Batalla de San Juan

Editado por Rafael González Amaral

Nota: Este texto corresponde al tomo III, capítulo XXXI de la obra “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico” original de Francisco Machuca y reeditada por la Academia de Historia Militar. Esta reproducción está autorizada por el editor para este sitio web y solo para fines educativos.

La I División chilena contra el I Cuerpo de ejército peruano

La línea peruana permanecía al acecho, lista para romper el fuego tan pronto como apareciera el enemigo.

Piérola, con uno de sus hijos y su ayudante el coronel Octavio Chocano, recorrió desde las 11 de la noche la línea de Ate a San Juan, temeroso de que Baquedano se dejase caer por la izquierda.

Como a las 3 de la mañana, concluyó esta inspección en San Juan, en cuyo frente encontró al coronel Cáceres, revistando su gente, y ordenándola para entrar en batalla.

Media hora después se sintieron los primeros disparos por el lado de Iglesias. El dictador se trasladó a la izquierda de la línea; el general Silva permaneció en Santa Teresa con todo su Estado Mayor, para dirigir desde allí la batalla, pues durante la noche llevó él sólo la dirección del Ejército.

Lynch empezó a moverse en dirección al enemigo, a las 3:30 am desde su último descanso a 5000 metros del adversario. A las 4 am estrechó la distancia a 2000 metros.

La artillería de Iglesias rompió los fuegos sobre la I División. Siguió poco después la infantería sin eficacia alguna, pues los fusiles Peabody sólo alcanzaban a mil ochocientos metros.

La camanchaca descendió paulatinamente y cubrió los morros que orientaban la puntería de los cañones enemigos.

Lynch avanzó hasta los mil metros. Las balas contrarias produjeron algunas bajas, pero en general los tiros pasaban altos.

A esta distancia, Gana emplazó su brigada y las dos baterías contestaron a las contrarias situadas al sur del abra de Santa Teresa, y sobre los dos cerros, occidental y oriental, de esta posición.

Se trabaron en duelo las artillerías. El coronel Lynch conducía todavía en silencio, sin preocuparse de los proyectiles enemigos, las tres secciones de sus fuerzas:

A la derecha, el 2º de Línea, en dispersión en primera fila, y al Colchagua, en 2ª, en columna de compañía.

Al centro, el Atacama en guerrilla y el Talca en 2ª fila.

El coronel Juan Martínez mandaba ambas secciones, que pertenecían a su Brigada.

A la izquierda, el 4º de Línea en guerrilla, y en 2ª fila el Chacabuco, a las órdenes del jefe de la 2ª Brigada, coronel José Domingo Amunátegui.

La otra mitad de esta brigada, el Coquimbo y el Melipilla, marchaban por la playa a atacar el Morro Solar por el flanco.

Cubre el frente de Villa el coronel Rosa Gil con el Batallón Callao, que se replegó sobre el grueso, tan pronto como denunció la aproximación del enemigo.

Lynch ordenó fuego a los 300 metros. La tropa disparaba y avanzaba sobre las posiciones contrarias.

La izquierda de la división se comprometió con el coronel Mariano Noriega, que dispuso de los batallones Guardia Peruana Nº 1, Cajamarca Nº 3 y 9 de Diciembre Nº 5 que formaban la derecha del I Cuerpo de Ejército.

El centro chileno chocó con el coronel Manuel Rejino Cano, jefe del centro enemigo, con los batallones Tacna Nº 7, Callao Nº 9, Libres de Trujillo Nº 11; y nuestra derecha, con la izquierda peruana, comandada por el coronel Pablo Arguedas con los Batallones Junín Nº 13, Ica Nº 15 y Libres de Cajamarca Nº 21.

La artillería peruana del I Cuerpo de Iglesias, tronaba desde las 4 am. A las 4 ½ contestó la nuestra, compuesta de las dos baterías de la Brigada Gana.

No obstante su inferioridad, apagó algunas piezas contrarias y destrozó los parapetos de Villa, cubriendo el avance de nuestra infantería.

La División Noriega, contaba con doce piezas; cuatro del mayor Navarro, cuatro del mayor Arinaga y cuatro del mayor Chávez.

