Córdova.

El batallón de infantes Nº 8, designado así con el nombre de inmortales de Salaverry, reunía en sus filas a los estudiantes y a la juventud aristocracia, a las órdenes de Lucas Castañeda.

Total de las fuerzas, comprendida la Guardia Nacional.

  • Infantería: 18 batallones.
  • Artillería: 4 brigadas.
  • Caballería: 3 escuadrones.

El almirante reunió varios consejos de guerra; después de oír sus deliberaciones y de acuerdo con el general en jefe César Canevaro, ordenó la ocupación de las alturas de Chacaguayo y Puquina, planicie resguardada por Jamata, lugares estratégicos importantes, para destacar desde ahí una fuerte vanguardia a la cuesta de Huasacachi, de inexpugnable valor.

El coronel José Godínez quedó nombrado comandante de la división, reemplazándole en su puesto de Jefe de Estado Mayor General el coronel Belisario Suárez, veterano actor en toda la campaña.

Las posiciones designadas carecían de agua, víveres y forraje; pero el Comando Supremo pasó sobre estos defectos, por la bondad defensiva del terreno elegido para la batalla.

El coronel Godínez tomó la I División y se dirigió a Puquina.

Un escuadrón chileno de caballería ocupaba el valle de Torata, sostenido por el batallón Ángeles, establecido en la población, desde el 27 de septiembre. El comandante Vargas activó los reconocimientos con piquetes enviados a vanguardia, en estudio del territorio enemigo,

Merced a estos informes y a los proporcionados por la gente y autoridades de Moquegua, el Cuartel General se decidió por el itinerario Moquegua-Torata-Otora-Jagüey-Moromoro-Omate-Puquina, para operar sobre Arequipa.

El 8 de octubre salió el coronel Ruiz a inspeccionar esta ruta, con el escuadrón Las Heras y los batallones Santiago y Rengo, con orden de hacer alto en Moromoro. El comandante Vargas avanzó y ocupó el valle del río Tambo, se adueñó de los puentes y capturó las balsas destinadas al paso del río.

Ruiz entró a Moromoro el 11 y envío al comando un croquis de la ruta, con las observaciones pertinentes.

El camino servía únicamente para el tráfico de herradura y en ciertos puntos se convertía en un sendero estrecho, que se tenía que salvar en fila india; carecía de forraje y aun de leña, pero se disponía de agua de buena clase al fin de cada jornada, no abundante, pero suficiente para el abastecimiento de un batallón. Numerosas y profundas quebradas cortan el trayecto, enfilado en ciertas partes por barrancos, desde cuyas cimas puede el enemigo incomodar seriamente la marcha.

Estudiadas las jornadas, recursos y accidentes, el coronel salió de Moquegua el 16; llegó a Moromoro el 18, trasladándose en la tarde a Omate, pueblecillo situado en el mismo, valle, dos leguas más al norte. Una avanzada ocupó, unas leguas más arriba, el riachuelo y caserío de Conlaque.

El comando dispuso la concentración en estas tres aldehuelas de la caballería, Cazadores, Cruz y Las Heras y la I División engrosada con el 4º de Línea.

El 14 a las 2 pm, se movió sobre Moromoro el comandante José Manuel Borgoño, con los batallones Carampangue y Ángeles y la batería del capitán Eduardo Fernández; y el 4º de Línea se trasladó a la guarnición de Torata, el 15, para seguir el movimiento a Moromoro.

El 15 sale el Escuadrón de Cazadores, al que se une en Otora el Escuadrón Cruz. El Escuadrón Carabineros de Yungay se trasladó a Los Ángeles destacó 3o hombres a Torata. Llegaron y se incorporaron a la II División, los batallones Coquimbo y Aconcagua.

