Batalla de Huamachuco

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo IV, capítulo XXXII de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

ORDEN DE BATALLA CHILENO

Estado Mayor General

Jefe de Estado Mayor: sargento mayor Juan Francisco Merino.

Ayudante: capitán Santiago Herrera Gandarillas.

Brigada del Regimiento Nº 2 de Artillería.

Jefe: mayor Gumecindo Fontecilla.

Oficiales: tenientes Aníbal Fuenzalida y Santiago Solo de Saldívar, alféreces Manuel Muñoz, Leandro Becerra, Vitalicio Luis López, Rafael Gallinato, Ramón Rebolledo y Héctor Uribe.

Batallón de Línea Zapadores.

Jefe: capitán ayudante Ricardo Canales.

Oficiales: capitanes Juan Antonio Maldonado y Amador Moreira, tenientes Martín Urbina y Pedro Toro, subtenientes Alejandro Ramírez y Felipe Granifo, Daniel Rocha, Benjamín Muñoz y Jacinto Larenas.

Batallón Concepción.

Jefe: teniente coronel Herminio González.

Ayudante: capitán Luis dell’Orto.

Oficiales: mayores Luis Saldes y Pedro Vera, capitanes agregados Marco Antonio Otero y Cesáreo Medina, capitanes José Antonio Pradenas, Rafael Benavente, Alejandro Binimilis, Emilio Rioseco y José Figueroa, tenientes Pedro Barra, Waldo Estrada, Ricardo Vivanco, Alfredo Cruzat y Justo Pastor Osandón, subtenientes Enrique Prado, Pedro Mendoza, Nicanor Lillo, Ramón Fontecilla y Amador Olate,

Batallón Talca

Jefe: teniente coronel Alejandro Cruz Vergara.

Ayudantes: capitanes Julio Zacarías Meza y Carlos Rojas Arancibia, subtenientes Domingo Herrera y Agustín Espinoza.

Oficiales: capitanes Carlos Whiting, Ricardo Torres, Víctor Pamplona, tenientes Guillermo White, Ramón Muñoz, Edmundo Armas, Jacinto Rojas y Gregorio Salgado, subtenientes Belezor Lagos, Marco Antonio Silva, Romilio Pamplona, Carlos Yávar, Luis Sobra, Alberto Parot, Juan Manuel Poblete, Nicolás Robles, Luis Silva Martínez, Justo Ahumada, Luis Chaparro, Federico Rivera y Tadeo Riveros Barceló.

Batallón Victoria

Jefe: teniente Abel García.

Segundo jefe: subteniente Juan de la Cruz Moreno.

Escuadrones 1º y 2º del Regimiento Cazadores a Caballo

Jefe: teniente coronel Alberto Novoa Gormaz.

Segundo jefe: mayor Sofanor Parra.

Porta estandarte: Roberto López.

1ª Compañía del 1er Escuadrón: capitán Juan de Dios Quezada, alférez Luis Alberto Garín.

1ª Compañía del 2do Escuadrón: capitán Gonzalo Lara, teniente Pedro José Palacios; alférez Carlos Mebold.

2ª Compañía del 2do Escuadrón: capitán Abel Ilabaca; teniente Benjamín Allende, alféreces Aníbal Muñoz y Rafael Casanueva.

ORDEN DE BATALLA PERUANO

Cuartel General

Jefe político y militar del Centro: general en jefe Andrés Avelino Cáceres.

Ejército del Norte

Comandante en jefe: coronel Isaac Recabarren.

I División: coronel Mariano Aragonés.

  • Jefe de Estado Mayor: coronel Leoncio Prado.
  • Batallón Pucará Nº4 de Línea: coronel Belisario Ponce de León.
  • Batallón Pisagua Nº 5: teniente coronel Eduardo Toledo Ocampo.

II División: coronel Ciriaco Salazar.

  • Jefe de Estado Mayor: coronel Manuel Antonio Prado.
  • Batallón Tarma Nº 9.
  • Batallón Huallaga Nº 12.

Caballería

  • Escuadrón Húsares: teniente coronel J. Cabrera.
  • Escolta: mayor Manuel Cisneros.
Ejército del Centro

Comandante en jefe: coronel Francisco de Paula Secada

Jefe del Estado Mayor General: coronel Manuel Tafur.

Cuartel Maestre: general Pedro Silva.

I División: coronel Manuel Cáceres.