La 2ª División Cano disponía de 26, del comandante Puente y del mayor Casanova.

Y la tercera, Arguedas, 18 del mayor Dañino.

En total, eran 156 bocas de fuego, de la artillería transportable, con 20 ametralladoras a la que se unían las piezas de grueso calibre del coronel Panizo, con campo de tiro para todas las líneas.

El combate se hizo rudo por ambas partes.

La arena movediza de los flancos empinados del centro e izquierda enemigas, y el nutrido fuego de mampuesto de sus fusiles y ametralladoras, dificultan grandemente el avance chileno. Amunátegui consiguió más ventaja por la izquierda, desalojando al enemigo de las casas de Villa, y arrojándole a las líneas atrincheradas de los collados orientales del morro.

A las 5 ½ de la mañana la situación de Lynch se tornó difícil, sobre todo, que no sentía la acción de la II División Sotomayor, por la derecha. Envió al fuego a la Artillería de Marina escoltada por los cañones de Gana, a sostener el centro, cuyo avance se debilitó y comunicó al general su situación.

Baquedano, que desde el ápice del cerro del Observatorio seguía las peripecias de la acción, envió la orden al comandante Martínez de apoyar a Lynch con la Reserva, antes que llegasen los ayudantes de este a solicitar apoyo, porque notó que Cáceres desde el centro auxiliaba la izquierda de Iglesias.

El comandante Martínez condujo la Reserva al fuego. El Valparaíso reforzó al Atacama y Talca. El coronel Juan Martínez, jefe de la Brigada, al sentirse sostenido, ordenó cargar a la bayoneta. Los tres regimientos se lanzaron al asalto, y se trabó un combate al arma blanca con feroz encarnizamiento. El coronel Cano cedió el campo y Martínez se adueñó de los atrincheramientos.

El Zapadores entró por la izquierda. Amunátegui, reforzado, hizo tocar ataque, y limpió las trincheras de las primeras estribaciones del Morro, sostenidas aún por una segunda y poderosa línea situada más arriba.

El 2º y el Colchagua, desarrollando el máximo de arrojo y heroísmo, estaban a punto de dominar las alturas de las Canteras, en donde se concentraba numerosa infantería enemiga. Apoyados por el 3º, asaltaron las trincheras.

Ambos contendores lucharon a muerte, en un ciego cuerpo a cuerpo. No se daba ni se pedía cuartel; aquello se convirtió en una atroz carnicería. Por fin, los asaltantes, se apoderaron de la posición apoyando sus fusiles en las trincheras y empezó la caza de fugitivos.

Se hizo notar por su heroico comportamiento la cantinera del 2º, María Ramírez, prisionera en Tarapacá y libertada en Tacna.

Salió de Lurín con un barrilito de jerez con agua, y atendía a los heridos con toda abnegación, hasta que se agotó el contenido. Concluido el jerez, al oír el toque de calacuerda, tomó el fusil de un herido y se lanzó al asalto gritando: ¡Síganme muchachos!

Terminada la faena de las Canteras, el 2º y el Colchagua armaron pabellones y descansaron.

Iglesias vio deshecho el centro y las alas, pero no se descorazona. Reunió los restos de sus batallones; hizo retirar un Vavasseur del centro y lo envió a Chorrillos custodiado por el Escuadrón del comandante Barredo, escolta presidencial, que S. E. había puesto a sus órdenes.

Formó una línea con los Batallones Guardia Peruana Nº 1, coronel Carlos de Piérola; Libres de Trujillo Nº 11, coronel Justiniano Borgoño; Callao Nº 9, mayor Juan Ochoa y Tarma Nº 7, coronel Francisco Mendizábal; y los dispersos de otros y retrocedió batiéndose en retirada hacia las laderas del Morro, la Calavera y Salto del Fraile, vecinas al balneario de Chorrillos; abandonando toda la primera línea de Villa y Santa Teresa, cubierta de muertos y heridos. Entre aquellos, el coronel Pablo Arguedas, jefe divisionario de la izquierda, caído alentando a los suyos.

La 4ª sección de Lynch, comandada por José María Soto, compuesta del Regimiento Coquimbo y Batallón Melipilla, unos 1409 hombres, se deslizó por la playa, sin que le apercibieran las descubiertas enemigas de Villa.