El Comando dispuso que la II División se moviera hacia Moromoro el 18, escalonada por cuerpos, pues las aguadas no eran suficientes para abastecer a mucha gente; y que el jefe de Estado Mayor, coronel Adolfo Silva Vergara, cuidara la seguridad de la línea de comunicaciones, y una vez terminada esta importante comisión, siguiera a vanguardia a reasumir su puesto, en el que le reemplazaría el comandante Exequiel Fuentes.

El coronel Del Canto se movió a Torata el 18, con los batallones Lautaro y Curicó; sigue el 2º el 21; el Coquimbo el 22; y el Aconcagua con la Artillería el 23. Cierra la marcha medio escuadrón de Carabineros de Yungay.

El Comando Supremo y su Estado Mayor no se dan un momento de reposo durante esta concentración al frente del enemigo, operación impuesta por la naturaleza del terreno que permitía apenas el avance en diversas columnas de marcha, para ejecutar la reunión.

El comando se cercioró de que la zona peligrosa se encontraba entre Moromoro y Puquina, pueblos unidos por el camino real de Huasacachi.

Los Altos de Huasacachi constituyen una barrera entre los departamentos de Moquegua y Arequipa, que únicamente puede franquearse por la cuesta de su nombre, de 3500 m de extensión en línea recta, pero de 18 km por el camino real que va ascendiendo en zigzag de sur a norte. El viajero bien montado emplea de cuatro a cinco horas en salvarla.

Los espías aseguran al coronel que la cuesta estaba defendida por dos batallones de infantería y algunos cañones; que otra parte del ejército acampaba en los altos de Puquina y Chacaguayo y que el grueso se encontraba en Arequipa. Era necesario averiguar la verdad por lo que ordenó un reconocimiento para el día siguiente.

El comando reunió en el campamento de Omate a los jefes de cuerpo la noche del 21 donde les ordenó tener la gente lista, pues las ulteriores operaciones dependían del reconocimiento que se efectuaría en pocas horas más.

A media noche del 21 al 22 el coronel Ruiz dejó el vivac de Conlaque en dirección al caserío de Huasacachi, situado al pie de la cuesta de su nombre. Llevaba 400 hombres de su cuerpo, el Santiago, una pieza de artillería del teniente Mujica y 100 hombres del Las Heras, a cargo del mayor Oyarzún.

Atravesó el estero de Conlaque y a las 6 am ocupó el pueblo, dio un momento de respiro a la tropa y emprendió la marcha cuesta arriba, a la vista del enemigo que le observaba desde sus campamentos.

Las órdenes de Ruiz se condensan en reconocer el terreno y desenmascarar al enemigo, para darse cuenta del número que defendía la posición, sin empeñar combate serio, que pudiera comprometer las fuerzas. Se trataba de una demostración más o menos ofensiva.

El coronel desempeñó su papel a conciencia; avanzó hasta un tercio del camino, descansó en una pequeña plazoleta y alistó a la gente como para desarrollar el ataque. El enemigo no esperó más y rompió un nutrido fuego de artillería para detener el movimiento; entraron en actividad todos los cañones emplazados en la posición. Pero la distancia es tan grande, que los proyectiles no alcanzaban.

Ruiz destacó cincuenta jinetes, con infantes a la grupa, para correrse por un sendero que se distinguía a la derecha. El enemigo hizo entrar en línea la infantería, que ejecutó un fuego graneado tan intenso como inútil.

Funcionó entonces la pieza del teniente Mujica, para medir la distancia; el primer tiro, con alza a 2000 metros; el segundo a 3000 cayeron frente al campamento; el tercero, a 3500, arrojó la granada en medio de los atrincheramientos, matando a varios artilleros, como se comprobó después. Calló el cañón, una vez averiguada la distancia.

El piquete enviado a la derecha detuvo la marcha; los caballos no pueden escalar barrancos a pique. En tal situación, el enemigo trató de coparlo; la infantería con gran algazara nutridas descargas; nuestros jinetes echaron pie a tierra y, dispersos, contestaron el fuego.