  • Batallón Tarapacá Nº 1: coronel Mariano Espinosa.
  • Batallón Zepita: coronel Justiniano Borgoño.

II División: coronel Juan Gastó.

  • Batallón Marcavalle Nº 6: coronel Felipe Santiago Crespo.
  • Batallón Concepción Nº 7: coronel Pedro José Carrión

III División: coronel Máximo Tafur.

  • Batallón Nº 3, coronel Juan Cancio Vizcarra.
  • Batallón Jauja Nº 9: coronel Miguel Emilio Luna.

IV División: capitán de navío Germán Astete.

  • Batallón Apata Nº 8: coronel Diego Goyzueta.
  • Batallón San Gerónimo Nº 10, coronel Melchor González.

Caballería

  • Escuadrón Cazadores del Perú: mayor Santiago Zavala.
  • Escuadrón Tarma: mayor Agustín Daniel Zapatel.

Artillería

  • 18 piezas: coronel Federico Ríos.

El general Cáceres, previa consulta con los Secretarios de Estado, jefe de Estado Mayor General y el coronel Secada, resolvió atacar en la madrugada del 10. En esta forma, el coronel Secada, a las doce de la noche, marcharía a ganar la cima de una pequeña colina situada en el flanco izquierdo del enemigo y que se prolongaba hasta terminar en la llanura. Este era el punto vulnerable chileno.

Recabarren, paralelo a Secada, atacaría la derecha chilena, para distraer a estas fuerzas y facilitar el avance de Secada.

Todo estaba dispuesto para la hora acordada; el Estado Mayor tiene fe en el éxito, marchando en orden ambas líneas, evitando confusión entre ellas y maniobrando Secada sobre la izquierda enemiga y atacando Recabarren impetuosamente la derecha.

El coronel Recabarren se enfermó repentinamente. El general creyó peligroso el cambio de jefe y se abstuvo del ataque proyectado.

Gorostiaga, a su vez, reunió en Consejo a los comandantes del Talca, Concepción, tenientes coroneles de guardias nacionales Alejandro Cruz y Herminio González respectivamente; al teniente coronel, Alberto Novoa Gormaz, jefe de las fuerzas de Cazadores a Caballo; al mayor Gumecindo Fontecilla, comandante de la artillería; al capitán ayudante Ricardo Canales, jefe de las compañías de Zapadores, y al mayor jefe de Estado Mayor, Juan Francisco Merino. Sirvió de secretario Isidoro Palacios Prado.

La reunión se efectuó a la luz de algunos leños encendidos, bajo las bóvedas ruinosas de construcciones incaicas, a temperatura de cero grados.[1]

El coronel expresó que ha llamado a los presentes, para estudiar la situación; al efecto, el secretario leyó una exposición de hechos, para que la asamblea se formara juicio. La lectura demoró diez minutos. El coronel manifestó el número de tropas disponibles, el estado del parque y de los víveres con que contaba para su sostenimiento.

Con respecto al enemigo, le constaba que Cáceres tenía más de 6000 hombres, entre las tropas de línea del Norte y Centro, y las irregulares, montoneros e indios convocados para aniquilar a los chilenos.

A su juicio, hay que resolver este dilema: o la batalla o la retirada. Para ello, conviene tener presente que las instrucciones del Cuartel General, claras y terminantes, ordenan no empeñar batalla en circunstancias desfavorables, ni contra fuerzas eminentemente superiores.

Espera que los presentes expongan con entera franqueza su opinión.

Luego, invitó a hablar al teniente coronel graduado Alberto Novoa Gormaz, como profesional de línea más antiguo.

El comandante de Cazadores condensó en pocas palabras su pensamiento. Dijo:

La batalla se impone; la tropa sueña con ella, como término de sus penurias. Recibirá con alegría la orden de alistarse; debemos aprovechar su buen estado de ánimo para la pelea.

La retirada sería una vergüenza y un desastre. Causaría pésima impresión en la gente la orden de dar la espalda al enemigo.

Llegaría un momento en que los soldados, agotados por la marcha, la nieve, el hambre y los malos caminos, y rabiosos por la fuga, que así la creerían ellos, responderían a las balas contrarias y se empeñaría la acción en condiciones desfavorables para nosotros, en terreno elegido por Cáceres.

¿Los víveres son pocos? Menos tendremos en la retirada.