A las 5 am más o menos, una guerrilla recibió al destacamento de vanguardia, con descargas cerradas, a unos 300 metros de distancia, las que no contestó; siguió al trote y asaltó la trinchera que abandonaba el enemigo para refugiarse en una segunda.

Entró el primer batallón del Coquimbo, bajo un horroroso fuego. Lynch se batió contra las fuerzas de Santa Teresa y Villa; Soto recibió las descargas de la División del Morro.

La ascensión fue áspera y brava, pero los mineros no desmayaban.

Reforzado el primer batallón por el segundo y después por el Melipilla a cargo del comandante Balmaceda, consiguió, con crecidas pérdidas llegar a la altura vecina del Morro Solar, a las 8:30 am. Algunos cuerpos peruanos descendieron a la quebrada que separaba ambos morros, para desalojar a los asaltantes; pero antes de media hora de enérgica resistencia, abandonaron su intento y se pusieron a cubierto en la planicie superior del Morro Solar.

Eran las nueve de la mañana. La 1ª Ambulancia del doctor Arce, entró en funciones a la iniciación de la pelea. Arce repartió su efectivo en tres grupos que curan a los heridos a medida que caen, los colocan en las 120 camillas que llevan armadas, mientras se preparan las de reserva.

A las 9 am al cantar victoria la división, no queda a retaguardia un solo herido sin la primera curación.

Después estableció grupos de concentración: El primero a cargo del cirujano 1º Clodomiro González Vera en el lugar donde cayeron los primeros heridos; el 2º a la derecha, donde fue más recia la pelea, a las órdenes del cirujano 1º Domingo A. Grez; y el 3º, ya en el valle, con los doctores Salvador Feliú, Juan Kidd y Juan Manuel Salamanca. Todos ellos acompañados de sus cirujanos y practicantes correspondientes.

La 1ª Ambulancia trabajó hasta las doce de la noche, hora en que, habiendo atendido los mil doscientos heridos, salieron en grupos de ambulantes a recorrer el campo de batalla hasta el amanecer. En la mañana, recibieron los heridos caldo, carne cocida y té caliente, pues la ambulancia lleva bueyes en pie y los útiles necesarios.

La cuarta sección del comandante Soto no llevaba servicio de Sanidad, por la descabellada disposición del ministro de la Guerra al suprimir los cirujanos de cuerpo. Por fortuna, el cirujano del Coquimbo, doctor David Perry, no abandonó al Regimiento de su provincia y se enroló en él como voluntario. Merced a esta abnegación, los heridos del Coquimbo y Melipilla recibieron a tiempo la primera curación, antes de ser conducidos a las ambulancias establecidas en el valle.

Una vez tomadas las alturas de Santa Teresa, el general ordenó al comandante Martínez que reorganizara y formara la Reserva al lado de las casas de esta Hacienda, en previsión de cualquiera ocurrencia.

La II División chilena contra el IV Cuerpo peruano

Las Brigadas 1ª y 2ª de la II División cruzaron el Lurín respectivamente, por los puentes de las Palmas y la Venturosa, y operaron conjunción en la margen derecha del río.

El general Sotomayor tomó el camino de Atacango; salvó la cuesta agria y fatigosa de este nombre y penetró a La Tablada. Dentro de esta pampa se encontró con la III División; el coronel Lagos le cedió el paso hacia el cordón de cerros de San Juan, objetivo de Sotomayor.

A esta altura del camino, la 1ª Brigada marchó directamente al oeste, pero la 2ª, al rodear un montículo de arena, se comprometió entre vericuetos, quebradas y colinas de arena muerta que le originan una pérdida de tiempo preciosa y la distanciaron de la 1ª Brigada que hizo alto para esperarla. Reunidas nuevamente, hubo que prolongar el descanso, pues la tropa de la 2ª Brigada viene sumamente fatigada, por su laboriosa marcha.

Por esta razón, el general Sotomayor levantó su campamento a las 4:45 am cuando Lynch caminaba en demanda del enemigo desde las 3:45.

