Chile un país infausto

Patricia Arancibia Clavel

La primera vez que escuché que Chile era un país infausto fue en un seminario de historia donde expuso el historiador Rolando Mellafe.

 Recuerdo que señalaba que para muchos podría parecer morboso describir los hechos desastrosos, las calamidades y catástrofes a que se había expuesto la población chilena a lo largo de su historia, pero que tener un catastro de esos acontecimientos y estudiarlos ayudaba mucho a explicarse  no sólo la formación o mantención de algunos caracteres  propios de la personalidad de nuestro pueblo, sino que también las crisis económicas , sociales y políticas que han afectado nuestro devenir.

Un simple recuento aritmético de los desastres ocurrido en Chile  puede dejarnos aterrados. Si se dejan al lado las guerras, revoluciones, devastaciones y destrucción de ciudades ocurridas por la acción del hombre y nos concentramos solamente en los desastres naturales, la lista no deja de ser dramáticamente sorprendente.

El cómputo realizado por Mellafe para casi cuatro siglos – entre los años 1520 y 1906 –  nos lleva a una cifra de 282 desastres, es decir, más del 70% de nuestra historia durante ese período,  estuvo marcada por 100 terremotos, 46 años de inundaciones, 50 años de sequía absoluta, 82 años de diferentes epidemias generalizadas y 4 años en que insectos y roedores se comieron hasta los árboles.

 Si bien la cifra puede tener errores, todo indica que es debido más bien a omisiones por falta de documentación, lo que nos hace pensar que los años infaustos en nuestra historia son  aún mayores. Así, en el mejor de los casos, nuestros antepasados sufrieron un terremoto cada 3,8 años, un temporal con inundaciones cada siete años, un  año muy seco también cada siete años y una epidemia cada cuatro.

Según su análisis, el año más infausto de la historia de Chile fue el de 1851, en que ocurrieron dos terremotos, un invierno desastroso y una epidemia de viruela, a la que se sumó una sangrienta revolución que, a su juicio, fue el resultado de una angustia colectiva que desató violencia, inseguridad y falta de orientación en las elites gobernantes.

No conozco si alguien ha seguido realizando el valioso trabajo de Mellafe, quien fue Premio Nacional de Historia en 1986, pero me imagino que los organismos públicos llevan un catastro completo del siglo XX y comienzos del XXI, debido a la necesidad de generar estrategias y políticas claras frente a un país que, como pocos en el mundo, ha sido castigado por los efectos de la naturaleza. A primera vista, pareciera que el 2015 se acerca al trágico 1851, algo a tener en cuenta, ya que durante este año –y estamos en abril- ya hemos sido azotados por un incendio de magnitud en Valparaíso, el aluvión en nuestras ciudades del norte, erupción del volcán de Villarica y ahora, el de Calbuco que despertó con fuerza después de 41 años de sueño.