¿Escasea la sal? En el bagaje hay 54 vacunos; comeremos carne sin sal, pero con honra.[2]

Los presentes apoyaron unánimes la opinión del comandante Novoa; se resolvió encarar los acontecimientos y combatir.

Los adversarios pasaron la noche en las posiciones elegidas en la tarde anterior.

La línea chilena remataba por la derecha con el Talca y tres piezas de artillería, dominando el morro de Santa Úrsula; los zapadores ocupaban el centro, con tres Krupp; y el Concepción, la izquierda con un cañón. La caballería, parque y bagaje formaban a retaguardia del centro.


[1] Datos del coronel Herminio González, comandante del Batallón Concepción.

[2] Relación del coronel Herminio González.

Cáceres estableció la izquierda, compuesta de las tropas del coronel Recabarren, sobre el cerro Prieto; y sus aguerridas tropas, en el centro y a la derecha, en esta forma: la I División, a la izquierda del cerro de Santa Bárbara; la II sobre la planicie de este cerro; la IV sobre el Cuyurga; y la III cerraba el ala derecha, coronando el cerro de Amamorco.

La artillería armó las piezas sobre el descanso del cerro de Santa Bárbara. La caballería esperaba órdenes en la quebrada, a retaguardia de la I División.

La aurora del día 10 alumbró los campamentos, pero el enemigo había desaparecido al aclarar. O se hallaba enmascarado entre las sinuosidades del terreno o corriéndose tras el cerro del Toro, había desfilado al norte, en dirección a Cajabamba, a unirse con el coronel José Mercedes Puga, acampado en dicha plaza con 400 hombres bien armados, que según orden del jefe político y militar Jesús Elías, debía colocarse a retaguardia de la división chilena.

Desgraciadamente para sus propósitos, el correo cayó en manos de los exploradores chilenos que lo condujeron al campamento donde simulando su condición de pastor de llamas, quedó en libertad. Recogida la correspondencia escondida a tiempo, la llevó a su destino. Puga se puso en marcha el 10 cuando la contienda se hallaba definida en Huamachuco.

Gorostiaga ve acercarse fatalmente la decisión por las armas; se imponen con claridad para su ulterior procedimiento las siguientes premisas:

  1. Cáceres no asaltará el Sazón, por la fuerza de las posiciones.
  2. El tampoco atacará el Cuyurga, por igual causa y su inferioridad numérica.
  3. No puede sostenerse dos días más, por falta de víveres.
  4. No puede avanzar al norte, cubiertos los desfiladeros por tropas de la gente de Puga; y con el enemigo superior en número al frente.

Tales consideraciones le inducen a provocar a Cáceres, haciéndole salir de su madriguera. Ordenó al capitán ayudante Canales, que reconociera las alturas del sur, con las dos compañías de zapadores a sus órdenes. El ayudante amunicionó la gente con 200 tiros; bajó a la pampa, la cruzó y empezó a escalar los flancos del Cuyurga; llevaba orden de descubrir al enemigo y amagarlo, si se encontraba oculto tras los atrincheramientos de las alturas, incitándolo a destruir a tan débil adversario. Llenado el objetivo, debía retirarse. No se concebía que fuera a batirse con todo el ejército enemigo.

La división entera observó a los zapadores que traspasaron la llanura y ascendieron por la quebrada formada por la conjunción de los cerros Cuyurga y Amamorco.

El general Cáceres ordenó la concentración de las tropas hacia su derecha, en la creencia de que la batalla se daría sobre este flanco. El coronel Secada, creyó inconveniente abandonar su magnífica posición en la izquierda que podía ser tomada por el enemigo, cuyo actual ataque consideró un mero ardid, bien para llamar la atención sobre la derecha y acometer la izquierda, o para atraer a los cuerpos peruanos hacia las fuertes posiciones del Sazón. Secada recibió orden entonces, de permanecer en su puesto, con la I División y una parte de la artillería.

Canales siguió su atrevido movimiento, sin disparar un tiro.

El coronel Tafur creyó fácil copar a ese puñado de exploradores; desprendió de su división, primero el batallón Junín y pronto al Jauja, que bajaron en formación cerrada, haciendo nutrido fuego.

Los zapadores contestaron desplegados en la guerrilla inglesa enseñada por Santa Cruz; se echaron al suelo, se ocultaron en las sinuosidades del cerro, se arrastran de peñasco en peñasco, esquivando el cuerpo, según el principio del desorden dentro del orden.