Sotomayor, al sentir cañoneo a su izquierda, hizo avanzar rápidamente su división, a la cual buscan diversos ayudantes del Cuartel General enviados por el superior comando sin encontrarla, desorientados por la camanchaca.

Precisamente, desembocó su vanguardia en los momentos en que el general ordenaba al comandante Arístides Martínez entrar al fuego con la Reserva.

El coronel Gana, comandante de la 1ª Brigada, al encontrarse frente a los cerros de su objetivo, desplegó en guerrilla al Regimiento Buin, sostenido en segunda línea por los regimientos Esmeralda y Chillán.

Sotomayor dispuso entonces que la Brigada Barboza se desplegara a la derecha de Gana, con el Regimiento Lautaro de primer escalón, el Regimiento Curicó de segundo y el Batallón Victoria de tercero.

Al desplegarse el Buin bajo una lluvia de balas, resonó un viva Chile, entusiasta y ensordecedor, gritado por la brigada. Al fin van a pelear los buines, que habían quedado siempre de reserva, cosa que les tenía molestos.

Sus compañeros de línea y aun los movilizados distinguidos como el Atacama y Coquimbo, les interrogaban acerca de cuándo se las echaría el Buin. El despliegue bajo el fuego merece el calificativo de soberbio al conservarse la distancia de hilera a hilera, con la precisión de una parada.

El comandante Juan León García, a caballo en el centro del Regimiento, destacó su figura, como guía de dirección a la línea de batalla.

El coronel Andrés Avelino Cáceres, comandante del IV Cuerpo de Ejército, tan pronto como tuvo conocimiento de que el enemigo había salido de Lurín en demanda del ejército peruano, recorrió el sector de su mando y preparó la gente para la lucha.

El IV Cuerpo, contaba con tres Divisiones:

A la derecha, la del coronel Domingo Ayarza con los batallones Lima Nº 61, Canta Nº 63 y 28 de Julio Nº 65. Al centro, la división del coronel Manuel Pereira, con los batallones Pichincha Nº 73, Piérola Nº 75 y Lamar Nº 77, Finalmente, a la izquierda, la división del coronel Domingo Iglesias, con los batallones Arica Nº 79, Manco Cápac Nº 81 y Ayacucho Nº 83.

Estas unidades constituían las divisiones 1ª, 3ª y 4ª del ex ejército del centro, comandado por el coronel Juan Nepomuceno Vargas, achacoso guerrero de la independencia.

Las posiciones de San Juan se hallan defendidas por tres cerros norte a sur, altos los de los extremos e inferior el del medio. Sobre el de la derecha, se emplazó la artillería del teniente coronel Eloy Cabrera con 8 piezas White y 2 Grieve.

El mayor Miguel Garcés ocupó el cerro del centro, algo avanzado a vanguardia con 11 cañones White y 2 Grieve.

El cerro de la izquierda se hallaba coronado por diez piezas Grieve, a cargo del mayor Guillermo Yáñez.

Tenía, pues, el coronel Cáceres, 33 bocas de fuego distribuidas en justa proporción; diez a la derecha, trece al frente y diez a la izquierda.

Parapetos y zanjas cubrían el frente del IV Cuerpo; a su izquierda se cavó un zanjón para comunicar el cerro norte de la cadena San Juan, con el cerro sur de la cadena Pamplona y ocultar ahí un cuerpo de infantes encargados de sorprender por el flanco a los enemigos empeñados en el ataque frontal del IV Ejército. Esta zanja, de tres metros de alto por otros tres de profundidad, se labró en gran parte por un promontorio desenfilado, que estaba a la vista por la izquierda.

Al pie de cada cerro, tanto en este como en los otros dos Cuerpos de Ejército, se enterraron tubos cargados de explosivos, que al estallar, producían una gran columna roja, visible de todos los campamentos. Tenía por objeto comunicar a los demás fuertes que la posición había caído en poder del enemigo y que debían romperse los fuegos sobre ella desde los fuertes dominantes.

El dictador estuvo como a las 2 am en la meseta central. Después de conversar acerca de la situación, Piérola le pregunta:

¿Cree Ud. que nuestros soldados se porten bien?

Si su bravura corresponde a su aspecto exterior de gente robusta y vigorosa, respondió Cáceres, y si obedecen a pesar de su escasa instrucción, creo que podemos dar serio trabajo a los chilenos.