El coronel Ruiz tocó retirada y el piquete se replegó mientras el grueso de los chilenos retrocedió al pueblo. El enemigo celebró con entusiastas hurras la derrota de los chilenos, pues así lo comunicó a Arequipa.

El coronel Velásquez permanecía en Omate, con el grueso; alarmado con el continuo cañoneo y el nutrido fuego de infantería, temió que el coronel Ruiz se hubiera comprometido en acción, por alguna circunstancia imprevista, no obstante, las terminantes órdenes recibidas y se dirigió con todas las fuerzas al ruido del cañón.

Pronto encontró al ayudante Heraclio Gómez, enviado por Ruiz para imponerle de la situación y evitarle alarmas. Como las tropas van en marcha, Velásquez continuó el movimiento, hasta dejarlas ocultas tras unas colinas a retaguardia del caserío de Huasacachi. Aquí tuvo conocimiento de que defendían la cuesta unos ochocientos infantes con una batería de artillería; que el camino real está cortado en varias partes y que se encuentran minas conectadas con el campamento.

El comando ordenó al comandante Vargas efectuar reconocimiento sobre la izquierda enemiga, con 2oo hombres de los tres escuadrones de caballería. Al pasar de flanco frente a las posiciones peruanas, le reciben salvas de artillería, enteramente ineficaces. El comandante hizo echar pie a tierra, no para contestar, sino para que la tropa siegue un florido alfalfal, para almuerzo del ganado.

El reconocimiento demostró que toda ascensión era impracticable por nuestra derecha, contra la izquierda contraria.

El comando reunió a los guías y de sus interrogaciones resultó que uno de ellos bajó una vez por una cuchilla de la izquierda nuestra (derecha enemiga) en circunstancia que perseguía una vaca. El trayecto era escabroso y difícil, pero descendió sin novedad.

Inmediatamente envió al capitán Rafael Salcedo del Las Heras, con el guía y diez individuos de su cuerpo, a buscar esa senda. El piquete marchó oculto por los árboles, para que el enemigo no presintiera su cometido.

Después de una prolija búsqueda, se encontró una tortuosa vereda en una cuchilla que llegaba hasta la Apacheta[2] de Huasacachi.

El coronel Velásquez concibió inmediatamente el atrevido plan de apoderarse de la cuesta por sorpresa, flanqueando al enemigo por su derecha, antes que le refuercen las tropas de Puquina y aun las de Arequipa, pues Puquina dista seis leguas del campamento de Huasacachi, y Arequipa dieciséis de Puquina.

El proyecto es audaz y por tanto de éxito casi seguro, como ocurre en la guerra. Tomó en consecuencia sus disposiciones para efectuar el asalto, a cargo del coronel Ruiz, con dos compañías del Ángeles, mandadas por el teniente coronel Ricardo Silva Arriagada; el Rengo, con su comandante Gabriel Álamos; el Carampangue, comandante Ricardo Guerrero; y el Santiago, con el segundo jefe L. Navarro, formando un total de 1300 hombres.

Para entretener al enemigo, antes de amanecer subiría por el camino real el Batallón 4º de línea, comandante Luis Solo de Zaldívar, las otras dos compañías del Ángeles, la artillería y caballería, ascendiendo la cuesta en son de combate.

Al anochecer, las tropas designadas traspasaron las colinas que las ocultan y tomaron colocación al pie de los lugares por donde deben operar.

El almirante Montero, de acuerdo con el ministro de la Guerra, coronel Velarde y del comandante en jefe, general Canevaro, resolvieron dar batalla en los altos de Chacaguay y Puquina, lugares dominantes del camino que traía el coronel Velásquez acampado en Omate. Ordenó la concentración de las tropas sobre la Línea Chacaguay-Puquina-Jamata, a las órdenes del coronel José Godínez.