Gorostiaga divisó el peligro de que los batallones enemigos envolvieran a Canales y mandó de refuerzo, al capitán ayudante del Concepción Luis Dell’Orto, con dos compañías; y con un ayudante ordenó a Canales retirarse, lo que este efectuó replegándose con fuego reglamentario, sin apresuramiento, ni zozobra. Los concepciones siguieron el movimiento.

La retirada de los ayudantes Canales y Dell’Orto produjo gran entusiasmo en la línea peruana.

Cáceres reforzó la III División con la II; el coronel Gastó descendió del Tucupina con sus batallones Concepción y Marcavalle, a los cuales perora, recordándoles el aniversario de la victoria de Concepción, en que exterminaron a la compañía de Carrera Pinto. Ambos cuerpos formaron en la línea de combate, a la izquierda de la División Tafur.

Gorostiaga mandó por su parte otras dos compañías en ayuda de Canales y Dell’Orto, que entraron vivamente al fuego, logrando contener a la fila peruana.

Cáceres dirigía la acción desde lo alto del Tucupina. Quería aplastar al enemigo por lo que mandó al combate al comandante Astete, con la IV División que coronó el cerro de Amamorco. Astete tomó la línea de fuego con el batallón Apata a la izquierda y cerró con el San Gerónimo la extrema derecha del frente de batalla.

Las seis compañías chilenas se batían ahora en la pampa de Purrubamba. Por sobre sus cabezas se cruzaban los obuses de ambas artillerías, que trabajan con ardor; Fontecilla aprovechaba la circunstancia de que el enemigo maniobraba en formación unida, como en un campo de ejercicios, para perforar sus masas compactas.

Cáceres apretó la mano. Ordenó al coronel Manuel Cáceres, que bajase del cerro Santa Bárbara a funcionar con la I División, compuesta de los cuerpos veteranos escogidos Tarapacá Nº 1 y Zepita Nº 2, que engrosaron la derecha

Las balas habían respetado a los oficiales de zapadores, no así a los del Concepción. Había caído, para no levantarse más, el subteniente Mendoza. Los soldados retiraron al capitán Dell’Orto, gravemente herido, juntamente con el capitán Otero.

El capitán José Antonio Pradenas tomó el mando de las dos compañías. Dada la crudeza de la acción, Gorostiaga dispuso que los victorias, encargados del Parque, dirigidos por el ayudante, capitán Herrera Gandarillas, surtieran de municiones la línea de fuego, ayudados por jinetes de Cazadores.

Eran las diez de la mañana. El frente chileno retrocedía ante la avalancha enemiga, perfectamente dirigida por jefes dispuestos a obtener la victoria o rendir la vida.

Gorostiaga, tranquilo y calmado, dispuso que los comandantes Cruz y González sostuvieran el frente, despachando compañías por escalones en protección de las tropas empeñadas, que no podían seguir resistiendo la dura presión del enemigo.

Así lo hicieron el Concepción por la izquierda y el Talca por la derecha.

Viendo comprometidas a todas nuestras fuerzas, el general Cáceres ordenó que Recabarren flanqueara la derecha chilena, forzando el monte Santa Úrsula o envolviendo la posición por la carretera de Cajamarca.

El comandante de la División del Norte, con 1200 plazas disponibles, sin contar los guerrilleros de Santiago de Chuco y Otuzco, emprendió el flanqueo, pero sin los bríos desplegados en la defensa de Pisagua, en cuyo asalto adquirió fama de esforzado y valiente.

El capitán ayudante Meza, con dos compañías del Talca, bien parapetadas, defendió el Santa Úrsula; lo hizo con tal bizarría, que a mitad de la ascensión los cuatro batallones de Recabarren retrocedieron diezmados sin poder envolver a la línea de combate.

Son las 11 am. Hace cuatro horas que se pelea encarnizadamente; no obstante, la rapidez del tiro, nuestra gente dispone de cápsulas suficientes.

El teniente García del Parque, repartía metódicamente la munición; para evitar tropiezos, divide su gente en tantos grupos como unidades se baten. Cada sección, al mando de un sargento consta de cuatro mulas, a cuatro cajones de 5oo tiros, por carga. Dos soldados llevan cada acémila del ronzal hasta el fuego.

La presión enemiga se hace más y más dura. Nuestro frente, incapaz de sostenerse más tiempo, inició un movimiento retrógrado hacia el pie de los contrafuertes del Sazón, sin debilitar la potencia del fuego.