La contestación satisfizo al dictador, que partió a recorrer el ala izquierda con su numeroso séquito en el que figuran los generales Buendía y Segura, el contralmirante Montero, el capitán de navío Aurelio García y García, el secretario Julio Lucas Jaime (boliviano), y muchísimos coroneles y jefes de distinta graduación.

Después llegó el general Silva, jefe de Estado Mayor General, cuando ya se disparaban los primeros tiros en la zona de Iglesias.

Eran las 4:30 am. Se estableció en un cerro de la derecha, impartiendo orden con su ayudante, teniente coronel Benavides, a Cáceres para que, colocado como se hallaba al centro de la línea, atendiese con las fuerzas de su mando a derecha e izquierda, sosteniendo a todo trance sus posiciones.

Dispuso, igualmente, que el Parque situado en el Barranco, transportara el mayor número de municiones a la línea.

Aún no aclaraba. Bajó entonces del cerro y envió al coronel Suárez la orden de acercarse con la Reserva para acudir más pronto al lugar que reclamase su apoyo. El fuego se hizo general en la línea. Como notó desde el cerro del Observatorio, que el claro entre la culata de los morros de San Juan y Pamplona, podía ser forzado por las fuerzas contrarias, marchó a prevenir al coronel Dávila que enviase dos cuerpos al costado del Ayacucho Nª 83, último batallón de la izquierda de Cáceres, para conservar el contacto. El coronel Dávila envió a dicho puesto al batallón Libertad.

Cáceres estaba bien preparado para recibir a los buines que en guerrilla empezaron a ascensión por una empinada loma, sin disparar un tiro; el primer batallón de frente, guía al centro y el segundo envolviendo a la División Ayarza que formaba el ala derecha del IV Cuerpo de Ejército.

He aquí, como describe este solemne momento Julio Lucas Jaimes, secretario privado del dictador Piérola, testigo presencial de la marcha del Buin.

Al amanecer del día 13, acompañando al director supremo, recorríamos nuestras líneas, y cuando la II División de Uds. se desplegaba frente a las nuestras para el ataque, yo estaba en las trincheras de San Juan.

Estas trincheras las habíamos preparado con anticipación; todo parecía estar previsto para evitar nos las quitaran; la fosa estaba defendida por una no interrumpida línea de soldados, todos ellos bien armados con fusiles modernos y de largo alcance; municiones, además de las cananas, se habían repartido en cajones abiertos y colocados de trecho en trecho; la artillería emplazada en los lugares más adecuados.

En fin, todo nos hacía creer en la imposibilidad de que pudiera llegar hasta allí el ejército chileno, porque tenía que atravesar la prolongada y pendiente pampa, que hacía las veces de glacis a nuestras trincheras.

El amanecer sorprendió a la II División de ustedes fuera del alcance de nuestros fusiles; pero luego se hicieron ver los soldados y desplegado sus líneas se preparaban para el ataque.

Nosotros estábamos persuadidos de que triunfaríamos, dadas las condiciones ventajosas de nuestras posiciones.

Terminado el despliegue, una larga línea en formación paralela a nuestras trincheras, marcha hacia nosotros en el más correcto orden de formación.

Cuando ya la teníamos a tiro de rifle, rompimos sobre ella un tremendo fuego de toda nuestra línea; la 2ª División, parecía no hacer caso y seguía avanzando; los nuestros redoblaban el ímpetu; pero en nada cambia la situación; esa división con sus famosos buines seguía impertérrita; aquellos soldados parecían fantasmas o como que fueran de plomo y que las balas no les hiciesen daño.

Siguen y siguen avanzando, hasta que, llegando a los 300 o los 400 metros, rompen el fuego y se nos vienen encima como unos leones.

Aseguro a Uds. Que, ante un ataque como ese, no hay carne que no tiemble y que es bien difícil resistir tal empuje.