Este prestigioso jefe colocó la I División, comandada por el coronel Nicanor de Somocurcio, en la cuesta de Huasacachi. Esta división constaba de los batallones Constitución Nº 6, coronel Francisco Llosa, y Grau Nº 3, coronel Germán Llosa.

Godínez estableció al Grau sobre el camino real que subía del villorio de Huasacachi a la cima de la cuesta, en donde se han edificado sólidos atrincheramientos; sostienen a la infantería cinco piezas de retrocarga y medio escuadrón de Húsares de Junín; y a la derecha al batallón Constitución, en una planicie situada entre unas lomas por el oriente y la Apacheta, con el resto de la artillería y la mitad, cincuenta jinetes, de Húsares de Junín.

El coronel Somocurcio recibió orden precisa de defender la cuesta a todo trance; se le facilitaría la tarea, enviándole refuerzos oportunamente.

Dos caminos arrancan de Huasacachi en dirección a Arequipa; el del este por Jamata, Pampa Usuma y Pocsi; el del oeste, por Puquina, Chacaguay y Pucsi. Desde este punto de conjunción, la ruta desciende paulatinamente por Characato, Sabandía y Paucarpata hasta Arequipa. De Puquina sale un camino por la derecha, a cortar en Jamata al de Pocsi, de suerte que Huasacachi se une a Puquina por dos caminos, el de la derecha, en un arco de nueve leguas, y el de la izquierda, por la cuerda, de seis.

Sobre esta zona Chacaguayo-Puquina-Jama determinó el coronel Godínez concentrar su poderosa vanguardia, en tanto seguía el movimiento la guarnición de Arequipa a las órdenes directas del general Canevaro.

El 22, día del reconocimiento de Ruiz, tenía al batallón Ayacucho, entre Jamata y Huasacachi; la división del coronel Marcelino Varela, jefe distinguido en el asalto de Arica, compuesta del Batallón Bolognesi Nº 5, acampado en Puquina, coronel Julio Giménez; y el Guardia Nacional Nº 10, establecido en Chacaguay. En Pocsi, vivaqueaba el Batallón Arequipa Nº 8 de Guardias Nacionales de Pocsi.

Todas estas fuerzas debían engrosar la I División Somocurcio de guardia en la cuesta, cuyas posiciones recorría casualmente el coronel Godínez cuando el coronel Ruiz efectuó el reconocimiento en la mañana del 22. Convencido Godínez de la importancia de la posición y de la dificultad de los chilenos para forzarla, ofreció a Somocurcio enviarle en el mismo día los cuerpos que tenía bajo su mano, y parte a dar sus órdenes por el camino más corto a Puquina.

Tan pronto como llegó, ordenó al coronel Varela que saliera con su división a Huasacachi, a las oraciones; este jefe le observó que las noches estaban muy obscuras, y como el trayecto es quebrado y montuoso, temía dejar bajas de extraviados y desertores en el camino, y que más acertado sería emprender la marcha a las 2 am al salir la luz, cuya claridad le evitaría accidentes en la marcha.

Godínez encontró acertado el procedimiento y quedó acordado que el coronel Varela movería su división a la salida de la luna para llegar a Huasacachi entre 9 y 1o de la mañana.

A esa hora quedaría reforzado Somocurcio por el Bolognesi la Guardia Nacional por la derecha, salidos de Puquina; y por el Ayacucho por la izquierda, en marcha de Jamata.

En la tarde estarían igualmente en Huasacachi el Arequipa y el Pocsi, que recibieron orden de salir de este pueblo el 21, a marcha forzada.

El coronel Velásquez vendría a estrellarse con una fuerte división de las tres armas, si se atrevía a escalar la cuesta.


[1] Nota del editor. Medida antigua equivalente a aproximadamente 125 cc.

[2] Los indígenas llaman Apacheta a una altura dominante consagrada a la divinidad, señalada con montones de piedra y exenta de la profanación de planta humana.