Aquí se puso en evidencia el poder de la disciplina y la capacidad de mando de los jefes y oficiales, para dirigir la retirada bajo el fuego enemigo en pleno campo de batalla.

El entusiasmo de los peruanos estalló con exaltación; creían segura la victoria.

Cáceres, entusiasmado, bajó la artillería al llano desde sus magníficas posiciones de Santa Bárbara, para sostener el asalto de sus infantes al cerro de Sazón, en donde juzga que se refugiará el enemigo.

Las unidades chilenas, libres del tiro sostenido y eficaz de la artillería peruana, tomaron sosegadamente colocación al pie de los contrafuertes del Sazón, en donde quedan inmunes de las granadas contrarias, que pasan por alto, disparadas desde el fondo de una hondonada del Purrubamba.

Cáceres continuó su avance de frente y amenazó con rebasar el ala izquierda contraria.

Gorostiaga ordenó entonces a Novoa que contuviera la amenaza con una mitad de la caballería. Cargó el alférez Garín con 25 cazadores, destrozando a los atacantes y eliminando el peligro.

Son las doce del día; la tropa chilena se siente agobiada. Gorostiaga tomó el pulso a la situación y resolvió jugar la última carta. Envió orden al mayor Parra con su ayudante Herrera Gandarillas, de cargar con sus jinetes; y con el comandante Novoa a su derecha y el mayor Merino a su izquierda descendió el cerro, se colocó al centro de la línea, ordenó alto el fuego. Hecho el silencio, los cornetas tocaron ataque, los tambores redoblaron calacuerda, las bandas rompen con la canción nacional. Los jefes y oficiales pasaron a vanguardia y la tropa enardecida se lanzó a la bayoneta al grito de ¡viva Chile!

El choque fue terrible, espantoso; los jefes y oficiales peruanos animaban a su gente, dando ejemplo de valor y resistencia; el mismo general Cáceres les perora, revolviendo su caballo entre las hileras. ¡Inútil afán! La avalancha atropelló irresistible. Entre la confusa algarabía, resonaba el chivateo araucano de los cazadores de Parra, que siegan cabezas, rompiendo filas, hasta caer sobre los artilleros, arrebatándoles los cañones, atalaje y ganado.

La batalla estaba ganada. Una vez más, el sol de la victoria alumbraba la estrella solitaria de nuestra bandera.

Gorostiaga organizó la persecución, para impedir al enemigo rehacerse tras las alturas; en tanto, la artillería enviaba granadas tras granadas, sobre los núcleos más compactos en retirada.

El enemigo dejó en el campo de batalla alrededor de 1400 muertos. De nuestra parte, se contaron 56 muertos y 101 heridos. De los oficiales, un fallecido de sus heridas y seis heridos.

Los servicios anexos estuvieron a la altura de las fuerzas armadas. La Sanidad perdió un auxiliar muerto y otro herido, al acompañar a los cirujanos en la línea de fuego.

El parque envió a las filas 124 500 tiros a bala, distribuidos por la tropa del Victoria, a cargo del telegrafista Wenceslao Rivera Girón, ayudante del teniente García, jefe del Parque.

La artillería consumió 563 granadas; quedaron para el servicio 8 granadas y 28 tarros de metralla.

La tropa del Victoria, encargada de recoger los despojos de los vencidos, entregó al Parque once cañones, con sus atalajes y municiones, 560 fusiles y 100 000 tiros a bala, lo que desvirtúa la afirmación de Cáceres de que la derrota se debió a la falta de municiones.

Al día siguiente, 11 de julio, se leyó a las tropas la siguiente Orden del Día:

El coronel comandante en jefe de la División, se hace un deber en felicitar a los señores jefes, oficiales, clases e individuos de tropa de la División de su mando, por la conducta que han observado durante la campaña y por su brillante comportamiento y espléndido triunfo de ayer, contra un enemigo más de dos veces superior en número.

Bajas por Cuerpos

Los oficiales heridos en esta batalla fueron los capitanes Luis Dell’Orto, Marco Antonio Otero y Emilio Rioseco, y el subteniente Pedro Mendoza. Todos ellos del Batallón Concepción. A causa de las heridas sufridas falleció posteriormente el subteniente Mendoza.