Llegan, suben, saltan la trinchera; se les derriba, pero otros nuevos los reemplazan y antes de mucho y después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo, tuvimos que ceder el campo.[1]

El señor Jaimes describe lo ocurrido tal como sus ojos lo vieron; a fe que su relato se basa en la más estricta verdad. En efecto, el Buin rompió los fuegos a 300 metros, sufriendo numerosas bajas. Como los buines no cejaron, el general Silva se dirigió personalmente a la Reserva que se ha acercado a San Juan y ordenó al coronel Suárez que reforzara el centro. Suárez mandó entonces al batallón Huanaco Nº 17, que entró con denuedo. pero al caer herido su jefe el coronel Pedro Mas, el cuerpo se desorientó y retrocedió.

El general Silva ordenó entonces al subjefe de Estado Mayor, coronel Ambrosio del Valle, que reforzara el centro con el Paucarpata Nº 19 de la Reserva, unidad que fue recibida con nutrido fuego de las tropas chilenas. Cayó muerto su primer jefe el coronel José Gabriel Chariarse; la tropa se acobardó y se desbandó, arrastrando a gran parte del Huanaco. En el mismo momento fue herido el coronel Aguirre, jefe de la división.

El Esmeralda y el Chillan desplegados a la derecha del Buin atacaron con furia el morro norte del sector Cáceres, cuya defensa sostenía el coronel Lorenzo Iglesias.

El general Sotomayor, que vio al Buin bien sostenido en su flanco izquierdo por el 3º y el Valparaíso, desocupados ya de la tarea de Santa Teresa, oblicuó la 2ª Brigada de Barboza al abra comprendida entre el IV y el III Cuerpo de Ejército, que había mandado reforzar el general Silva con el Batallón Libertad.

Al hacerse cargo de esta maniobra, el general Silva corrió al portachuelo amenazado y con el Canta reforzó la retaguardia del Ayacucho.

Barboza llevó el ataque con tanta rudeza que expulsó a los batallones Libertad, Ayacucho y Canta a pesar de las numerosas minas que estallaban al paso de las tropas, dispersando a las columnas de la Guardia Civil allí destacadas. Silva no desalentaba y llamó al coronel Augusto Barrenechea y al teniente coronel Lorenzo Rondón y los envió con sus escuadrones respectivos de caballería, a sostener al coronel Canevaro, que se batía defendiendo la derecha del III Ejército en los cerros de Pamplona, que dan vista al portachuelo amagado.

Aún más, ordenó al coronel Morales Bermúdez, que avanzara con su brigada de caballería a restablecer el orden en dicho portachuelo; pero el coronel nada pudo remediar porque el abra ya se encontraba en poder de Barboza.

Cáceres hacía prodigios de valor; recorría sus líneas y animaba a su tropa. Viendo que Ayarza se sostenía y que Pereira conservaba el control del centro, acudió a la izquierda donde el coronel Lorenzo Iglesias acaba de ser arrollado por los Regimientos Chillán y Esmeralda, cuyo frente despejaba el certero fuego de la Brigada Jarpa, que disparaba salvas por baterías. A estas alturas de la batalla, Iglesias estaba completamente flanqueado por la Brigada Barboza.

Cerciorado de que la izquierda estaba perdida, regresó al centro, que se encontraba en poder del enemigo; un oficial le noticia de que también la derecha corría en dispersión, una vez caído en su puesto el coronel divisionario Domingo Ayarza.

El Buin había clavado la primera bandera chilena, en las posiciones enemigas, hazaña que valió el empleo de capitán, al sargento Rebolledo.

En menos de tres horas de rudo pelear, el coronel Cáceres veía su IV Ejército enteramente destrozado y sus efectivos en completa fuga en distintas direcciones. Se encontraba impotente ante la situación; sin soldados, con solo sus ayudantes, sobre una pequeña colina, rodeada por el enemigo que por diversos caminos ocupa la Hacienda de Santa Teresa. Logró escapar con su séquito por un camino de atravesaba en dirección a Surco. Suárez recibió orden de replegarse con el resto de la Reserva.

Tan pronto como la II División inició el combate, el jefe de la 2ª Ambulancia, doctor Ramón Gorroño, hizo alto y distribuyó sus seis cirujanos primeros y 11 segundos con sus respectivos practicantes, para efectuar las primeras curaciones, en tanto se descargan y arman las camillas, conducidas en seis carretones.

Gorroño dio orden estricta de no dejar a retaguardia herido alguno, sin la debida curación.

En el trayecto, desde el lugar en que empieza el combate hasta la meseta del portachuelo, se curan, recogen y trasladan en camillas 313 heridos, los cuales almuerzan dieta caliente antes de mediodía.

La III División chilena contra el III Cuerpo de Ejército peruano

El coronel justo Pastor Dávila cerraba la izquierda de la línea de batalla con el III Cuerpo de Ejército, situado en los cerros de Pamplona, limitados al norte, por el camino de Lurín-Pachacamac a Chorrillos, al oeste por la pampa del Cascajal, al sur por los cerros de San Juan, portachuelo de por medio, que separa ambos sistemas de cerros, y al oriente la Pampa Grande, continuación de la Tablada.

Entre los cordones de San Juan y Pamplona el terreno se hace plano en una buena extensión y da salida a una avenida de Lurín a Pachacamac, que pasando en su prolongación hasta la Palma, en la línea de Miraflores, conduce a este balneario y a Lima.

En esta abra se cavó la zanja defensiva ya descrita, para contacto de la izquierda del IV Cuerpo con la derecha del III.

Dávila contaba con tres divisiones. Ocupa la derecha el coronel César Canevaro, comandante de la 5ª División del ex-Ejército del Centro, compuesta por los batallones Piura Nº 67, Dos de Diciembre Nº 69 y Libertad Nº 71.

El coronel Fabián Merino, jefe de la IV División del ex-Ejército del Centro, manda el Centro, con los batallones Cazadores de Cajamarca Nº 85, Unión Nº 87 y Cazadores de Junín Nº 89.

Cierra la izquierda la División Volante, coronel Mariano Bustamante, engrosado por el batallón movilizado Nº 40.

Al terminar la cadena de Pamplona se extiende un portachuelo, cruzado por el camino real de Pachacamac a Lima, a través de la Pampa del Cascajal y la Calera de la Merced. Este camino pasa el boquete entre dos cerros, denominados de la Papa, el del sur y San Francisco, el del norte. Ahí se dio colocación al coronel Negrón, con una columna de la Guardia Civil, con la consigna de defender el portachuelo hasta morir.

Esta ala izquierda se alargaba todavía más al norte pasando por Monterrico Chico, en donde se destacaron dos columnas de la Guardia Civil, y la columna de Honor del coronel Manuel Velarde, hasta llegar a la Rinconada, defendida por el Batallón Pachacamac y el 14 de la Reserva de Lima.

Esta ala, tanto más débil, cuanto mayor era su extensión, tenía poca artillería para su defensa:

Cerro sur de Pamplona, 4 piezas Grieve, del capitán José Palomino. Cerro norte de Pamplona, 4 Vavasseur, del coronel Mariano Odicio. Monterrico Chico, 4 White, que no entraron en acción. En Rinconada, 4 del mismo sistema, que tampoco dispararon.

El coronel Lagos, retrasado en La Tablada para dar paso a la División Sotomayor, activó la marcha hasta entrar a Pampa Grande, situada entre la Tablada y los cerros de Pamplona. Hizo alto y dio descanso a la tropa, dispersando al mismo tiempo una guerrilla enemiga que hacía fuego por su derecha.

Como debe recorrer mayor camino que las otras dos Divisiones, levantó el campamento a las 3 am y atravesó la Pampa Grande hasta colocarse a 800 metros del cordón de Pamplona.

Después de dar un nuevo respiro a la tropa; ordenó al comandante del Nº 1 de artillería poner a su brigada de campaña en batería e iniciar el bombardeo de los atrincheramientos enemigos.

Desplegó en guerrilla los Navales y el Regimiento Aconcagua como 1ª línea de batalla al mando de Urriola, jefe de la Brigada. Le seguía en segunda línea Barceló, con los Regimientos Santiago y Concepción y el batallón Bulnes. Se guardó como reserva, bajo su propia dirección, los batallones Valdivia y Caupolicán.

Avanzó 300 metros más y ordenó romper los fuegos a la Brigada de montaña González y lanza los infantes al ataque sobre los cerros de Pamplona. La embestida, propia de Lagos, es rápida y audaz. Asaltó de frente la línea y en una hora se adueñó de las posiciones.