EJÉRCITO PERUANO
Bajas de generales, jefes y oficiales

Muertos en el combate: general Pedro Silva y Gil; coroneles Máximo Tafur, Juan Gastó, Melchor González, Mariano Aragonés, Manuel Antonio Prado, Manuel Cáceres, Manuel Tafur, Ciriaco Sulaza, Diego Goysueta; capitán de navío Germán Astete.

Fusilados sobre el campo de batalla, como montoneros: coroneles Miguel Emilio Luna y Leoncio Prado; mayor Belisario Osma Cáceres; teniente Juan Antonio Portugal.

Como se ve, fueron fusilados únicamente tres jefes y un oficial, lo que desvirtúa la especie de que Gorostiaga se había ensañado contra el enemigo, ordenando fusilamientos en masa.

La ejecución estaba ordenada desde Lima por el Cuartel General que quería, de una vez por todas, acabar con los montoneros que, sin Dios ni ley, asolaban el territorio peruano.

El general en jefe escribió al coronel en nota de 1o de junio:

Este grupo de montoneros, sin mandato ni propósito, debe ser considerado y tratado como una banda de piratas terrestres, fuera de toda ley y derecho, Pues, olvidando lo que deben a su propia patria y a la humanidad, son la rémora permanente de la paz.

No solo los montoneros con las armas en la mano son justiciables; los encubridores y vecinos que con sus propiedades y recursos alientan la resistencia a la paz, son también reos y deben con sus bienes y propiedades hacer efectiva, sin miramientos, esa responsabilidad, de tal manera que sirva de castigo y escarmiento…

Con gran satisfacción recibirá el infrascrito la comunicación de V. S. que le hiciera que V. S. ha logrado concluir con Elías, Recabarren y Prado, este último digno del mayor castigo, por haber faltado a su palabra empeñada de militar y de hombre.

En efecto, Leoncio Prado, prisionero en Chile, consiguió del Gobierno su libertad. Bajo, palabra de honor, para trasladarse a Europa.

En El Callao obtuvo permiso del general Lynch para bajar a tierra a arreglar intereses personales; faltando a su palabra, no regresó a bordo, se dirigió al interior y organizó una partida de montoneros.

Prisionero nuevamente, su fin estaba marcado por las leyes de la guerra, que disponen el fusilamiento por la espalda, sobre un montón de arena, a los que quebrantan la promesa de honor.

Gran número de jefes y oficiales derrotados buscaron refugio en Lima, para escapar con más facilidad que en la sierra, batida por destacamentos chilenos e iglesistas, para impedir el levantamiento de nuevas montoneras.

Sabedor el almirante de esta afluencia de militares fugitivos, ordenó que se presentasen al Estado Mayor todos los jefes y oficiales que hubiesen servido a las órdenes de Cáceres u otros caudillos, en el término de cinco días desde la publicación del decreto en el Diario Oficial, so pena de ser tenidos y castigados como espías.

***

El Gobierno chileno acordó el empleo superior a los jefes de unidades. Los comandantes González y Cruz ascendieron a coroneles de la Guardia Nacional Movilizada. Los oficiales movilizados pasaron a los cuerpos de línea con el empleo que servían en Huamachuco.

Por último, el Gobierno envió al Congreso un proyecto de ley que otorgaba a los jefes, oficiales, individuos de tropa y servicios anexos del ejército que hicieron la campaña al interior del Perú en persecución de Cáceres, una medalla de honor; y una medalla con barra, a los que se batieron

Los futres politiqueros de la Cámara negaron su voto a los expedicionarios de García, Del Canto y Arriagada, por considerar indignos de mérito los cuatro meses de marchas en la sierra, en pleno invierno con 158 muertos por balas, hambre, frío y tifus, y un recorrido de total de 387 leguas peruanas de 100 cuadras; sin contar las 400 bajas por heridas y enfermedad. No se incluyen en esta suma las 534 pérdidas de la División Del Canto, de ellas 154 a bala y 277 víctimas de las epidemias.

Los parlamentarios reformaron el mensaje del Gobierno y concedieron medalla únicamente a los sobrevivientes de Huamachuco, pero sin barra, por el gasto que esta adición originaba al Tesoro. Velaban por la economía de las rentas fiscales, ellos que explotaron el sistema parlamentario para entrar a saco en las arcas de la República.

¡Bien merecido el profundo desprecio con que más tarde los vio hundirse el país, envueltos en la túnica del desprestigio!