El Santiago y el Concepción rompieron el centro, lo dispersaron y se establecieron sobre los atrincheramientos. El Bulnes, Victoria y Caupolicán, expulsaron a la División Volante, rodearon la izquierda, rebasaron la línea y los defensores encontraron su salvación en la fuga.

Canevaro se sostuvo más tiempo, pero al quedar entre los fuegos de Barceló y Urriola, abandonó el campo y corrió en dispersión hacia Miraflores.

Los Navales y Aconcagua, desocupados, se cargaron a la izquierda, y acompañaron a la derecha de Sotomayor a destrozar la División Iglesias, que constituía la izquierda del IV Ejército de Cáceres.

Dávila dio aquí pruebas de jefe templado; reunió a sus tropas y se retiró con ellas por el camino de Surco en dirección a Miraflores, único punto de refugio que lo resta, dejando buen número de prisioneros, entre ellos el coronel Fabián Merino, jefe del centro, con algunos ayudantes.

El general Baquedano observaba las fases de la acción en todos sus períodos; tan pronto Sotomayor se enseñoreó de las alturas enemigas, corrió al cerro central de San Juan y desde ahí abarcó nuevamente el campo de batalla en toda su extensión.

Divisó a Lagos próximo a coronar el cordón de Pamplona; le envió a Carabineros de Yungay para que utilizara esta caballería en su oportunidad.

Lagos, vencedor, ordenó cargar a Bulnes tras las tropas de Dávila que buscaban asilo en Miraflores. En tanto el general, hizo cargar a Letelier, con el Granaderos. Ambos regimientos hicieron estragos, destrozando cuantas fuerzas encontraron en la Pampa del Cascajal, hasta enfrentar a Tebes sobre el camino real a Lima por Calera de la Merced, bajo los fuegos de la infantería parapetada en las líneas de Miraflores.

En una de esas brillantes cargas, el comandante Yávar cayó herido de muerte a la cabeza de su regimiento.

Baquedano exigió a la caballería toda la eficiencia en el campo de batalla. Mandó al Cazadores que atravesara el portachuelo de San Juan, y tras efectuar una conversión a la izquierda, limpiase de enemigos los potreros de Santa Teresa, por donde huían los restos de las divisiones de Iglesias y Cáceres en dirección a Chorrillos, hacia donde había retrocedido la Reserva del coronel Belisario Suárez.

Lagos, militar experto y avezado, juntó sus tropas sobre las posiciones conquistadas, las formó, las revistó, y las dispuso a entrar nuevamente en batalla.

La 3ª Ambulancia, salida de Lurín adscrita a la III División, a las órdenes del doctor Absalón Prado, hizo alto tras la artillería de Wood al sonar los primeros disparos. A las 5:30 avanzó hasta el lugar de despliegue de la infantería.

Iniciada la acción, dividió el cuerpo médico a sus órdenes en seis pelotones, al mando respectivamente de los cirujanos primeros señores Agustín Gana, Manuel Sanhueza, David Tagle, Francisco Ferrada, Juan del Pozo y Guillermo Castro para efectuar las primeras curaciones y seguir adelante, para no quedar distanciados de los atacantes que avanzan con celeridad asombrosa. Siguen en pos, las cuadrillas de camilleros recogiendo los heridos ya curados para conducirlos al lugar de concentración establecido por el doctor Prado tras un fuerte, en las alturas orientales de San Juan. Aquí se descargó el material y se radicó la Ambulancia bajo la vigilancia del doctor Gana Urzúa y su sección.

Los cinco pelotones restantes, con todo el personal y el doctor Prado a la cabeza recorrieron el sector de combate de la III División y gran parte de la II, movilizando heridos hacia la ambulancia, en donde se les atendió con camillas confortables y dieta caliente.

La batalla había terminado con una espléndida victoria.

El general bajó a las casas de Santa Teresa, donde se elevó el estandarte del comando supremo.

Ordenó que la I División permaneciera en sus posiciones; que la II bajase a Santa Teresa y la III a San Juan, a esperar órdenes.


[1] Alberto Silva Palma: Crónicas de la Marina de Chile, p. 197.198.